RELATOS DE LA HISTORIA DE MOTRIL

✍Manuel Domínguez García

-Cronista Oficial de la ciudad de Motril-

LA PROPUESTA DE LAS MONJAS NAZARENAS DE MOTRIL PARA CAMBIAR EL SITIO DE SU CONVENTO EN 1783

Manolo Domínguez García -Historiador-

El monasterio de la Visitación de Santa María, conocido por popularmente como el Convento de las Nazarenas, tiene su origen en un beaterio dedicado a san Francisco de Sales fundado por Sebastiana de Santa María de la Cruz Gómez y doce mujeres más el 13 de febrero de 1699 y definitivamente erigido como monasterio de clausura por decreto del arzobispo de Granada el 16 de abril de 1718.

Sebastiana Gómez había nacido en Motril en junio de 1658 y desde la infancia fue considerada casi como una santa. Mujer de gran fe y carácter fundaría el beaterio en la casa donada por el presbítero motrileño Francisco Jiménez Varela, aunque el convento seguramente se establecería posteriormente en el espléndido edificio del, también, presbítero Gaspar Paniza Ladrón de Guevara que, desde 1679, estaba destinado por su dueño para que en ella se fundara un convento y que había sido hospital durante la epidemia de peste de ese año, hospital en el que estuvo ayudando a curar enfermos Sebastiana durante la terrible epidemia.

No se le autorizó por el Arzobispado fundar un convento bajo la advocación de san Francisco de Sales, pero un día vinieron a sus manos unas estampas de unas monjas que habían creado un convento en la ciudad peruana de Lima y que aparecían vestidas de nazarenas con su cruz, túnica, corona de espinas y soga al cuello. Quiso, nuestra motrileña, fundar algo así en Motril, pero de nuevo se le denegó la petición y en cambio sí que encontró facilidades para hacer la fundación como Agustinas Recoletas a propuesta del arzobispo granadino Martin de Azcargorta, fundación confirmada por el rey Felipe V por real merced de 17 de mayo de 1717, erigiéndose definitivamente como monasterio de clausura por decreto de arzobispo granadino de 16 de abril de 1718 y cuyas constituciones fueron redactadas ese mismo año por el padre Pedro de San Agustín. Pero no descansó hasta que consiguió la túnica de Nazarenas y se le envió la bula de confirmación por el papa Benedicto XIII en 1729. A la túnica añadirían, como ceñidor, una correa como señal de ser Agustinas Recoletas.

Citar la gran ayuda que se recibió de D. Manuel Álvarez de Toledo, sobrino del duque de Alba, que contribuyó con gran celo a que se terminara definitivamente la fundación con la autorización real de la Comunidad Nazarena motrileña, “(…) pasmo y admiración de toda España, que en la tierra hacen más vida de ángeles que de hombres; pues no tienen el más mínimo comercio con criatura humana. No ay palabras para ponderar la vida que hazen y yo no tengo otras más propias para explicarme que es diziendo que vivas están sepultadas”.

Plano de colegio de los Jesuitas en 1767 (Archivo Histórico Nacional).

La casa de Paniza, donde se funda definitivamente el convento, estaba situada al noroeste de Motril en el camino hacia Pataura, era un edificio de gran porte y que poseía en su parte trasera una productiva huerta regada con agua de que se traía por cañería desde un manantial situado en los cercanos montes del Magdalite. Evidentemente pronto el convento recibiría donaciones y dotes de las nuevas novicias hasta hacerse con un regular patrimonio que permitiese el sostenimiento de la Orden.

Conocemos gracias al Catastro de Ensenada, las propiedades del Convento de la Nazarenas en 1752, apenas 16 años después de la muerte de su fundadora.

Poseían las Nazarenas, además del edificio del convento y huerta adyacente, dos casas en la calleja que desde el Camino de las Cañas sale a la Iglesia Mayor, hoy calle Jazmín, otra casa en el propio Camino de las Cañas, otra en la calle Puerta de Granada, un horno de pan en la Rambla de la Posta, una vivienda en la calle Nueva y cinco casas más ubicadas en las calles Buenavista, San Roque, Carrizo, Aduana y el Ejido de las Monjas frente al convento. Estaba todas arrendadas y les producía a sus propietarias la cantidad anual de 1.531 reales.

En cuanto a las propiedades agrícolas tenían 110 marjales de tierra de riego de diversa calidad en la vega de Motril. De los cuales 32 marjales eran de tierras de primera calidad: 10 en el pago de la Cañada, 13 en el del Agua del Hospital y 9 en el de la Rambla. De segunda calidad tenían 27 marjales, de ellos 3 estaban en el pago de la Acequia Chica, 8 en el Callejón de Paterna y 16 en el Callejón del Taraje. 35 marjales de tercera calidad, 9 en el pago de la Rambla y 26 en el pago del Balate de la Culebra. Por último, como tierras incultas por naturaleza, tenían 16 marjales situados en el camino que iba a la Punta de Carchuna.

Plano de la casa de los Herrera en 1767 (Archivo Histórico Nacional).

En la vega de Pataura eran de la propiedad del convento 12 marjales plantados de cañas de azúcar en el pago del Puente de Tablas, que tenían arrendados a Nicolás Duran.

De secano tenían una finca de 8 fanegas de tercera calidad en el Magdalite que apenas les producía una pequeña rentabilidad.

