Agustín Martínez declama un reivindicativo y emocionante pregón a los mayores de Granada

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José Manuel González/EL FARO

El reconocido periodista ensalzaba la esencia de cumplir años: «Cada año, cada arruga, cada cana que nos adorna son fruto de una experiencia, una vivencia o un recuerdo y esos son tesoros a los que no debemos renunciar por intentar vivir ese absurdo complejo de Peter Pan que a nada conduce»

Agustín Martínez (al fondo) y en primer plano la alcaldesa de Granada, Marifran Carazo (EL FARO)

El conocido y reconocido periodista Agustín Martínez Morales ha sido el encargado de dar vida al pregón dedicado a los mayores de Granada, dentro de la ‘Semana del Mayor’, en el Salón del Plenos del Ayuntamiento granadino, con la presencia entre otras autoridades públicas de la alcaldesa de la capital, Marifran Carazo, así como representantes civiles de la ciudad y compañeros de medios informativos.

Un pregón -organizado por la Asociación Provincial de Mayores de Granada-, pronunciado con la magistral profesionalidad y compromiso social que atesora Martínez Morales, que iniciaba dando las gracias por tan importante encargo, «que pretende homenajear y hacer justicia a todos los granadinos, que viven y disfrutan de esta ciudad de la convivencia y el encuentro que otorga el tiempo y la experiencia que los años nos dan» y añadía «Para muchas personas la vejez es un proceso continuo de crecimiento intelectual, emocional y psicológico».

Intervención de mujeres en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Granada, en el pregón de Agustín Martínez (EL FARO)
Agustín Martínez -Periodista-

Pregón de Agustín Martínez

Alcaldesa, concejales, presidente de la asociación provincial de mayores de Granada, premiadas y premiados, compañeras y compañeros mayores, buenas tardes y muchas gracias por acompañarnos en este pregón dentro de la Semana del Mayor, que con tanta ilusión prepara cada año la Asociación.

Permitidme que agradezca a la alcaldesa de Granada, que nos acoja en el espacio más solemne de esta ciudad, como es este Salón de Plenos, símbolo de la soberanía ciudadana y lugar donde se toman las decisiones más importantes para esta ciudad. Gracias, Marifran.

Y permitidme también que agradezca de todo corazón el honor que me hacéis al encargarme este pregón, que al fin y a la postre solo pretende homenajear y hacer justicia a todos los granadinos y granadinas, que viven y disfrutan de esta ciudad desde la convivencia y el encuentro que otorga el tiempo y la experiencia que los años nos dan.

Lo primero, en esta tarde tan especial, tiene que ser utilizar este momento único para recordar y rendir homenaje, a las compañeras y compañeros que ya no están, a quienes nos inculcaron su amor por esta ciudad, a quienes ahora estarían con ese pellizco en el cuerpo que os provoca la organización de esta semana, que seguro que no se van a perder desde el lugar donde se encuentren.

Un pregón es un anuncio público o la promulgación a viva voz de una noticia o información para que sea conocida por todos y tratándose de un acontecimiento entorno a los mayores, precisa de un pregonero con algunos años, hecho este que sí concurre en mi persona, confiando que también esté a la altura de la confianza que habéis depositado en mí.

Este humilde pregonero no tiene ninguna de las virtudes que sí han acompañado a mis antecesores en este precioso menester de pregonar a los mayores de esta ciudad, o lo que es lo mismo a quienes han hecho de esta ciudad lo que es hoy en día, una maravilla envidiada en los cinco continentes, un lugar de encuentro, de convivencia, de cultura, de tradición, de modernidad, de vanguardia y de futuro, porque a pesar de todos nuestros años, quienes nos encontramos en este salón de Plenos, no solo vivimos de la nostalgia y de los recuerdos, sino que seguimos mirando al futuro y peleando porque esta ciudad, a la que adoramos, tenga el mejor de los posibles. Por nosotros, alcaldesa, no va a quedar.

Mirar la nómina de quienes me han precedido en este honor de pronunciar el pregón del mayor, es sencillamente abrumador. Quizás por la brillantez de mis predecesores en este comprometido menester y porque no me acompañan ninguna de las maravillosas cualidades que ellos sí que tenían, he llegado a la conclusión de que solo podía abordar este pregón, haciendo lo único que sé hacer: Periodismo. Y como periodista voy a intentar compartir con vosotros diferentes miradas sobre nosotros los mayores.

