LOS CUENTOS DE CONCHA

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CUNA EQUIVOCADA

CONCHA CASAS -Escritora-

Era tan pequeño cuando empezó a cuestionarse todas aquellas cosas, que no podría recordar el momento exacto en que tomó conciencia de ellas. Se empezó a sentir extraño entre los suyos enseguida. Lo que para los demás era normal, para él suponía una angustiosa experiencia.

 Porqué le ocurría aquello era algo que no llegaba muy bien a entender, al fin y al cabo ese era el mundo que él había conocido desde que nació, el mundo al que él pertenecía.

Una cohorte de criadas y servidores se ocupaban de cualquier necesidad que pudiese tener. Ellos lo despertaban por la mañana, lo aseaban, le preparaban el desayuno, e incluso lo llevaban al colegio. Sus padres eran unos seres un tanto lejanos con los que solía coincidir en las comidas de los fines de semana, aunque no en todas.

Sin embargo enseguida empezó a serle insufrible el ser servido. Sobre todo los fines de semana. A diario eran sus “tatas” las que cuidaban de su persona y el trato que tenía con ellas era absolutamente afectivo y cercano. Pero los fines de semana se transformaban, ante sus padres se convertían en unos marmóreos personajes que inexpresivamente atendían sus necesidades. Ni siquiera en sus miradas se dejaba traslucir la complicidad que  a diario compartían con él. Solo Angelita, su tata particular, se atrevía de vez en cuando a guiñarle un ojo, lo que para él se convertía en la  prueba evidente de que lo ocurrido en las jornadas anteriores no había sido un sueño.

 Aproximadamente a los diez años comenzó a bajar a comer con los que en teoría eran sus criados. Al principio estos se escandalizaban ¿qué dirían los señores si se enteraban? Pero la verdad es que los señores rara vez estaban en la casa y el señorito de alguna manera se había convertido en el niño de todos ¡estaba tan solo el pobre!

Poco a poco los habitantes de la planta inferior se fueron convirtiendo en su verdadera familia y según esto ocurría, las comidas de los fines de semana  se transformaron  un verdadero suplicio para él. No podía soportar como sus seres más queridos parecían desaparecer ante la presencia de sus padres.

El malestar de los primeros años fue dando paso a la angustia y esta a la indignación, que llegó a ser tan grande que casi le impedía comer.

Al cumplir dieciséis años decidió poner fin a esa farsa  y lo hizo inventándose otra. Se creó un amigo imaginario (sus compañeros de clase eran tan parecidos a sus padres que apenas tuvo nunca contacto con ellos) e inventó fines de semana de acampada.

Sus progenitores le creyeron a pies juntillas, nunca se habían preocupado excesivamente por él y si el niño que ya era mayorcito organizaba él solo su tiempo libre, ellos podrían disponer también de sus fines de semana.

Llegó un tiempo en que la relación con sus padres se limitó  a algunas conversaciones telefónicas y a esporádicas e inevitables comidas familiares en fechas muy señaladas.

Mientras fue afianzando su mundo en la planta baja. Su querida Angelita le contaba las maravillas de su pequeño pueblo en las montañas de Navarra, era tan diminuto que ni siquiera venía en el mapa y en invierno solía quedarse aislado por las fuertes nevadas.

Los lazos que los unían se fueron haciendo  fuertes y poderosos sin que ninguno de ellos lo notase, ella era la madre que en realidad él nunca tuvo y él el hijo que ella nunca tendría.

Con la mayoría de edad recibió una dote, en ella se incluía un pisito de soltero al que no tardó en trasladarse, aunque cada dos o tres días siempre volvía a ver a su tata.

En una de esas ocasiones no la encontró. Buscó por toda la casa pero fue inútil. Andrea la cocinera se lo contó todo. Angelita se había jubilado, volvió a su pueblo. No había querido decirle nada para evitarle sufrimientos, pero le encargó que le dijese que su corazón se quedaba con él.

Durante los siguientes años hizo lo que se esperaba de él, terminó sus estudios, e incluso se independizó económicamente de los suyos. Pero siempre siguió siendo un desarraigado que no encontraba su sitio.

Un buen día desapareció, su familia tardó algo más de seis meses en notar su ausencia y poco más en olvidarlo definitivamente. Pasó a engrosar las trágicas listas de desaparecidos.

Pero él por primera vez en su vida se encontró a sí mismo. Sobre todo en esos crudos inviernos que los mantenían aislados del resto del mundo.

Angelita justificó su estancia allí presentándolo como el hijo de Elvira, la hermana que marchó a Alemania a buscar fortuna y que murió sin que nadie volviese jamás a verla. Y como el sobrino de Angelita inició su verdadera vida.

Compró dos viejas casas y las reconvirtió para turismo rural. Me cuentan que allí conoció a una joven que huyendo de una sociedad que no acababa de satisfacerla, apareció buscando trabajo

Como Adán y Eva, sin padre, ni madre, solo ellos dos, crearon  su particular paraíso

Oficialmente nunca se volvió a saber de él , por no saber ni siquiera yo llegué nunca a saber sus verdadero nombre, pero sí que ante mi tenía a un hombre al fin feliz que había encontrado su sitio

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