El total de las tierras les rentaba unos ingresos anuales de 1.548 reales. Entre el arriendo de las casas y las tierras la Comunidad Nazarena recibía 3.075 reales al año, cantidad más que insuficiente para su mantenimiento, ya que solo por la casa donde estaba el convento pagaban un censo anual de 219 reales. Baste citar que un sacristán de la Iglesia Mayor en la misma época ganaba 1.100 reales anuales.

Es la tónica general de las Nazarenas en Motril en el siglo XVIII, una gran pobreza y falta de recursos económicos que únicamente eran suplidos por la caridad de los motrileños, del cardenal Belluga que en sus pías fundaciones dejó una cantidad anual para su sostenimiento y de algunas de las familias nobles con propiedades en nuestra ciudad, tal como hacía el marqués de Algarinejo que anualmente entregaba una limosna para el convento.

Documentos hay muchos donde se mencionan las necesidades extremas que pasaban las monjas motrileñas. Como ejemplo, en 1779 la priora sor Josepha Rita de San Francisco de Sales, pedía una limosna al citado marqués porque no tenían ni agua para beber, ya que se había secado la fuente que abastecía al convento y carecían dinero para poder comprar agua o en 1800, año en el que la madre priora sor Manuela de la Santísima Trinidad solicitaban del marqués una ayuda para atender a “la grandísima yndijencia en que se aia, por la estremada pobreza del convento, pues las posesiones que tiene son pocas i de tan corto producto que no alcanza de sola la manutención de la comunidad”.

Convento de las Monjas Nazarenas de Motril.

La situación de pobreza y necesidad del convento nazareno debió ser muy importante en 1783. Las religiosas tuvieron que recurrir al rey, explicando que su convento estaba a extramuros de Motril y era muy pequeño para las 33 monjas que constituían la Comunidad. Por su situación, a las afueras de la ciudad, siempre estaba rodeado de mendigos y “gentes infelices”, por lo que constantemente las religiosas se veían obligadas “de oír y notar continuamente las cosas más opuestas a la modestia y decencia christiana”. A lo que se agregaba que no tenían agua y que el edificio del convento estaba amenazando ruina inminente.

Pedían a la Corona la casa que había sido de los Jesuitas expulsados en 1767, seguramente donde habían tenido el colegio de San Luis de Gonzaga en la actual plaza de Tranvía y alguna cantidad de los “espolios vacantes” para crear en ella el convento o para poder comprar la casa llamada de los Herrera que también había sido de los Jesuitas, en caso de que no se le concediera su primera petición.

La Corona pidió informes al arzobispo de Granada, quien encareció la virtud, austeridad, pobreza e importantes necesidades que padecían las Nazarenas; aconsejando socorrerlas cediéndoles todos los bienes que habían quedado en Motril de los expulsados Jesuitas que se valoraban en 96.250 reales, rebajándoles las cantidades de algunos censos que se debían y las dotaciones económicas destinadas a pagar a los maestros de Gramática que vivían en la citada casa. Si las Nazarenas decían no reparar su convento y tuviesen que pasar definitivamente al edificio del antiguo colegio, el arzobispo proponía que se podría hacer un edificio para los estudios de Gramática, a costa de los mismos bienes, en unas casas contiguas que, también, pertenecían al caudal de Temporalidades.

Ya se llevaba tiempo discutiendo que hacer con estos edificios desde que se expulsaron a los Jesuitas en 1767. Ya en ese año, el gobernador político y militar de la ciudad, Joseph del Trell, había propuesto que se hiciese un hospital en el edificio del colegio, sustituyendo al antiguo hospital de Santa Ana, que estaba en muy mal estado, y para la casa de los Herrera, aconsejaba que el inmueble se ocupase y que por el Estado se arrendase para dedicarlo a las administraciones de Rentas Reales, separando las Provinciales de las Generales con diferentes entradas. Con los alquileres se mantendría el edificio en buen estado.

Al final, la casa de los Herrera pasó tras diversos pleitos, el más importante el sostenido por el sobrino del Cardenal, Fernando Belluga, con el cabildo de la Iglesia Mayor por la posesión de la casa en 1773; arrendamientos y usos a ser propiedad del Estado y en ella se estableció la Aduana de Motril a mediados del siglo XIX. A principios del siglo XX perteneció a la familia Jiménez Caballero, que la reedificó y fue quemada durante la Guerra Civil.

Las casas del colegio “San Luis de Gonzaga”, huertas, noria, etc., fueron desamortizadas durante el Trienio Liberal y compradas por Ruperto de la Cámara en 1822 y posteriormente vendidas en 1837 a Francisco de Paula Micas y finalmente, adquiridas a principios del siglo XX por las monjas Dominicas para establecer su colegio del Santo Rosario.

Escudo, seguramente de la familia Paniza Ladrón de Guevara, en la sala principal del convento.

La Nazarenas no consiguieron, finalmente, su propósito de cambiar el edificio del convento al antiguo colegio jesuítico y debieron decidir quedarse, hasta hoy, en su monaterio y seguramente arreglarlo. En las primeras décadas el siglo XIX, adosada al lateral sur del convento se construiría una nueva iglesia de mucha mayor capacidad que la que tenían antigua y cuya traza se debe al arquitecto motrileño José Díaz de Alcántara.

En la actualidad en edificio del convento de las Nazarenas, a pesar de tener al menos 346 años, se conserva en bastante buen estado y forma una parte muy importante del escaso patrimonio arquitectónico, cultural y religioso de nuestra ciudad.

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