RELATOS DE LA HISTORIA DE MOTRIL

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La arquitectura popular tradicional de Motril. El fin de una historia

Manolo Domínguez García -Historiador y Cronista Oficial de Motril-

Denominamos como “arquitectura popular” las edificaciones realizadas para viviendas por las clases menos poderosas de la estructura social de la ciudad de Motril, integradas por un amplio abanico social y económico que abarcaría desde el jornalero más humilde hasta el mediano propietario, pasado por los pequeños artesanos, comerciantes y profesionales liberales.

Cuando paseamos por muchas de las calles de Motril, no deja de sorprendernos el que todavía se mantengan en relativas buenas condiciones antiguos edificios de reducidas dimensiones y pequeñas casas que nos recuerdan otros momentos históricos y otras formas de vivir hasta hace muy pocos años plenamente vigentes y postergadas totalmente a partir de los años 70 del siglo XX. En nuestras calles han coexistido a lo largo de los últimos 300 años, grandes mansiones señoriales y espléndidos edificios religiosos con casas más modestas que fueron construidas por pequeños y medianos propietarios, trabajadores de las fábricas y jornaleros del campo; originando con el paso del tiempo espacios urbanos armónicos desde el punto de vista cultural pero a la vez llenos de contrastes; creados en torno a plazas, plazoletas, calles y barrios y cuyo resultado ha sido un complejo lenguaje arquitectónico caracterizado por su singularidad y por su diversidad. Singular en lo referido al modelo social del que proviene y diverso en lo referente a sus tipologías, técnicas, decoraciones, etc., indudablemente insertadas, todas ellas, en la larga tradición cultural y económica motrileña.

El sistema económico motrileño tradicional, basado en la propiedad de la tierra y en el azúcar, generó una estructura social muy polarizada entre los grandes propietarios constituyentes de la oligarquía local y absentista, gran parte de ellos ennoblecidos, que construyeron sus grandes casas generalmente en las mejores zonas de la ciudad y una numerosísima clase empobrecida que también levantaron sus viviendas en los barrios con mucho más esfuerzo y mucha más humildad y que dio lugar a una arquitectura popular plenamente vinculada a la clase social de jornaleros y trabajadores. Igualmente, la propia evolución del sistema social y económico, propició fundamentalmente desde la segunda mitad del siglo XVIII, el crecimiento del segmento de pequeños y medianos propietarios, funcionarios, profesionales liberales, comerciantes, artesanos, trabajadores especializados, etc. Situados socialmente entre los dos sectores anteriores, también tuvieron un destacado papel en la génesis de la arquitectura popular, definiendo un tipo de vivienda peculiar y característica, bastante distinta de la que originaron las clases más humildes e intentado imitar e interpretar, en la medida de su posición económica y de su nivel de rentas, las grandes casas de los principales propietarios.

Tenemos una visión bastante pesimista sobre el futuro de esta ya muy escasa arquitectura popular en Motril, primero por lo acelerado proceso de desaparición al que venimos asistiendo desde hace bastantes años, en una ciudad que se ha fagocitado a sí misma, donde toda casa de más de 50 años es considerada vieja y cuyo espacio ha sido rápidamente ocupado por una nueva y flamante construcción, muchas de las cuales ha sido desarrolladas bajo una arquitectura profundamente anodina y desarmónica, destructora de los entornos urbanos que durante décadas han formado parte de nuestra cultura e identidad como pueblo. Es por eso que, al igual que con el otro gran patrimonio de grandes edificios antiguos e iglesias, nuestra arquitectura popular local es ya considerada como muy exigua o meramente residual, cuya total desaparición será irreemplazable y cuya perdida ha supuesto, también, una fuerte merma en nuestra memoria colectiva.

Se ha escrito que cuando Motril fue conquistado en 1489 por los ejércitos cristianos, era una pequeña población con un recinto amurallado. Ocuparía aproximadamente lo que hoy conocemos como casco antiguo y cuyo centro geográfico estaría situado en la plaza Mayor, actual plaza de España. A extramuros y seguramente sin cercar, se extendían los arrabales del Al-Manjón y Al-Coruch, al oeste y norte respectivamente de núcleo central. Al NE estaba situado el barrio el barrio del Pozuelo y al SO la judería en los alrededores de la ermita del Señor de Junes.

La muralla musulmana que fue derribada por orden de los Reyes Católicos en 1499, es de nuevo levantada a partir de marzo de 1528, incluyendo en su perímetro desde la calle Horno Nuevo y siguiendo por Borde de la Acequia, Muralla y Catalanes, hasta concluir en el Postigo de Beas. A partir de aquí sería una casa – muro hasta el final de la calle Rambla del Manjón. Para 1611 ya encontramos los barrios motrileños perfectamente delimitados:

Barrio de la Plaza Mayor

Barrio de la Puerta de Castil de Ferro (Actual Jardinillos)

Barrio del Postigo de Beas

Barrio del monasterio de la Victoria

Barrio de la Rambla del Manjón

Barrio de San Roque

Barrio de San Antón (Actual barrio de Capuchinos).

