LOS CUENTOS DE CONCHA

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ALBERTO

Concha Casas -Escritora-

La noticia del embarazo no fue bien recibida. Eran tiempos difíciles y en la familia había ya tres bocas que alimentar. El padre, responsable de una economía familiar que no acababa de arrancar, sugirió incluso deshacerse de esa criatura que apenas estaba empezando a formarse. Pero la madre se negó a hacerlo. Es difícil cuando ya sientes una vida en tu interior , tomar esa decisión que ninguna mujer desearía adoptar. Y mucho más en un época en la que no solo era pecado mortal hacer algo así, sino que además tenía pena de cárcel.

Así pues Alberto llegó al mundo sin haber sido llamado a él. Pero era un niño tan hermoso, tan bueno, tan dócil, que se convirtió pronto en el juguete de todos. La mayor de sus hermanas le llevaba diez años y del  inmediatamente anterior a él, lo separaban cinco.

De manera que el pequeño de la casa se convirtió pronto en el mimado de todos. Siempre se le veía pegado a las faldas de su madre, con quien tenía un enganche especial… quizás su subconsciente sabía que si había llegado a este mundo había sido gracias a ella.

Tímido y huidizo, el comienzo de su vida escolar fue terriblemente traumático, durante el primer año cada mañana se aferraba llorando a su madre, que desolada lo dejaba allí cada día con el corazón encogido.

A él lo que realmente le gustaba era encerrarse en casa y crear con sus manos toda clase de objetos, con madera, arcilla, cuero… todo lo que estaba a su alcance era susceptible de ser moldeado y lo hacía con una habilidad que sorprendía a todos.

Apenas pudo decidir, decidió que dejaba los estudios que tanto sufrimiento le habían costado y su padre, práctico como pocos, dispuso que se fuese voluntario a la mili, a ver si hacía carrera en el ejército, como a él mismo le hubiese gustado hacer. 

Entonces ocurrió algo que derribó para siempre los cimientos de esa familia. El progenitor, pilar y sostén de la misma  murió de golpe y sin previo aviso, un infarto fulminante destruyó para siempre el hogar que hasta ese momento fue el pilar de todos ellos.

Tras probar suerte en varios trabajos en los que nunca se sintió cómodo, conoció en una de esas noches que últimamente juntaba con el día, a la que sería el único amor de su vida. Toda la soledad que acumulaba su alma encontró consuelo entre los brazos de Alba. Y juntos iniciaron una nueva vida lejos de todo y de todos. Se refugiaron en un pueblo perdido y con sus propias manos levantó el que sería su hogar a partir de entonces.

Juntos siempre, a él le sobraba todo lo que no fuera ella. No necesitaba nada ni a nadie. Crearon su propia empresa que entre los dos consiguieron sacar adelante. Y en esa juventud que sentían eterna, se entregaron a toda clase de placeres, tan inmediatos como dañinos.

Todo fue perfecto hasta que dejó de serlo. Durante veinte años forjaron un paraíso que creyeron eterno, ignorando que desde que la humanidad pisó esta tierra, el ser humano fue expulsado sistemáticamente  de cualquier Edén.

Y de pronto todos los miedos de su infancia, incluso de antes de esta, cayeron sobre él.

Se refugió en esas noches eternas de alcohol y entre sus vapores perdió la noción de la realidad. Su bajada a los infiernos fue imparable. El llanto se convirtió en su más fiel aliado, como en aquellos lejanos primeros días de escuela, pero ahora ya no tenía a quien aferrarse, porque nadie quiere tener a su lado la carga del dolor continuo en la que él se había convertido.

Se perdió primero a sí mismo y a partir de ahí las pérdidas vinieron solas, la ilusión, las ganas de vivir, la casa, el trabajo… mil veces pensó quitarse la vida, esa vida a la que había llegado casi por casualidad… hasta que al final lo consiguió.

El día que anunciaron su muerte, los que aún lo querían, los pocos que aún lo querían, no lloraron por su marcha, que casi se les antojó la mejor de las opciones posibles, sino por ese infierno en el que durante esos últimos años, había convertido su vida.

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