LOS CUENTOS DE CONCHA

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LO QUE PASÓ

Concha Casas -Escritora-

Nunca sabré cómo habría sido mi vida de no haber pasado aquello… quién sabe, quizás todo lo que ocurrió debió pasar para que fuese como fue, como ha sido, como he sido, como soy.

Me cuesta recordar como era antes. Supongo que mi vida transcurría con la normalidad de la de cualquier joven de veinte años en aquellos lejanos comienzos de la democracia.

El marco gris, todavía gris, de esa España pobre de eterna posguerra.

Aunque faltaba poco, todavía a años luz de la locura de aquellos 80 en los que me bebí la vida a tragos.

Tenía novio, cuatro años de relación que nadie dudaba, yo la que menos, que acabaría en el altar.

Todo muy normal y dentro de lo que se esperaba, de lo que yo misma esperaba.

Hasta aquella tarde.

Terminaba noviembre en un otoño más frío que nunca, cuando todavía se estrenaban los abrigos para los santos. Esa tarde además llovía como sólo llovía entonces.

Salí tarde del trabajo y paré un taxi, a pesar de llevar paraguas, poco hacía por contener el torrente que caía del cielo.

Curiosamente, apenas me senté dentro del coche comenzó a amainar, a los cinco minutos ya ni llovía.

Divisé la plaza de Colón, allí debía girar  a la izquierda y cuatro calles más allá me estaría esperando mi casa, la de mis padres, que aunque todavía no lo sabía, me faltaba bien poco para abandonar, pero no de la forma que aún creía.

Sin embargo el taxi lejos de parar, aceleró.

-¡Oiga, oiga! – alerté – que se ha pasado el desvío.

Sin contestarme y acelerando aún más, inició una carrera de la que apenas recuerdo más que mi angustia y un miedo creciente que se iba apoderando de todo mi ser.

Intenté abrir la puerta, pero la velocidad me impedía hacerlo. Todo pasó tan deprisa que apenas tengo un recuerdo lógico de cómo fue.

Sé que de pronto paró el coche y sin mediar palabra el taxista, al que apenas había visto la cara, abrió la puerta de atrás. Mi miedo ya se había convertido en pánico, casi en terror. Tiró de mi arrastrándome de los pies, con los que intentaba patearlo… fue inútil.

De pronto estaba tirada sobre un barrizal inmundo, con él encima. Me había subido el vestido y babea y gemía sobre mi, hasta que su semen caliente bañó mi cuerpo. 

De pronto se hizo el silencio. La oscuridad cayó sobre mí, pero fue incapaz de ocultar el asco que me embargaba por entero.

Antes de irse tiró sobre mí el abrigo y el bolso que aún permanecían dentro del coche y arrancó dejándome tirada sobre el barro, humillada, hundida… perdida.

Es curiosa la mente. Mi primer pensamiento fue para el abrigo, que afortunadamente no se había manchado.

En estado de shok me levanté, recompuse mi ropa y poniéndome el abrigo, comencé a andar hacia la luz más cercana.

No sabía bien donde estaba, aunque la calle no me era desconocida del todo. Abandoné el descampado y apresuré el paso hasta la seguridad de las luces. No sé ni cuanto tiempo estuve andando, ni en qué dirección. De pronto vi una cafetería y entré en ella. Pedí algo, no recuerdo bien qué y fui al baño. Intenté con agua y papel, lavar el horror que tardaría años en irse de mí… si es que alguna vez se fue del todo.

Afortunadamente al salir, en la barra vi una cara amiga. Apenas me vio supo que algo ocurría.

– ¿Te pasa algo Chiqui? – Era un amigo de mi padre, de esos de toda la vida y al verlo y escucharlo llamarme por el nombre cariñoso que me daban en casa, me derrumbé.

Echándome el brazo por los hombros, pagó, me sacó de allí y llevándome hasta su coche me condujo a casa.

No le conté nada, ni él preguntó. Nunca le agradecí lo bastante lo que hizo por mi, lo que supuso para mí su presencia y su discreción.

Los sentimientos que me asaltaron después fueron muchos y variados. Aparte de la rabia, el asco, la impotencia, la humillación… la culpa.

Eran otros tiempos, otro mundo, las mujeres no valíamos nada o casi nada. Si me había pasado eso, por algo sería, algo habría hecho yo.

Entonces esa vergüenza, esa culpa, me hundió más aún. 

No se lo contaría a nadie. A mis padres imposible… solo a mi novio. Él me ayudaría a superar el horror de lo vivido.

Eso es lo que creí… pero lejos de hacerlo, la persona que supuestamente más me quería en este mundo, comenzó un alejamiento paulatino y sistemático de mí, como si yo le diese asco, corroborando y reafirmando ese sentimiento de culpabilidad que se apoderó de mi.

Entonces no existían plataformas de ayuda a la mujer, no se hablaba de malos tratos, ni de vejaciones, ni mucho menos de violaciones… sin ayuda, sola, hundida y perdida, hice lo único que podía hacer. Renegué y renuncié a los hombres…

He tenido muchos amores desde entonces, todas mujeres… he sido muy feliz con cada una de ellas, pero ahora, cuando la juventud se me escapa a manos llenas, no puedo evitar preguntarme cómo  habría sido mi vida, de no haber pasado lo que pasó.

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