EL VERBO PROSCRITO

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           CULTURA LIGHT

JUAN JOSÉ CUENCA -Escritor-

Cantaba y contaba el histriónico Javier Gurruchaga con su mítica banda La orquesta Mondragón que ellos las prefieren gordas. Hace ya de este tema algunos años, pero los parámetros parecen que han cambiado mucho o lo han hecho poco. Si bien es cierto que tanto mujeres como hombres pierden la vista en un cuerpo diez, proporciones atléticas y casi perfectas, un rostro de Narciso asomado a las aguas y el pelazo de una actriz anunciando champú.

Pocos son los que ven más allá de la apariencia y desean o se sienten atraídos por algo que nada tiene que ver con el físico. Vamos, que a casi nadie le da por buscar o encontrar atractivo a alguien con el intelecto de Séneca. Las películas y anuncios han contribuido (y lo siguen haciendo) a que no veamos solo el envoltorio lleno de agradables colores y nos olvidemos del bombón que puede contener dentro. También es verdad que muchas veces nos sentimos atraídos por ese cuerpazo que se nos cruza en el camino, pero una vez que hemos profundizado y hemos conocido a esa persona, nos ha parecido el ser más insulso, anodino e insoportable que podíamos habernos echado a la cara.

Los patrones de belleza han sido cambiantes a lo largo de la Historia. No hay más que acordarse de Rubens, el cual inmortalizó la belleza femenina llena de generosas curvas y pliegues. No debemos olvidar que en muchas culturas y sobre todo en lo concerniente al cuerpo de la mujer, ven la obesidad, la profusión en carnes, como algo a tener muy en cuenta a la hora de buscar pareja porque es vista como síntoma de salud, buena alimentación y exuberancia. Por ende, todas estas circunstancias profetizan que la mujer en cuestión será una buena madre que podrá amamantar a sus hijos sin problema, criándolos sanos y fuertes.

En otros lugares, por el contrario, hicieron de la delgadez, de la languidez extrema, la premisa de una belleza encorsetada y adulterada donde no cabía ni un gramo de más y sí muchos de menos.

Actualmente (con algunas excepciones) lo que prima en nuestra sociedad son los cuerpos proporcionados, sin un ápice de grasa y de un color saludable. Es así. Por ello, hombres y mujeres de todo el mundo se lanzan a la conquista de la apariencia perfecta para colgar en redes fotos perfectas… de personas imperfectas. Da igual que estés podrido por dentro: si mantenemos el lustre en la piel es más que suficiente. La alimentación, sobre todo, juega un papel importantísimo en la carrera de fondo en la que se ha convertido la persecución de un cuerpo de anuncio.

Los alimentos light llegaron a nuestras vidas como un auténtico descubrimiento que nos permitía pecar y disfrutar de aquellas viandas que antes nos estaban vetadas. Incluso a aquellas personas sometidas a los absolutistas dictados de la dieta hipercalórica. Pero no hay que engañarse y saber que los alimentos light no adelgazan, sino que en el mejor de los casos engordan menos.

Productos light los hay de todas las clases: postres, dulces, bebidas, aperitivos… y, teóricamente, poseen un 30% menos de calorías que sus homónimos “normales”. Así ha sido determinado por la Comisión Interministerial para la Ordenación Alimentaria y nosotros no somos nadie para contradecirla. La cultura de lo light ha creado una serie de confusiones en los consumidores que son, básicamente, erróneas. Como por ejemplo el creer que los alimentos light son alimentos de dieta, es más, en algunos casos contienen una cantidad considerable de calorías. Hay que tener claro que no debemos hacer de los productos light un habitual de nuestra despensa. Recuerden que los chocolates y las mahonesas, aunque se etiqueten como light, no son aptos para el régimen.

Las tiendas y grandes superficies comerciales ofrecen en sus estanterías estos productos, sustituyendo los azúcares y las grasas por otro tipo de sustancias que potencian su sabor y color, restándole calorías. En el caso de los lácteos se denomina light a lo descremado o desnatado, añadiéndose un alto porcentaje de agua para rebajar  la grasa.

Lo que deberíamos hacer para controlar las calorías es comer menos. Así de simple. El argumento de “a menos cantidad, menos calorías” es incuestionablemente lógico. No hay que limitarse a valorar si un producto engorda o no, sino que para llevar una dieta equilibrada debemos tener en cuenta la composición nutricional, prestando especial atención al tipo y cantidad de calorías que ingerimos, a las vitaminas, proteínas…

O también pueden meterse entre pecho y espalda un buen plato de callos o un bocadillo de panceta más grande que el caballo de Troya. Y a la mierda con la dieta.   

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