Para muchas personas la vejez es un proceso continuo de crecimiento intelectual, emocional y psicológico. Momento en el cual se hace un resumen de lo que se ha vivido hasta el momento, un período en el que se debería gozar de los logros personales y contemplar los frutos del trabajo personal, útiles para las generaciones venideras.

El envejecimiento es un proceso que comienza pronto en la persona. En general esta realidad no se tiene en cuenta. Afecta a todos y requiere una preparación, como la requieren todas las etapas de la vida, porque hacerse mayor constituye la aceptación del ciclo vital, único y exclusivo de uno mismo y de todas aquellas personas que han llegado a este proceso.

Saber que todos envejecemos, prepararnos para hacerlo bien y sacarle mayor provecho posible a esos años, es un aspecto importante de nuestra educación. Hablamos de un proceso dinámico, gradual, natural e inevitable. Nos vamos dando cuenta de que nos hacemos mayores por el reconocimiento de nuestro cuerpo cambiante, del espejo, de la mirada del otro y de la exclusión de la sociedad en la mala interpretación del proceso productivo.

A diferencia de lo que muchos creen, la mayoría de las personas mayores conservamos un grado importante de nuestras capacidades, tanto físicas como mentales, cognitivas y psíquicas y además atesoramos un capital impagable como es el de la experiencia, gracias a la cual podemos ser de extraordinaria utilidad a una sociedad, que lamentablemente tiende a arrinconarnos y a prescindir de lo mucho que podemos aportar.

Existe una obsesión patológica con la juventud, con mantener a toda costa un aspecto y actitud que se asocia con la belleza y el éxito. Por otra parte, se desprecia a quienes no se consideran productivos y se observa que para muchos trabajos, si tienes más de cincuenta años, «no sirves», sin valorar la experiencia u otras cualidades que se adquieren con la edad, porque lo cierto es que, si no ocurre una desgracia que nos lo impida, todos llegaremos a viejos, que es lo deseable, por lo que si es una ley que a todos llega, ¿a qué se debe esta actitud de la sociedad teóricamente mejor formada de la historia?

Necesitamos una reflexión en este tema, hacer pedagogía y tratar de quitar el peso excesivo que tienen tanto la juventud como la vejez, la primera sobrevalorada en muchos aspectos y la segunda infravalorada en otros. Y es que, como decía Mark Twain, «Las arrugas deberían indicar simplemente donde han estado las sonrisas».

«Edadismo» y «gerontofobia». Así se denomina a ese incomprensible rechazo hacia las personas mayores. Durante la infancia nos preparan para ser adultos, pero cuando pasamos por la etapa de la “adultez”, dejan de prepararnos a nivel social para una etapa posterior. Como si hubiéramos llegado al “top” de nuestra existencia. Cierto es que nos pueden preparar en todo caso para la jubilación desde una perspectiva económica (véanse anuncios varios de planes de pensiones privados), pero no para vivir la etapa de la vejez. Parece que la misma sociedad que nos prepara para ser adultos no nos quiere preparar para ser viejos porque viejo parece ser una etapa terrible.

El gerontofóbico no solo teme la vejez, sino que además tiene unas ideas claramente sesgadas sobre los mayores: piensa que somos esa población dependiente incapaz de aportar nada a la sociedad, cuando lo cierto es que nada engrandece tanto a una sociedad tanto como apreciar y atender a la población más mayor. Valorar esta etapa del ciclo vital es algo que todos deberíamos tener más presente. Sin embargo, hay actitudes y comportamientos que rompen con este principio esencial.

Pocos hechos pueden resultar más lamentables, no hay duda. Es más, en un contexto como el actual, el fenómeno de animadversión o incluso de invisibilidad hacia el mayor no ha hecho más que aumentar.

A lo largo de la pandemia hemos visto muchos ejemplos de gerontofobia. Los cribajes en los hospitales dejando a su suerte a los mayores de muchas residencias fue un triste ejemplo en el momento más grave de nuestra historia contemporánea. A esta actitud discriminatoria se le suma también el edadismo ya largamente arraigado en nuestra sociedad. Lo peor de todo, es que estas dinámicas cuestan vidas, merman bienestares y ante todo, dignidades.

El odio a los mayores y el rechazo patológico a la vejez viene del desconocimiento, del culto a lo joven, de quien discrimina al diferente porque sencillamente no lo entiende, le incomoda y refuerza estereotipos del todo equivocados. Aún más, la gerontofobia es el ejercicio de la conducta inmoral, de quien no solo teme a la vejez, sino quien llega a ejercer un comportamiento supremacista.

