LOS CUENTOS DE CONCHA

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EL SUEÑO OLVIDADO

CONCHA CASAS -Escritora-

Como casi todos los niños, cuando yo era pequeña soñaba con lo que iba a ser de mayor.

Por aquel entonces las niñas cantábamos una cancioncilla sobre nuestra vocación futura que decía así:

“Quisiera saber mi vocación, soltera, casada, viuda o monja…”

Algo tan inocente como eso causó en mi uno de los primeros conflictos serios de mi infancia, yo no quería ser ninguna de esas cosas

Yo quería ser artista.  No sabía muy bien cual iba a ser mi arte pero estaba convencida de que antes o después yo sería famosa, y que allá donde fuese brillaría con ese arte mío, aún por descubrir.

Mientras tanto en el colegio mis compañeras soñaban con ser misioneras y dedicar sus vidas a convertir a los pobres negritos, para  los que todos los años postulábamos el día del Domund.

Se veían a sí mismas como protagonistas de esas historias de mártires, que con tanto realismo nos relataba la madre Genoveva, y que preferían morir despellejadas, a perder su virginidad en manos de algún infiel que sin duda querría violarlas.

Yo en esos momentos me sentía avergonzada y reconcomida conmigo misma. No solo no compartía esos cristianos y abnegados propósitos, sino que en el colmo del desatino, soñaba con unos brazos brillantes como el ébano que me abrazaban frenéticamente.  Y lo que es peor aún, no solo no me resistía, sino que me entregaba a ellos con una pasión impropia de una alumna de Nuestra Señora del Rosario.

Al ir creciendo, la vida como si de una potente máquina segadora se tratase, se encargó de ir segando mis fantásticos sueños.

Todo fue tan rápido que ni siquiera fui consciente de cómo cada uno de mis proyectos, planes y deseos, se fueron desvaneciendo.

De repente casi sin darme cuenta tenía novio. Yo por aquel entonces estudiaba en la universidad y pensaba seguir haciéndolo, pero sin saber muy bien porqué accedí a sus deseos y abandoné los míos

Mi sueño más inmediato se convirtió en llegar a fin de mes. Después  en encontrar otro trabajo para que los niños pudiesen ir mejor vestidos y poderlos llevar al mejor colegio. Luego en ahorrar para comprarnos un piso más grande y seguir pagando las letras del coche. Mas tarde  para que mis hijos fuesen a la universidad. . .

Entre medias sacar tiempo de donde no había para cuidar de la casa, y en temporada llegar la primera a las rebajas, para conseguir ese fantástico modelito que me haría parecer la estrella que ya nunca sería.

Y precisamente fue en un día de rebajas en los grandes almacenes a los que todos vamos en Enero, cuando un espejo me devolvió la imagen de alguien a quién había olvidado hacía mucho tiempo. Hacía años que no miraba dentro de mis ojos, creo que en algo así como en un pacto no pactado nunca conmigo misma me lo había prohibido.

Pero esa mañana, sin saber porqué no cumplí esa norma. . .  y me la encontré. Allí estaba ella, aquella niña que iba a ser famosa y a la que unos brazos negros como el ébano abrazarían con una lujuria, incapaz ya de imaginar.

Un sollozo ahogado se me perdió en el corazón

En los días siguientes, casi de reojo, sin querer mirar, mis ojos volvieron a encontrarse con mis ojos. Cada día  me era más fácil hacerlo y cada vez me resultaban más familiares.

Y de nuevo la segadora volvió, pero en dirección inversa. No segaba, pero lo arrolló todo tan rápidamente como la vez anterior

Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Desde la ventana de mi estudio, aquí en Camerún, diviso la  redacción de mi periódico. Mi firma es tan cotizada que me permite el lujo de elegir destino. 

Pero casi os voy a dejar. Omar acaba de abrazarme y no puedo evitar volverme loca de placer cada vez que distingo el color de su piel en contraste con la mía

P.D.  Nunca vi por aquí  a ninguna de aquellas compañeras, misioneras de vocación, ¡pobres¡ ¡no cumplieron sus sueños¡

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