FINIS AFRICAE

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DEL RESPONSO A LA FABADA AL ASESINATO DEL PARTICIPIO

Francisco Guardia -Escritor-

Pocas veces es cierto que cualquiera tiempo pasado fue mejor. No hay más que pensar en los progresos de la Medicina o la extensión de la cultura a todos los estratos de la sociedad. Hoy afortunadamente el flagelo del analfabetismo está a punto de ser eliminado en España si tenemos en cuenta una estadística de 2018, última que conozco, según la cual la tasa de alfabetización es del 98’44%, con lo que solo queda un escaso uno y pico por ciento de analfabetos correspondiente a personas muy mayores que faltas de estímulos y salud ya no se sienten impulsadas a cambiar su situación.

Es un estado de la cuestión que emocionaría a nuestro paisano Manuel Rodríguez Martín (Juan Ortiz del Barco) que tanto luchó desde su pequeña parcela por la erradicación del analfabetismo, escribiendo sobre él y dando clases a adultos de manera altruista. En mi pequeño archivo sobre el personaje guardo un recorte de un artículo de prensa, sin fecha pero circa 1905, donde a cuenta de un Resumen de la información acerca de los obreros agrícolas en las provincias de Andalucía y Extremadura, dado a la estampa por el Instituto de Reformas Sociales, se subleva contra la teoría entonces muy generalizada que achacaba aquella calamidad a las “leyes étnicas” y el medio ambiente.

No me resisto a consignar, por si a algún lector interesa, lo que dice sobre nuestra provincia: “En Granada hay pueblos en que saben leer y escribir un 80 por 100, y en cambio no sabe leer ningún obrero del campo de Ventas de Zafarraya, Purullena, Bayacas, Carataunas, Melegís, Mondújar y Cádiar”.

El artículo finaliza negando la determinación por motivos raciales o del medio: “Las causas, a mi entender, de las enormes diferencias apuntadas, deben ser otras, que al Magisterio español corresponde descubrir y proponer urgentes remedios para que desaparezca esa miseria intelectual que en manera alguna puede justificarse”.

Pero si es cierto que las nuevas generaciones saben bien que -como enseñaban los señoritos de la ciudad a la gañanía del cortijo en Los Santos Inocentes– la C con la A hace KA y la C con la I hace CI, e incluso quienes no sean unos vagos podrán adquirir unos notables conocimientos en ciencias y técnica, también hay que admitir que por exigencias del calendario escolar los contenidos del plan de estudios son limitados y todo lo que se incremente en un área de conocimientos tiene que ser en detrimento de otras. Y ahí el pagano son las Humanidades: Filosofía, Gramática, Literatura, Historia… que no sirven para elaborar salchichones, fabricar coches, ni sustituir bucólicos prados por mazacotes de cemento.

El resultado es una formación paticoja que los más sensatos solucionan por el mejor y más barato medio que hay: leyendo, aunque nunca faltará un porcentaje de temerarios que se lanzan a la batalla sin yelmo ni adarga, exponiéndose a quedar peor que Cagancho en Almagro cuando se meten en berenjenales que no son los suyos. No estará de más, al hilo de este asunto, recordar alguna cosilla que hemos leído por ahí.

No fue en un modesto periódico de un pueblo olvidado en la geografía sino en un acreditado diario de difusión nacional donde repasando un reportaje sobre el alarmante incremento de usuarios en los comedores sociales, encuentro que los autores, asistentes a uno de estos puntos de ayuda, informan de que, antes del reparto, uno de los que dirigen aquello “reza un responso encima del pan y la fruta”. Y uno se queda perplejo. ¡Hombre, si yo estoy allí esperando para comer salgo corriendo por si las moscas!

Es probable que lo que quisieran decir es que bendijo los alimentos, porque un responso como casi todo el mundo sabe -iba a escribir “todo” pero ya lo dudo- es una oración por los difuntos, como aquellas que en mi lejana infancia oía recitar al párroco de La Encarnación don Salvador Huertas Baena, “Liberame Domine de morte aeterna in die illa tremenda…” en un latín que yo no entendía pero que me impresionaba por su entonación, y que los actuales curas suelen rezar con menos pompa en los idiomas vernáculos.

Ese gazapo me hizo recordar otro al que me referí hace tiempo, cuyo responsable fue un autor que intentaba sobrevivir en el ya fenecido mundo de la novela pulp y que rescatando al personaje verniano capitán Nemo, nos contaba que navegando en el Nautilus por la Antártida “ofició una misa por los marinos caídos” demostrando que no tenía ni pastelera idea de en qué consiste una misa. Por cierto hubo alguien a quien no gustó que llamara la atención sobre el disparate aunque lo hice sin ánimo de hacer sangre.

Son dos pequeños detalles que difícilmente podían haber tenido lugar hace unas décadas cuando la religión estaba más presente en la vida cotidiana y formaba parte de los planes de estudio como una asignatura más aunque se la calificara de maría. Tiempos en que hasta cualquier persona que no supiera leer y escribir sabía diferenciar una misa o un responso de cualquier otro acto piadoso simplemente porque los frecuentaba.

Prescindiendo de cualquier idea de trascendencia, la desaparición de la religión como asignatura o su relegación a optativa empobrece el horizonte cultural del estudiante. Y el que se sea o no creyente es lo de menos. Inconcebible es que alguien crea hoy en los dioses griegos, romanos o nórdicos y sin embargo el desconocimiento de las respectivas mitologías es una muestra de incultura, que nos impide además la comprensión de textos en que se aluda a esos mitos.

¿Podrá esto mejorar? Lasciate ogni speranza. Ni las autoridades políticas más preocupadas por el adoctrinamiento, ni siquiera las académicas subidas a la ola del populismo están por la labor. Lo demuestran síntomas bien visibles como la retirada en los campus de menciones, placas o monumentos a personajes relevantes del pasado por motivos de “corrección política”, o el más alarmante de la ofensiva contra las llamadas Clásicas en las universidades estadounidenses y nada digo de las españolas porque aquí quizá no haya habido un ataque tan rabioso pero se las ha dejado languidecer hasta la consunción.

Pasemos de la categoría a la anécdota para hacernos cargo de la situación y contemplemos aquel individuo que reúne en su persona los atributos de político y profesor universitario recomendando a sus oyentes la lectura de la Ética de la Razón Pura aunque olvidara advertirles que procuren buscarla en el Cementerio de los Libros Olvidados. O al sujeto de sonrisa clonada de la mueca del Joker, asistente a muchas aulas con incierto aprovechamiento, que se ha “proponido” asesinar el participio de los verbos irregulares. Con tales modelos recordamos el dicho popular: “¡Cómo serán los soldaditos, si el capitán tiene legañas!”. 

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