El viejo pescador

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CONCHA CASAS

Cada mañana los viejos pescadores se reúnen en la playa, el rebalaje dicen ellos. Al lado de los pocos barcos que quedan se atrincheran para ver pasar el día. Nada les hace faltar a su cita, ni el más salvaje de los levantes, ni tan siquiera el molesto poniente. Se atrincheran en las quillas de las naves de madera y allí se sientan al sol a seguir contemplando esa mar, que tanto aman y tanto temen.

Es su espacio y en ese ritual tan antiguo como obsoleto y marginal, solo caben ellos. Nunca se ve por allí a ninguna de sus mujeres, condenadas desde siempre al limitado espacio de las casas, de las que ellos parecen huir cada día, como si la solidez del suelo fuese a tragárselos.

En alguna ocasión me he acercado a alguno cuando están en esa contemplación casi mística del horizonte y en mi osadía de forastera (supongo que a una mujer de aquí, nunca le permitirían esas intimidades), me he sentado a su lado y le he preguntado que en qué piensa.

Sonriendo despacio se ha vuelto hacia mí diciéndome que ya solo puede pensar en que se le ha pasado la vida sin darse cuenta. Que se le han volcado los años antes de poder disfrutarlos.

Son gentes rudas, de vidas difíciles, de hambres, fríos y sacrificios. Me contó de la dureza de su tiempo, del miedo que esa agua callada y profunda que parece atraerlos como un imán le ha causado siempre. Y aún así sigue pegado a su orilla, como esperando volver a oír a esas sirenas que todos ellos han escuchado alguna vez, sabiendo que esta será la última, que su tiempo se acaba y que en breve su barca se estrellará contra esas rocas que tantas veces ha esquivado.

Cuando nombro la palabra crisis se ríe, ¿Qué sabréis vosotros de crisis? me dice. De esas olas en el estómago que nunca se calman, de días enteros buscando algo que llevarse a la boca, de saciar el hambre con un higo seco… ¿Qué sabréis de crisis?

Se calla, es hombre de pocas palabras. De pronto señala el horizonte, a un difuminado fondo gris y se levanta. Vámonos me dice, lo que hoy va a soplar no hay cuerpo humano que lo resista. ¿Cómo lo sabe?, pregunto admirada. Y sonriendo vuelve a señalar con una vara la lejana bruma.

Apenas me da tiempo llegar a mi casa cuando un viento huracanado me empuja dentro del portal….

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