Toda fobia se trata racionalizando ideas, emociones y a su vez exponiéndose al foco aterrador. En este caso, hay algo evidente. Todos envejeceremos y el gerontofóbico se encontrará tarde o temprano convertido en lo que más teme.

Esperemos por tanto que cuando eso ocurra, la sociedad que lo envuelva sea lo bastante sensible e inteligente como para tratarlo como todos merecemos: con amor y humanidad.

El rechazo a la vejez es una actitud muy extendida en nuestra sociedad. Y, como no podía ser de otro modo, esta circunstancia se refleja en los mensajes publicitarios emitidos en los medios. La creativa agencia de publicidad Sra. Rushmore ha realizado un estudio al respecto para lo que seleccionaron a diez anunciantes españoles de gran peso económico y analizaron sus anuncios en televisión a lo largo de un año. Los resultados obtenidos son elocuentes.

El informe destaca, en primer lugar, la irrelevante presencia de las personas mayores en publicidad. Resulta un hecho sorprendente, dado nuestro creciente peso demográfico. ¿Somos los mayores invisibles para la publicidad? Al parecer, sí. Los anunciantes apenas nos prestan atención; parecemos importarles poco como potenciales consumidores. Cuando se dirigen a nosotros, difunden un perfil estereotipado y poco real. La forma de presentarnos tienen poco que ver con la realidad de nuestro tiempo. Personas que apenas hacen actividad física y con relaciones sociales muy reducidas, casi siempre aparecen recluidos en el hogar y con un rol social  reducido al de esposos o abuelos ¿Les suena?

La mayoría de los mayores del siglo XXI no respondemos a ese sesgado prototipo. A pesar de ello, siguen vigentes numerosos prejuicios que fomentan un gran rechazo a la vejez.

En la Grecia clásica la edad más valorada era la madurez, cuando se alcanza la plenitud intelectual. En culturas tradicionales el mayor es muy apreciado por su experiencia y merece el mayor respeto. En nuestros días parece que la jubilación marca un cambio biográfico en la persona y pierde valor social. Cuando lo cierto es que el cambio es sólo administrativo y el valor de toda persona sigue siendo el mismo.

Sin embargo todas las personas, mayores o no, tenemos dignidad, y eso es ya suficiente aportación. Las gentes de más edad contamos con una experiencia y conocimiento muy valioso, porque todo en esta vida no es competencia digital. Yendo aún más allá, quienes hacen posible la conciliación familiar de los jóvenes, en el trabajo y en la diversión, son los abuelos que se hacen cargo de los nietos; hay familias que salen adelante gracias a la jubilación del abuelo, el turismo se mantiene en buena medida gracias a los mayores y sin nosotros quebraría la industria farmacéutica. Luego no sólo tenemos dignidad, sabiduría y experiencia, sino que también somos monetariamente rentables.

Pero es que además, el aumento de la longevidad no ha contribuido a extender la etapa de la vejez, sino que ha creado una nueva etapa, que algunos sociólogos denominan “segunda edad adulta”. Y a la “tercera edad” se añade una cuarta e, incluso, una quinta edad. La presencia simultánea de cuatro generaciones en las familias constituye una verdadera revolución en las dinámicas sociales y familiares que han hecho nacer, no solo unas relaciones intergeneracionales inéditas, sino también una transformación de los roles de género, de las necesidades de cuidados y de las políticas públicas dirigidas a las personas mayores.

Esta “segunda edad adulta” se caracteriza por su gran vitalidad y elevada participación social y política, lo que rompe con los estereotipos asociados a la vejez. Las personas mayores no representamos las supervivencias de un pasado al cual nos aferramos, sino que somos sujetos activos en la transformación de las sociedades. Somos sujetos que crean un nuevo tipo de ciudadanía activa que influimos en las decisiones sociales y políticas y que cada vez lo haremos más como fruto de nuestra mayor presencia en número y en protagonismo.

Así que por favor, no nos traten como niños, no se dirijan a nosotros como a seres que no entienden nada de lo que ocurre a su alrededor, no nos hablen como si no tuviéramos uso de razón. Ser mayor no es sinónimo de ser idiota ni disminuido mental.

Uno de los fenómenos más indignantes que nos está tocando vivir es ese intento de enfrentar a los mayores con los jóvenes, a los abuelos con sus nietos, a cuenta de la precariedad en que viven estos últimos, frente a la relativa seguridad económica de que disfrutamos los mayores, eso sí después de cuarenta años de cotizaciones.

