RELATOS DE LA HISTORIA DE MOTRIL

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La leyenda del Cristo de la Expiración del antiguo hospital de Santa Ana de motril

Manolo Domínguez García -Historiador y Cronista Oficial de la ciudad de Motril-

Hasta 1979 existió en la actual plaza de la Tenería el edifico del antiguo hospital de Santa Ana, popularmente conocido como “Los Hospitalicos”.

El origen de este único hospital de la ciudad de Motril a lo largo de toda la Edad Moderna está en la bula otorgada por el papa Inocencio VIII a instancias de los Reyes Católicos con la facultad de erigir la Iglesia Metropolitana del reino de Granada, las iglesias parroquiales de Arzobispado y los hospitales de Santa Ana de Granada, Loja, Alhama, Almuñécar, Salobreña y el de Motril, aplicándoles desde 1504, para su mantenimiento, parte de los diezmos de sus respectivos partidos.

Eran, pues, hospitales eclesiásticos, siendo el arzobispo de Granada el que nombraba rector administrador, médicos, cirujanos, barberos y enfermeros.

Parece que la construcción del hospital motrileño, estuvo a cargo del vicario Gonzalo Hernández de Herrera, y cuya obra debió concluirse en 1517 con un costo de 49.552 reales y bajo el nombre de “Nuestra Señora de la Paz”, tenía por objeto asistir a todos los enfermos pobres, menos a los que tenían enfermedades epidémicas.

Su primitivo edificio, situado en un solar al sur de la villa en el pago de la pucha del Patrón junto a la acequia, debió de ser bastante pequeño y con una estructura interna muy simple: patio de entrada, salas para enfermos masculinos y femeninos, enfermería, despensa, cocina, dependencias del rector, habitación para el hospitalero, archivo, iglesia, una pequeña huerta y otro pequeño espacio para cementerio.

Posteriormente, al desparecer el hospital de Salobreña, todas las rentas con que se le habían dotado pasarían al de Motril con la obligación de atender y curar a los enfermos pobres de nuestra entonces villa y de la vecina población.

Antiguo edificio del hospital de Santa Ana (Hospitalicos) en 1975 (Foto: Paco Peña).

No estaría muy bien dotado económicamente. En una visita pastoral de 1570 se dice: “En Motril ai mucha necesidad de un nuevo hospital por la mucha gente pobre por la pesquerías y el trato de cañas. Ai muchos enfermos y eridos y no ai donde poder curarlos y muchos mueren por las calles y campos sin confesión y si algún pobre es llevado al hospital por no haber en él lo que es necesario muere sin remedio y así huyen los pobres enfermos y prefieren morir en las fogatas de los inxenios”.

En 1591 otra visita del arzobispo de Granada, Pedro de Castro, nos informa que se estaba construyendo una habitación en la planta baja para poner en ella a los enfermos en verano, tenía otra sala no muy grande donde había seis enfermos cuyas camas tenían mantas y sabanas nuevas, había otro aposento de paso para la cocina y otra sala grande a manera de corredor con grandes ventanas tapadas con esteras. Otra habitación donde había un Cristo era el aposento de hospitalero y junto al descansillo de una escalera había otra sala donde se colocaban a las mujeres enfermas. 

Se amplió en 1606-1607 incorporándole una pequeña ermita colindante dedicada a Santa Ana y parte del edificio de los antiguos baños musulmanes cedido por el conde de Bornos, ya que los pobres enfermos no cabían en el edificio existente. Por estos años iniciales del siglo XVII se haría cargo de la asistencia a los enfermos la orden de San Juan de Dios, llamándose ahora como hospital de “San Juan”. Después se le pondría bajo la advocación de “Santa Ana”, seguramente por la imagen de la santa que se veneraba en la capilla del hospital.

Imagen del antiguo Cristo de la Expiración.

A lo largo de los casi 420 años de la historia de este hospital, la imagen más venerada y considerada milagrosa que había en su iglesia, era la de un impresionante y esplendido Crucificado en madera policromada, de fuerte estructura anatómica y gran dramatismo. Desconocemos su fecha de ejecución y el nombre del escultor. Es posible que se tratase del Cristo que se cita en la visita arzobispal de 1591, aunque el historiador del arte de Granada Antonio Gallego Burín, opinaba que era una talla de Escuela Granadina de los primeros años del siglo XVII.

 En Motril era conocido como el “Cristo de la Expiración” o “Cristo de las Aguas”, ya que se sacaba en procesión los años de sequía para implorar la lluvia. Fue imagen titular de la antigua cofradía motrileña de la Vera Cruz que ya existía desde 1577.

Sobre esta milagrosa imagen corría de boca en boca en el antiguo Motril, la leyenda de que tres desconocidos viajeros procedentes de Roma llegaron a Motril hacía muchos años y se alojaron en una antigua posada que había en la plaza de la Victoria. Con ellos llevaban un cajón de madera de grandes dimensiones que depositaron en una de las dependencias del establecimiento. Poco tiempo después, los extranjeros dejaron la posada y, sin que se viese el camino que habían tomado, desparecieron de la localidad pero se dejaron el gran cajón abandonado.

El posadero dio aviso a las autoridades para que lo abriesen y se hicieran cargo de lo que contenía. La sorpresa al abrirlo, fue que encontraron una magnifica imagen de un Cristo Crucificado. Por intervención del clero se decidió colocarlo en la iglesia del cercano hospital de Santa Ana, sin que nunca nadie reclamase su propiedad y los motrileños, creyendo ver un suceso extraordinario en la desaparición de los viajeros que lo trajeron, atribuyeron al Cristo de la Expiración un origen milagroso, tributándole desde entonces una ferviente devoción.

Iglesia de los Hospitalicos en 1937 (Biblioteca Nacional).

Esta imponente imagen de este Cristo Crucificado envuelta en halo de milagros y misterio, desapareció en los sucesos de la Guerra Civil, se supone que fue destrozada, pero curiosamente no se pudo recuperar ni un pequeño trozo a pesar que se buscaron intensamente.

Una ciudad tan antigua como Motril debió ser cuna de leyendas y tradiciones de lo más sorprendentes como esta del Cristo de la Expiración, que la recogía en sus páginas el diario “El Defensor de Granada” en el siglo XIX.

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