El núcleo amurallado que incluía la Iglesia Mayor, la plaza pública, el Ayuntamiento, cárcel, alhóndiga, carnicería, pescadería, hospital, pósito, convento de la Victoria y 200 casas; seguía siendo a mediados del siglo XVII la principal zona de residencia de la clase dominante y de las clases medias, aunque para esta fecha ya se observa un desplazamiento de estas últimas clases hacia la zona comprendida entre las calles Catalanes y Nueva. Seguramente en este núcleo central se debió realizar una arquitectura bastante diferenciada de la realizada en los arrabales y barrios, de la cual no queda absolutamente nada en la actualidad.

 Urbanísticamente el siglo XVIII significa la creación nuevos barrios y ampliación de los antiguos como el de la Esparraguera, Angustias y San Antonio que contaba con calles tan pobladas como Cruces y Piedrabuena, la zonas de las calles Carretas, Alquitranaderos, San Miquel, Monzú, Barrio Nuevo y crece considerablemente el barrio de Capuchinos. El centro urbano se desplaza definitivamente hacia la Calle Nueva y se crea una zona de importancia comercial y social entre la calle Catalanes y la citada calle, que se conforma como el nuevo centro mercantil y de residencia de la burguesía local. Los barrios quedan como lugar de residencia para las clases más deprimidas. Las calles Camino de las Cañas y Cartuja también quedan como lugar de residencia de pequeños y medianos labradores, propietarios y comerciantes que levantan ahí sus casas.

El siglo XIX es la época del inicio del desarrollo demográfico y urbanístico de la ciudad, rompiéndose definitivamente con el esquema tradicional de la ciudad antigua. El sector plaza Mayor-calle Nueva, sigue siendo el área preeminente de la estructura urbana y en esta zona por los distintos ayuntamientos se inicia un proceso de ensanchamiento de calles, empedrados, acerados, retranqueos, alineaciones, etc., que pronto darán un aspecto distinto al centro de la ciudad. Por el contrario los barrios son los grandes olvidados en este proceso de mejora urbanística, permaneciendo, salvo raras excepciones en el mismo estado prácticamente que en el siglo anterior.

Ahora el crecimiento urbano de dirigirá básicamente hacia el norte y el este, ampliándose considerablemente los barrios de Capuchinos, Esparraguera, San Roque, San Antonio, Barrio Nuevo, Cementerio y Cerrillo Jaime. En el casco central, al mediar el siglo, la mayoría de los antiguo edificios son derribados o muy modificados para ser sustituidos por las modernas viviendas de la nueva burguesía motrileña enriquecida con el auge del azúcar con sus edificios señoriales de grandes proporciones, estilizados en un lenguaje arquitectónico puramente ecléctico. Las clases medias también construyen nuevas casas y las edifican intentando imitar, con muchas menos posibilidades materiales, las características arquitectónicas de las casas de las clases más poderosas. Trabajadores y jornaleros siguen edificando en los barrios desde sus sencillas viviendas de una planta con hueco central de entrada y dos laterales simétricos para ventanas, hasta las pequeñas casillas de paredes de mampostería o tapial y techumbre de ramaje de las más humildes familias.

Cuando comienza el siglo XX, Motril es una ciudad estabilizada urbanísticamente, hasta que en los años 20 primero y sobretodo en los 60 después, se produzca un enorme cambio de en la estructura urbana para adaptarse a los nuevos tiempos desarrollistas que corrían. Nuestro trabajo termina precisamente al mediar este siglo. Entre 1900 y 1950 la pequeña burguesía local levanta en el centro y en las calles principales de algunos barrios numerosos nuevos edificios de relativas proporciones y de buena calidad constructiva. En los barrios como siempre, se sigue repitiendo, con escasas modificaciones, el mismo prototipo de la modesta casa de las clases más populares, modelo no exento de una extraordinaria personalidad. Todo cambiaría a partir de los años 60.

Los dos modelos de arquitectura popular tradicional motrileña.

La vivienda de los trabajadores

Se situaban básicamente en los barrios motrileños de la Esparraguera, Cenicero de la Palma, Barrio del Carmen, Angustias, Buenavista, Capuchinos, Cruces Piedrabuena, Alquitranaderos, San Miguel, Cerrillo Jaime, Barrio Nuevo y Cementerio. Quedan muy pocos ejemplos de este tipo de viviendas, la mayoría han desaparecido o han sido muy modificadas a partir de los años 70 del siglo XX, gracias a los recursos económicos obtenidos por los emigrantes motrileños en Europa. El esquema arquitectónico de estas casas de pequeñas dimensiones y escuetos volúmenes es muy sencillo y austero. Poseen una sola planta rectangular, fachada estrecha con tres vanos simétricos, central para puerta y laterales para ventanas, y proyección longitudinal en profundidad. Escasa concesión a lo decorativo. Se cubría con armadura de parhilera de viga rollizo de madera de pino, álamo, acebuche o quejigo. Tejado a una o dos aguas, dispuesto su caballete paralelo a la calle y pequeño alero sobre la fachada. También se usaba la cubierta plana para azotea. Los materiales usados para la construcción eran muy pobres. Para los muros de carga que forman las crujías se empleaba la mampostería irregular y el tapial, solo se utilizan rafas de ladrillo como refuerzo. Los tabiques interiores se hacen de ladrillo macizo enlucidos de yeso y encalados. Los cielos rasos son de cañizo y yeso. Las solerías eran de loseta de barro pintada con almagre, llamado aquí sanguina. A partir de mediados del siglo XIX en las casas más pudientes, se introdujo la solería hidráulica.

