LOS CUENTOS DE CONCHA

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BRUMAS ETERNAS

Concha Casas -Escritora-

Era mayo, aunque este comentario casi es redundante, no podía  ser otro mes. Dicen que ese es el mes de la Virgen, por eso es evidente que esta historia solo podía ocurrir cuando ocurrió.

Fue hace mucho tiempo, en un tiempo que pareció perderse entre las brumas de un reloj invisible que se negó a avanzar. Todo era estático, da igual que diga que fue en el año 40,  el 47 o el 53, es lo mismo, el mundo se había detenido y el silencio se había apoderado de él.

No había periódicos. Bueno esto no es rigurosamente cierto. Si los había, pero cuando llegaban al  pueblo,  las noticias que en él aparecían estaban tan desfasadas que hasta allí se  conocían.

Es curioso, solían llegar a casa de Don Sebastián, y desde allí, una vez que la familia principal del pueblo lo leía, llegaba a la puerta del casino. Era Elías, el maestro, quien sentado en una pequeña silla de anea lo leía al corrillo de hombres que se agrupaban  a su alrededor.

Ese ritual se alargó más de dos décadas, después casi todos se fueron a la ciudad y los pocos que allí quedaron perdieron el interés por saber qué ocurría más allá de esos montes que los protegían y aislaban del mundo exterior.

Por eso, aquel mes de Mayo, todo el pueblo sabía que la Virgen de Fátima había iniciado un recorrido por tierras españolas, iniciado por supuesto en el Pardo, donde el Caudillo la recibió con todos los honores, al fin y al cabo él había sido el artífice de la gran cruzada y la Iglesia le agradecía así su gran labor.

De las peripecias que ocurrieron en su periplo por tierras hispanas, se ha hablado tanto que daría para escribir no una, sino una colección entera de libros.

Enseguida comenzó a correr el rumor de los milagros que a su paso iba haciendo la Señora. Uno de los más nombrados fue el famoso que anunciaba cómo de una manera prodigiosa, antes de su llegada, las palomas como  mensajeras aladas hacían acto de presencia en los pueblos, donde a continuación hacía su entrada el cortejo, presidido por Obispos, en las ciudades más importantes y por diferentes miembros de la curia cuya graduación bajaba según descendía la categoría del pueblo a visitar.

El caso es que al  pueblo que nos ocupa  llegó acompañada de la delegación oficial y del párroco de la cabeza de partido más próxima. Por supuesto primero lo hicieron las famosas palomas.

Manolico el chato llegó corriendo a la placeta gritando que había visto a dos forasteros soltarlas de una jaula, justo a la entrada. Pero Don Pedro, el cura, le dio un pescozón y lo mandó a callar si no quería acabar denunciado  por hereje.

La visita se vio precedida de todo el revuelo que cabía esperar. El alcalde obligó por decreto que se encalaran todas las fachadas del pueblo y  que se adornaran los balcones con geranios y macetas vistosas, incluso contrató a la banda municipal del pueblo vecino. Vendrían grandes autoridades y había que estar a la altura.

Angustias, sacó a Luisico de su casucha y como pudo lo llevó en brazos a ver si la Señora hacía el milagro y le daba luz a las entendederas de ese hijo que le nació tonto y tonto seguía. La Serafina la esperó de rodillas y con los brazos en cruz a la entrada del camino largo para acompañarla así hasta la Iglesia. Tenía un hijo en la cárcel y aunque nunca se hablaba de él, con ese gesto fue como si desafiase la moral y las buenas costumbres del lugar, tanto que Don Pedro no la dejó traspasar las puertas de la casa de Dios.

La Paquilla salió con su pequeña hija, que babeante y ausente miraba alrededor como si aquello no fuese con ella. Todos esperaban un milagro y todos se apresuraron a presenciarlo desde los mejores puestos.

Micaela, había hecho promesa de que acudiría con sus tres hombres desde el cortijo y que harían el camino descalzos. Pero su marido se había comprometido ese día a limpiar el pozo de los señores y por más que intentó disuadirlo para que la acompañara,  no consintió en hacerlo.

De manera que esa mañana del mes de Mayo todo el pueblo, menos el marido de Micaela, estaban en la calle dando la bienvenida a la Señora, pidiéndole cada uno que los liberase de sus particulares miserias.

Sin embargo la Señora llegó y se marchó y Luisico siguió tan inocente como el primer día, el hijo  de la Serafina siguió en la cárcel y la niña de la Paquilla siguió babeando como lo había hecho siempre.

Solo algo pareció cambiar: el marido de Micaela no aparecía. Hubo que esperar al alba para dar la voz de alarma y para que comenzara la batida general.

No hubo que buscar mucho, se había caído al pozo con tan mala fortuna que se fracturó las dos primeras vértebras en su caída, muriendo en el acto.

Don Pedro enseguida se apuntó el tanto, en su pueblo sí hubo milagro. Se apresuró a informar a las autoridades del sobrenatural suceso. Era evidente: la Señora había castigado al infame que se atrevió a ignorarla.

Fue una jugada perfecta, Oleoso pasó a engrosar la lista de pueblos donde se había manifestado la presencia divina (se decía que habría un bula especial para los habitantes de los lugares donde esto ocurriera) y Don Pedro aumentó considerablemente el poder que ya ostentaba sobre sus  feligreses.

Y el silencio siguió sobre el pueblo y el tiempo siguió perdido en esas brumas que ya se antojaban eternas.

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