«ARTE», SI AÚN PUEDO LLAMARLO ASÍ…

✍Marina Rueda/Opinión.-

«Arte», si aún puedo llamarlo así…

La sociedad actual nace en la cuna de la vaguedad. Se percibe como una involución del ser humano, a pesar de todos los avances científico-tecnológicos dados durante las últimas décadas. Esto tiene un gran impacto en el arte, en la creación de obras de diversa índole pero, sin duda, en la conformación del ser humano.


Si nos remontamos en el tiempo, cientos de miles de pobladores aspiraban a una mejor vida con el fin de cubrir sus gastos básicos. Pintores, orfebres, escultores y joyeros buscaban con sus obras la estabilidad para subsistir y, consecutivamente, plasmar su expresión en un retrato de libertad. Tengamos en cuenta que ellos, con una milésima de recursos, consiguen procurar un legado artístico, científico y cultural que asienta las bases de los hitos y progresos que hoy se proclaman revolucionarios. Muy lejos de nuestras aspiraciones nos ocurre totalmente lo contrario: partimos del todo y vamos hacia la nada. Soy una ferviente defensora de que esta falta de recursos es lo que les ha llevado a sobrevivir de la forma más bella: aportando sus saberes e instruyendo sus habilidades.

Muchos de estos intelectos no se han visto reconocidos sino expatriados, condenados o repudiados. No obstante, se mantenían persistentes creando e instruyéndose como forma de entretenimiento. Su mundo interior era tan rico que les procuraba plenitud incluso en épocas de turbulencia.

Hace cuestión de días, la pareja de una compañera de gimnasio me hizo un comentario cuanto menos desacertado. «Cada cual vive en lo que percibe y se refleja de su mundo interior». Quiso decirme que todo es relativo y subjetivo; si nos centramos en trabajarnos, nos conoceríamos más, nos respetaríamos para así hacerlo con el resto, nuestras mochilas nos pesarían menos y, entre otros, evitaríamos círculos acotados que nos priven de ampliarnos.

Hoy, los jóvenes nos entrenemos en bares, en fiestas y, por suerte, hacemos algo de deporte. Yo soy la primera que me meto en el saco pero, al menos, me encargo de calentarle la cabeza a muchos de mis acompañantes con algún artículo, algún dato curioso, algún hallazgo o algún proyecto que tenga entre manos. Comparto, charlo y doy pie a reflexionar. No digo que cuchichear esté mal; de hecho, los homo sapiens hemos sobrevivido gracias al cotilleo con el fin de apiñarnos y derrocar al adversarios, cazar estratégicamente o enfrentarnos al depredador de forma conjunta. Lo cierto es que, actualmente, el chismorreo solo sirve para arroparnos en un mundo cada vez más globalizado pero nos desvía de los asuntos de peso. No hace falta más ver la cantidad de personas cultamente analfabetizadas, incapaces de salir de su zona de confort, sin volcarse ni esforzarse, ni acogerse a otras formas de pensamiento. Y por no hablar de otros males de la sociedad: niños cavernícolas, sin ganas de echarse a la calle a jugar, jóvenes «titulitis», deprimidos por no encontrar puestos que se correspondan con sus expectativas laborales, adultos abatidos que viven para trabajar y un sinfín de historias que oscurecen la sociedad actual.

Poco más se puede hacer, más que un cambio de mentalidad; para ello, se habrían de romper los esquemas y estudiarnos con sensatez, realismo y bases antropológicas.

El arte actual, la moda urbana, los edificios modernos se alejan mucho de la esencia del ser humano y sé que esto es cuestión de gustos pero, objetivamente, no podemos negar la implicación de una obra colosal renacentista con el dineral que cuestan dos pinceladas abstractas sobre un caballete y un fondo de óleo blanco o los seis millones de euros subastados por un plátano desechable, pegado a una cinta aislante.

Seamos sensatos y dejemos de pedir sin sacrificarnos; hagamos uso de las ingentes herramientas que tenemos a disposición. Hablo de tantas bibliotecas digitalizadas que evitan cargar con tomos o rebuscar entre páginas, de diverso material audiovisual y de dispositivos electrónicos que en el grosor de un centímetro albergan el mundo pasado, presente y futuro.

Y, sin embargo, todo se resume a que la sociedad del conocimiento sabe menos que ninguna.

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