LOS CUENTOS DE CONCHA

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MADRE NO HAY MÁS QUE UNA

CONCHA CASAS -Escritora-

Dicen que madre no hay mas que una pero parece que nada sobre la tierra es absoluto, ni tan siquiera algo en apariencia tan evidente como eso.

Ernesto era el único hijo de la familia, apenas se había separado de sus padres ni había salido más allá de las lindes de la finca, que cultivaban desde que se establecieron en aquel pequeño pueblo, que debió ser más o menos cuando el único vástago de la casa comenzaba a andar. De manera que podemos decir sin miedo a equivocarnos, que el joven no conocía otro suelo que el que pisaba cada día.

Su vida transcurría plácida y sin sobresaltos. Enseguida comenzó a ayudar a sus padres en las tareas del campo y salvo los domingos que los acompañaba a la obligada misa, sus días pasaban  sin mayores sobresaltos que los que en ocasiones les venían del cielo, bien en forma de tormenta, o de sequía, que de todo había.

La madre de Ernesto tenía una amiga, Consuelo, que vivía cerca de ellos. No hacía mucho tiempo que una de las hermanas de esta había enviudado y al no tener descendencia, ni hacienda, fue recogida por su hermana mayor, que durante toda su vida había ejercido de madre para ella, Adela se llamaba la joven viuda.

Se llevaban cerca de 20 años y la falta temprana de la progenitora de ambas, hizo que la relación entre ellas se estableciese así desde siempre. Por eso a nadie le extrañó que tras la desgracia de la joven, la acogiesen en aquella casa.

Había enviudado con 32 años, para aquel entonces  una edad cercana a la vejez.

Ernesto tenía a la sazón 25. No tenía novia conocida, pero a escondidas de todos frecuentaba la casa de Rosa, una mujer todavía joven que se había establecido allí hacía un par de años. Había llegado sola con dos hijos, uno de 12 años y otro de 10, que la ayudaban a labrar la poca tierra que habían arrendado y que apenas les daba para malvivir. No tenía buena fama en el pueblo. Posiblemente por el simple hecho de ser forastera. El ser mujer y estar sola, sin ningún hombre, tampoco ayudaba mucho.

Sus tierras lindaban y esa cercanía fue la que poco a poco, los fue llevando a uno a los brazos de la otra.

Mientras a espaldas de ambos, Consuelo y la madre de Ernesto conspiraban para casar a este con la hermana de aquella. El chico ya tenía edad más que de sobra para tener mujer, pero su timidez y posiblemente la falta de oportunidades, lo estaban convirtiendo en un solterón empedernido, que además últimamente y según las lenguas de doble filo del lugar, andaba en malas compañías. 

Adela no puso objeción ninguna, cualquier cosa le parecía mejor que vivir el resto de sus días de la caridad de su hermana, por mucho que esta la quisiera. A Ernesto no le dieron elección. Siempre fue tímido y obediente y salvo el escarceo con Rosa, jamás había desautorizado ninguna orden materna.

Rosa fue quien peor se lo tomó, llevaba dos inviernos compartiendo cama con el que pensó que antes o después sería un nuevo padre para sus hijos y verse despreciada de tal manera, le supuso un duro golpe del que tardó en recuperarse.

Pero los inviernos de la región eran muy fríos y sus noches más aún. Si a esto le unimos la falta de fogosidad de la viudita, apenas comenzó el invierno, Ernesto volvió a calentarle los pies a la “otra”, descuidando sus deberes conyugales con la que era su esposa legítima.

Tanto frecuentar los brazos de la fogosa forastera (en esos pueblos tan cerrados siempre se sigue siendo forastero por muchos años que se  lleve en ellos), hizo que la semilla de Ernesto fuese a fecundar el huerto equivocado y así fue como Angelita llegó a este mundo.

Pero la falta de atención médica, o el destino, quien sabe, hizo que Rosa se desangrara tras alumbrarla y la pobre mujer murió apenas Ernesto le retiró a la niña de los brazos.

Mientras, Adela sufría en silencio su soledad y el abandono de su joven esposo. Sus entrañas no habían querido germinar y eso hacía que su desesperación fuese si cabe aún más intensa. Por eso cuando su marido apareció en la casa con aquella pequeña en brazos, no hizo preguntas, la apretó contra su pecho y la abrazó como si acabase de salir de su vientre.   

De esta manera Angelita tenía ya dos madres, aunque solo conociera a la segunda. Se criaba grande y fuerte como la primera, pero esto detalle todo el mundo procuraba evitarlo, al menos delante de Adela, que a sus espaldas bien se encargaban de comentarlo.

Pero la fatalidad no había terminado su faena y cuando la niña celebraba su sexto cumpleaños, un absurdo  accidente en la alberca del cortijo, acabó con la vida de la que había sido una madre para ella.  

Ernesto que aunque mostraba poco interés por casi todo en general, había demostrado desde bien pronto su gusto por las mujeres, no tardó en encontrar a Pilar. Del pueblo de al lado, era conocida por su maestría en los bordados. Pero a pesar de haber confeccionado el ajuar de todas las novias de la región, ella no había encontrado nunca marido. Por eso cuando aquel viudo, todavía de buen ver y con una niña pequeña, comenzó a cortejarla, no dudó un segundo cual sería su respuesta.

La poca edad y el mucho cariño que enseguida manifestó Pilar hacia la pequeña Angelita, hizo que esta pasara a llamarla mamá con la misma facilidad que lo hizo con Adela. Tampoco Pilar tuvo más hijos, de modo que todo su instinto lo volcó en la pequeña.

Por eso siempre que Angelita oía decir aquello de que madre no hay mas que una, sonreía para sí y permanecía en silencio.

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