La distribución de la casa era muy simple. Si la vivienda solo tenía una crujía en ella se establecía el comedor – cocina y dormitorio. Si se construye con dos crujías, la primera se destinaría para comedor, cocina y dormitorio principal y la segunda para el resto de dormitorios. Estas casas carecían de pasillo distribuidor y de portal o zaguán. Al fondo estaba el corral al que se accedía desde la puerta principal atravesando la casa o desde un portón trasero. Una de las notas más características de este tipo de viviendas era el encalado de la fachadas, que cumplía el doble objetivo de limpieza e higiene por una lado y por otro disimular con numerosas capas de cal la pobreza de los materiales usados para la construcción. Se tenía la costumbre de pintar en la fachada un zócalo de color azul grisáceo y encalar el caballete del tejado y el filo de las tejas del alero.

Las viviendas de las clases medias

En su gran mayoría de las pocas que se conservan fueron construidas entre 1850 y 1950, aunque hasta hace pocos años se mantuvieron algunos modelos de fechas anteriores hoy ya desaparecidos por completo. Se sitúan en todas las principales calles de la localidad y en bastantes secundarias, ocupando generalmente solares rectangulares o cuadrados. La variedad de modelos fue enorme ya que la clase social que las construyó tenían muy diversas capacidades económicas y conciben la casa como expresión de su status socio-económico, por lo cual suelen ser también de muy diversos volúmenes y variedad de elementos ornamentales, aunque sin olvidar la funcionalidad utilitaria de los espacios; combinado todo con una cierta emulación de determinados aspectos formales constructivos y decorativos de las casas de las principales oligarquías urbanas. Pero, en general, todas suelen mantener unos elementos básicos que se repiten constantemente y a los que fundamentalmente vamos a hacer referencia para crear un modelo común que defina a todas estas casas en sus aspectos arquitectónicos y de ornamentación.

Estas casas, construidas en ladrillo con poco relativo uso de la mampostería, suelen tener un mínimo de dos crujías, aunque en muchos casos poseen tres, y en casi todos los modelos nos encontramos con dos o tres plantas de alzado. La primera crujía acoge el portal, muy pocas con patio central, de entrada que es tratado con esmerado cuidado como elemento que va a ser visto desde la calle y que está presente en casi la absoluta totalidad de las viviendas, comedor, cocina y dormitorio. Aparece también el pasillo que adquiere gran importancia como elemento distribuidor de las estancias. Cuando las alcobas se sitúan en las plantas altas se da especial atención a la escalera, construida por lo general en la crujía intermedia y dejada a la vista como elemento ornamental. La solería empleada mayoritariamente es la baldosa hidráulica, usada ahora como tratamiento decorativo y estético de los suelos contribuyendo a singularizar las habitaciones. Casi todas poseen corral o patio al fondo del edificio, al que se accede casi siempre por un portón trasero o cuando no hay posibilidades de esto, por un portón secundario en la fachada principal. Fachadas muy eclécticas que presentan una absoluta simetría en dos o tres ejes con respecto a los huecos adintelados, en muy pocas ocasiones arco rebajado: puerta de entrada central, dos ventanas a los laterales y tres balcones en plantas superiores; usándose la rejería de hierro fundido. Otros elementos decorativos, con muchas variedades y elementos compositivos, suelen ser molduras de yesería o vaciado de cemento decorando los vanos, cornisas más o menos molduradas y aleros de doble teja, bajo los que sitúan canalones y gárgolas de cinc para la lluvia. Las fachadas se encalan o pintan de blanco, amarillo u ocres, usándose zócalos pintados en amarillo o añil. La vivienda, por último, se cubre con armadura de madera en parhilera y techo de teja a dos aguas con caballete paralelo a la calle, utilizándose bastantes veces la cubierta plana en forma de azotea o terraza con balaustrada de hierro. Podríamos citar casas de este tipo construidas en Calle de las Cañas, Santiago, Cartuja, Catalanes, Calle Nueva, Marqués de Vistabella, etc.

Para concluir este artículo citaría que el estudio y divulgación del patrimonio histórico motrileño ha sido siempre una de mis prioridades, tanto en la aproximación a la historia y a la cultura de la ciudad, como en su valoración como rasgo identificativo de la localidad. Por ello esta arquitectura popular motrileña, también, la considero como patrimonio significativo muy escaso y que desaparecerá al completo en pocos años, importante no solo como un testimonio del pasado, sino como documentos vivos que nos ayudan a explicarlo, conocerlo y respetarlo.

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