Quienes pretenden trasladar el relato de que para pagar mejor a los nietos, hay que precarizar a sus abuelos, son unos indecentes que se olvidan que en lo peor de las crisis económicas, han sido siempre nuestras pensiones las que han salido al rescate de nuestros hijos y nietos, o que son nuestros avales, quienes les permiten acceder a su primera vivienda. Nuestras pensiones tienen que seguir manteniendo su poder adquisitivo, primero por dignidad, segundo porque nos lo merecemos y tercero porque en el caso de que vuelvan a venir mal dadas, son la garantía de que todo el tinglado no salte por los aires.

Los más jóvenes son, actualmente, uno de los colectivos más vulnerables. La falta de un sistema de protección y de medidas adecuadas para satisfacer sus necesidades conduce a un país en el que las generaciones más jóvenes sienten que han sido excluidas o marginadas de la vida social, económica y política.

Es cierto que muchos jóvenes se sienten frustrados ante las numerosas dificultades para acceder al mercado laboral y mantenerse en este dignamente, así como para acceder a la vivienda, ahorrar, moverse en la escala social en sentido ascendente, etc. Generaciones de jóvenes sienten cómo la sociedad los excluye y las políticas no los apoyan, y advierten, además, que sus proyectos de vida se tornan cada vez más complejos… Pero la culpa de ese desastre no es de los mayores y esquilmar nuestras pensiones no se traduciría en mejorar automáticamente el poder adquisitivo de nuestros nietos

Resulta vital que la ruptura del pacto generacional no se plantee como una cuestión de rivalidad entre grupos de edad, sino como una situación de desigualdad intergeneracional que requiere soluciones. Cerrar la brecha entre jóvenes y mayores y recuperar el pacto generacional es una necesidad del presente y una apuesta de futuro.

Como señala Joaquín Estefanía en su libro «Abuelo, ¿Cómo habéis consentido esto?» «El mayor desafío de las democracias maduras tras los años de crisis económica es restaurar el contrato social entre generaciones». Esta es la mejor forma de comprometer a las nuevas generaciones con el sistema de solidaridad en que se apuntala el estado del bienestar.

Con el paso de los años se comprobará cuáles son las consecuencias del cambio de situación y de perspectivas entre generaciones y se verá si el retroceso experimentado en la segunda década del siglo es solo consecuencia de la última crisis económica y financiera, o si, por el contrario, obedece a un patrón de las sociedades avanzadas.

La ruptura del pacto generacional afecta a la idea de progreso. Más aún, en un contexto en el que los avances que trae consigo a la revolución tecnológica no siempre se acompañan de avances sociales para determinados colectivos.

Señores políticos y señores empresarios, no cuenten con nosotros para hacerle imposible la vida a nuestros nietos. La dignidad de nuestras pensiones no es la causa de los sueldos de miseria que pagan a nuestros jóvenes. Solo tienen que mirar sus propias cuentas de resultados, los millonarios dividendos que reparten a sus accionistas y los vergonzosos bonus que se embolsan sus directivos, para darse cuenta de que si no pagan sueldos decentes a los jóvenes no es porque nuestras pensiones lo impidan, sino por otra cosa.

La denuncia de Carlos San Juan -médico valenciano de 80 años- ha conseguido centrar la atención en la falta de adecuación del servicio prestado al colectivo de sénior que -conviene recordarlo- suponen más de 16 millones de españoles, 200.000 en nuestra provincia. Los bancos y las administraciones públicas con su atención telemática han dejado “indefensos” a millones de clientes que no se desenvuelven correctamente en internet.

Casi al mismo tiempo el gobierno reclamó la inclusión financiera. Pero, como si de un boomerang se tratase este asunto golpea ya al sector público que tendrá que aplicar sus propias normas para evitar la exclusión administrativa de los mayores, ya que la pandemia ha derivado gran parte de los trámites administrativos a la red de redes. Querida alcaldesa, adelántese y suprima de una vez por todas la obligatoriedad de conseguir una cita previa por internet para cualquier trámite que tengamos que realizar con este Ayuntamiento.

¿Qué decir de los trámites con la seguridad social, para solucionar cualquier asunto relacionado con nuestras pensiones, o con la Junta de Andalucía, para tramitar la dependencia? Pero sin duda lo que más inquietud provoca es la infame práctica de depender de internet para conseguir una cita médica, o de tener que ser atendidos telefónicamente. La inmensa mayoría de nuestros mayores no están acostumbrados a ello, máxime en un tema tan sensible como es el de su salud y no se le olvide a nadie que tienen todo el derecho del mundo a ser atendidos de la manera más rápida, digna y eficaz.

