MEMORIAS DEL VARADERO: LOS TURNOS DE PESCA EN EL PUERTO DE MOTRIL

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-EL FARO-

                                                           -Encarni García-

-Juan Antonio Gutiérrez Montes, “El Niño La Nati”

MEMORIAS DEL VARADERO: LOS TURNOS DE PESCA EN EL PUERTO DE MOTRIL

Dedicado a todos aquellos sufridos pescadores, que en su mayor parte no se hacían viejos al enfermar y fallecer antes de su merecida jubilación debido a las penurias que pasaron, y también a sus esposas que mientras ellos estaban en la mar administraban los pocos recursos que tenían y educaban y cuidaban a sus hijos y mayores.

Para contar esta pequeña historia nos vamos a expresar en términos o palabras marineras para intentar que el lenguaje de “la gente de la mar” no caiga en el olvido. Durante los años setenta del siglo pasado, los pescadores del Puerto de Motril, al igual que  los pescadores de otros puertos, “echaban turnos” (hacían viajes) a “la costa fuera”  que era como nombraban a la costa de Marruecos. Aquellos viajes eran duros, pues el trabajo en la mar se podía prolongar por semanas, incluso meses, pero lo llevaban bien ya que durante los días y noches de duro trabajo siempre estaban pensando en el regreso al puerto, donde les esperaban sus seres queridos. Antes de salir el barco de viaje al “pesquero” (lugar donde se pescaba ) se “aranchaba” (organizaba), es decir, se “hacía nieve” (llenar la nevera o bodega del barco de hielo para la conservación del pescado ), se “hacía el costo” (comprar la comida), se hacía gasoil y aceite para el motor del barco (repostar), se “hacía agua” (llenar el tanque o depósito de agua potable), se “hacían las cajas para el pescado” (embarcaban) junto a los artes de pesca…etc. Cuando el barco estaba ya “aranchado”, al otro día se salía a la mar. Estos turnos o viajes de pesca empezaban de madrugada, cuando los pescadores se levantaban y sin despedirse de la familia se dirigían al puerto donde solían tomarse sus cafés y sus copas. Seguidamente se dirigían al barco; el “motorista” (mecánico) “encendía” (ponía en marcha) el motor del barco, se “zafaban” (soltaban) los cabos de amarre y después de una pequeña maniobra para retirarse del muelle de amarre, el “patrón” (encargado) del barco desde su “puente” (habitáculo) de mando, enfilaba la “bocana” (salida del puerto) para después tomar el “rumbo” (camino) adecuado para llegar al caladero o pesquero.

MEMORIAS DEL VARADERO: LOS TURNOS DE PESCA EN EL PUERTO DE MOTRIL

Paralelamente, el cocinero hacía una gran cafetera de café para toda la tripulación y en especial para el patrón, el segundo patrón, el primer motorista y el segundo motorista, que hacían las guardias en sus respectivos puestos durante la “navegación” (travesía). La tripulación, con excepción del “patrón” y el “motorista”, se acostaban y dormían en aquellos “ranchos” (habitáculos) que desprendían un olor nauseabundo. Lo hacían vestidos con la ropa de trabajo en aquellas literas que parecían nichos y por donde en muchos casos andaban las cucarachas y las ratas. Después de diez o doce horas de navegación (dependiendo de la potencia del motor de la embarcación) “arribaban” (llegaban) a “la costa  fuera” (costa marroquí). Si era invierno llegaban  de noche, “calaban el arte” (echar el arte  a la mar) y, a continuación, el cocinero, que también trabajaba de marinero, preparaba la cena. Al no disponer de pescado, era una cena parecida a la que se hacía “en tierra” (la casa). Después de varias horas de “arrastre” (pesca) se “chorraba” (sacar el arte de la mar), se “abocaba” (vaciaba) el pescado sobre la “cubierta” (piso del barco), se volvía a calar el arte y se procedía a “escoger” (seleccionar) el pescado. Cuando el pescado estaba escogido se enjuagaba con agua de la mar utilizando “baldes” (cubos de zinc) o el “caballo”, que era una manguera que sacaba el agua de la mar. A continuación, el pescado ya seleccionado se colocaba en cajas según su categoría y se “metía” (introducía) en la nevera donde se estibaba y se cubría con una capa de nieve. Este trabajo que se hacía en la nevera era exclusividad de los neveros, pues cada tripulante además de ser marinero tenía su propio cometido.

