LOS CUENTOS DE CONCHA

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CARTA A UN DESCONOCIDO

CONCHA CASAS -Escritora-

“Carta a un desconocido”. Sonaba a película de los años sesenta, de aquellas en blanco y negro. Pero era lo primero que se le ocurría cuando pensaba en él. Y pensaba mucho en él. Aunque fuera para sí misma, necesitaba ver por escrito lo que despertó en ella, iniciando así una carta que llegó a ser interminable.

“El primer fogonazo y casi el único fueron sus ojos, sorprendieron a los suyos totalmente desprevenidos y los atraparon de forma casi inmediata y fulminante. Sintió que se desataba una pasión sin límites, que desgraciadamente ambos fueron capaces de controlar… no pasó nada. Solo se  miraron, con una intensidad tan feroz, que en cada mirada hicieron el amor mil veces y se conocieron el uno al otro, como nunca le había ocurrido con nadie. Así cada vez que se vieron, porque ambos se buscaban. El bar del balneario fue el escenario de su pasión

Temía que todos a su alrededor lo notasen, pero la tormenta solo se batía sobre ellos. Encontrarse en los ojos del otro era una aventura plena de satisfacción inmediata. La urgencia de unas palabras dichas al aire, vacías de contenido, porque lo único que hablaban eran sus ojos buscando los de aquel desconocido.

Ese primer encuentro marcó la que sería la pauta de su relación en los dos días siguientes, disimulando, sin hablarse, sin tocarse, sin hundirse el uno en el otro que es lo que hubieran deseado … aún así fue algo dulce, tremendamente dulce y agradable, algo que marcaba a fuego la sonrisa en sus labios haciéndola  permanecer por un tiempo indefinido.

Después de eso nada. Ansiedad por volverlo a ver, angustia por ese sentimiento que crecía  hasta casi llegar a ahogarla  desde dentro, desde muy dentro…”

Tomó aire. Ver escrito lo que aquel desconocido había despertado en ella hizo que de nuevo se acelerase su pulso como si él estuviese de nuevo allí.

Desde entonces en cada mirada intentaba encontrar aquellos ojos, inútilmente. Parece que la pasión es un tren que no acostumbra a pasar por la misma estación dos veces.

Nunca volvió a verlo, pero la huella que dejó en ella todavía se dejaba sentir. Perdió el interés por todo. Su marido, al que siempre había querido tanto, se le antojó vulgar. Buscaba en él la mirada del deseo que aquel desconocido había depositado en ella, pero su esposo nunca la miraba así. Es más casi ni la miraba y cuando lo hacía parecía atravesarla, como si fuera invisible.

“Querido desconocido” prosiguió “nadie sabrá nunca lo que puede llegar a doler un silencio, las palabras no dichas que han roto quizás la felicidad de dos seres que ni siquiera han llegado a conocerse. No. No es justo decir eso, creo que tu me conociste a mi y yo a ti, como pocas personas tienen la posibilidad de llegar a hacerlo nunca, porque sin palabras nos lo dijimos todo. Puede que nunca llegue a saber tu nombre, quizás incluso  nunca vuelva a verte, pero nunca mi alma estuvo tan expuesta ante nadie como lo estuvo ante ti. Nunca fui tan vulnerable y nunca me perdonaré no haber dado un paso hacia delante, hacia el que sin duda debió haber sido mi destino.

Aún así debes saber que calientas mis noches y endulzas mis días, que cuando la rutina me aplasta y la falta de amor me ahoga, tu imagen y la fuerza de tus ojos al mirarme me devuelven la fuerza para seguir, para no derrumbarme.

Nadie sabrá nunca lo nuestro, será el secreto que me alimente, el que me de el ánimo para soportar el tedio de cada día.

Estoy casada, supongo que lo intuiste. De ti no se ni eso, las dos veces que nos vimos ibas con un compañero que no te dejaba ni un segundo, y también me miró en algún momento, debió sospechar lo nuestro. Jorge se que se llamaba porque te oí nombrarlo en una ocasión. Estaba tan pendiente de ti que no pude evitar cierta indiscreción, perdóname por ello. Aunque supongo que te agradará saberlo, no es más que otra prueba de la mucha intensidad del sentimiento que despertaste en mí. Quiero creer, casi sé positivamente, que a ti te ocurrió lo mismo, solo así puede entenderse lo que nuestros ojos se dijeron sin hablar.

Quizás haya sido mejor así, soy fiel por naturaleza y a pesar de la tormenta que se despertó entre nosotros, el recuerdo de nuestro amor se mantendrá puro para siempre, quizás por ello sea eterno, por su pureza…”

La carta siguió en un tono similar hasta convertirse en un manuscrito interminable, una especie de diario que alimentó durante años la pasión de un alma que solo a través de él conseguía unos minutos de felicidad.

“Alberto” dijo Jorge a su amigo cuando fue a recogerlo. “¿Cómo ha ido hoy la venta? “Muy bien” contestó el interpelado “desde que conseguí este kiosco, los cupones se venden como churros”. “Veo que has vuelto a quitarte las gafas, seguro que alguna ingenua se ha vuelto loca por ti como aquella pobre …¡como te miraba, creo que si no hubiese estado allí su marido te hubiese violado allí mismo!“¡Que exagerado eres!” sonrió Alberto ante la broma que su amigo  repetía hacía años, desde aquellos dos  días que pasaron en el balneario, y  cogiendo su bastón inició su lenta marcha.

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