Que un octogenario use una plataforma digital para denunciar que con su edad no se desenvuelve bien en lo digital, parece una ironía. Pero no lo es tanto si profundizamos en algunos datos. El reciente Barómetro de Consumo Sénior de la Fundación MAPFRE ha puesto de manifiesto que seis de cada diez sénior españoles estamos en internet. O lo que es lo mismo, a diez millones de mayores de 55 años se nos puede considerar población digital.

En concreto más de nueve millones gestionamos nuestras cuentas bancarias online, siete millones compramos por internet y más de nueve estamos en Facebook o twitter y nos comunican por WhatsApp. ¿Cómo es posible entonces que tenga razón esa denuncia? La respuesta no es solo por lo heterogéneo de esta población sino también porque sabemos lo que es sufrir una mala atención telemática.

Por eso conviene poner el foco -no solo en la población que queda excluida de la atención presencial- sino también en la pésima calidad de algunas aplicaciones informáticas que no están pensadas para hacer la vida fácil al usuario, con independencia de su edad. ¿Acaso si no has llegado a los 55 años, hacer trámites en internet es una cosa placentera? No. Se sufre con muchas herramientas informáticas, no solo por la edad, sino porque están mal diseñadas o por lo menos no facilitan la vida al que las usa.

Esta denuncia que sufren ahora los bancos, llegará a otros sectores y a la propia administración y hemos de alegrarnos por ello ya que supondrá una mejor atención a los ciudadanos (sean mayores o no). Pero aun así no puede eliminarse el foco de otra cuestión muy importante. Cuando el jubilado valenciano habla de que los mayores no son idiotas, puede referirse a la primera acepción de la RAE “corto de entendimiento” pero igual también a la quinta, a saber, “que carece de instrucción”. Y aquí también hay una batalla por luchar.

En un reciente seminario de la Fundación Edad y Vida se dieron algunos datos para reflexionar por boca del entonces director de economía del Banco de España. Los trabajadores españoles mayores de 55 años dedican menos horas a su formación que sus pares europeos. Al mismo tiempo el porcentaje de españoles de esa edad que reciben formación no reglada es el más bajo comparado con cualquier otro sector de población de nuestro país. Son datos de Eurostat e INE. Qué contrasentido, cuando debería ser justo lo contrario, al ser los que más riesgo tenemos de obsolescencia, aunque sea solo por los años que han pasado desde nuestra educación formal.

El pasado domingo celebrábamos el Día Internacional de las Personas Mayores, una fecha elegida por Naciones Unidas para reconocer «la contribución imprescindible» de las personas mayores a la sociedad y dar visibilidad a problemas y discriminaciones específicas que sufre este colectivo, con ese motivo parece que las diferentes fuerzas políticas se están planteando pacto de Estado para la defensa y promoción de los derechos de las personas mayores con el fin de «sensibilizar a la sociedad sobre las sociedades longevas y promover la intergeneracionalidad», así como «la necesaria incorporación de la perspectiva y la experiencia de la gente mayor en las políticas como un valor que beneficia a la sociedad», entre otras cuestiones.

Contar con el talento de todas las personas es fundamental para lograr ese objetivo y la experiencia de las personas sénior es un activo esencial para configurar una sociedad más competitiva y sostenible, porque no podemos dejar de reconocer que la demografía está cambiando aceleradamente y que para 2050 las personas mayores casi duplicarán su número actual, una cuestión que requiere una revisión cuidadosa de las políticas para abordar el envejecimiento como un fenómeno diverso y complejo, sin vincularlo exclusivamente con el final de la vida productiva, sino con la oportunidad de una vida activa y saludable.

Queridos y queridas colegas en el DNI, es cierto que la mejoría en nuestras condiciones de vida, en la alimentación y en la atención sanitaria que hemos recibido, hacen que nuestro horizonte vital haya aumentado considerablemente en relación con la de nuestros padres o abuelos, sin embargo no seré yo el que se apunte a lo de que los sesenta son los nuevos cuarenta, ni es cierto, ni falta que hace. Cada año, cada arruga, cada cana que nos adorna son fruto de una experiencia, una vivencia o un recuerdo y esos son tesoros a los que no debemos renunciar por intentar vivir ese absurdo complejo de Peter Pan que a nada conduce.

Termino ya. Como decía Ingmar Bergman, «Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre y la vista más amplia y serena.» No pedimos imposibles, tan solo respeto, salud y dignidad y servicios públicos que nos permitan tener una vida digna siempre.

Muchas gracias y a disfrutar cada segundo.

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