Terminada la faena, que sería sobre las doce de la noche, los marineros se echaban a dormir siempre vestidos y con la ropa húmeda o mojada. Para poder dormir un rato, el patrón y el motorista se tenían que turnar con el segundo patrón y el segundo motorista, que también eran marineros que trabajaban en cubierta. Después de haber dormido dos o tres horas (dependiendo de las circunstancias del trabajo) se volvía a “chorrar” sobre la dos o las tres de la madrugada; si era invierno era muy duro, pues tenían que salir del rancho con el cuerpo medio caliente y la ropa húmeda, bajo un traje de agua para enfrentarse muchas veces con el frío de la madrugada y los “golpes de mar” (olas) que le producían mojaduras. A continuación se sacaba el arte de la mar y se volvía a repetir la misma faena con el “alba” (amanecer) y después de terminar, sobre las diez de la mañana, hacer el desayuno.

Los desayunos, al igual que las diferentes comidas que se hacían a “bordo” (en el barco) durante los primeros días de turno eran algo variados ya que el cocinero disponía en el “rancho” (donde se guardaba la comida) de alimentos frescos, tales como verduras, huevos, embutidos, alguna carne…etc. La fruta no sé tomaba, pues en la mar estaba considerada como un artículo de lujo, pero sin embargo no podía faltar el tabaco (que cada uno se compraba), el vino, el café y el coñac. El café estaba las veinticuatro horas a disposición de la “gente” (marineros) y el vino se embarcaba por “arrobas” (garrafas) para tomar durante las comidas. Se  tomaba con una botella de cristal con un pitorro hecho de cañavera que se colocaba en el cuello de la botella para  beber a “caliche” y evitar así que la gente se metiera la botella en la boca. Sin embargo, a la hora de comer, si la comida era seca o caldosa lo hacían todos juntos en una sola “platera” (fuente) o sartén, siendo la ración a base de pescado y pan mohoso debido a la humedad y al que era necesario “pelar” (quitar la corteza).

Unas veces se comía de pie alrededor de la “platera”, donde la botella del vino se iba pasando de uno a otro y si hacía mal tiempo la gente se tumbaba en cubierta alrededor del desayuno, el almuerzo o la cena. Cuando sobrevenían grandes temporales, el cocinero no podía “aviar” en su pequeña cocina en la que solo cabía una  persona y por donde a veces andaban las cucarachas. Por otro lado, en el barco no había horario fijo para dormir ni para comer; lo primero era el trabajo, pues si no se “pillaba” (capturaba) pescado no se ganaba dinero. A veces la tripulación se pasaba muchas horas sin comer o dormir, trabajando de día y de noche y en constante peligro por los accidentes que se podían producir durante las maniobras de pesca y que en algunos casos podían llevar a un hombre a la mar para nunca aparecer. La tripulación tenía que combatir el frío, el cansancio y la falta de sueño a base de vino o café y cuando el patrón lo creía conveniente mandaba al cocinero que les diera coñac bajo la expresión “dadle coñac a la gente”.

En aquellos barcos la higiene prácticamente no existía, pues el agua potable estaba racionada y los pescadores pasaban semanas sin ni siquiera lavarse la cara, sin peinarse ni afeitarse y menos aún ducharse o cambiarse de ropa. En los barcos no había retretes y la tripulación tenía que hacer sus necesidades sentándose en la “borda” (baranda) del barco de espaldas a la mar y sin intimidad ninguna (a veces unos enfrente de otros). Cuando faltaban pocos días para completar el “turno” (la pesquera), el carácter de la gente del barco cambiaba a mejor, se daban bromas y se ponían contentos pensando que ya quedaba menos para estar con sus seres queridos, que ansiosos les esperaban en el “muelle” (puerto). Las esposas acudían a recibirlos en compañía de sus chiquillos, todos vestidos con sus mejores ropas y se producían esas escenas que hemos intentado recrear con estas imágenes. En verdad todo era alegría durante el par de días que pasaban con sus familiares antes de volver a la mar. A veces, por mucho que trabajaran, se daba mal el turno por falta de pesca y volvían al puerto sabiendo que no iban a cobrar y que sus mujeres tenían que pasar el mal trago de no poder pagar al tendero los alimentos que les había “fiao” (fiado). Y mientras, sus maridos estaban dejándose la salud y los mejores años de sus vidas en aquellos barcos de madera en mitad de la mar. De mi memoria y de mis experiencias vividas, uno de aquellos pescadores fui yo.

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