LOS CUENTOS DE CONCHA

0
746

MI QUERIDO CARLOS

Concha Casas -Escritora-

Hoy, escribiendo a un viejo amigo, al encabezar la carta me acordé de ti. Esas tres primeras palabras me han devuelto tu sonrisa.

Escudriñabas cada una de mis palabras como quien analiza las pruebas de un juicio sumarísimo. Cuando en alguna ocasión olvidaba el «mi», ya apenas si leí­as lo que ponía detrás. Tu respuesta aparecía cargada de reproches en los que inventabas imaginarias razones por las que yo lo había omitido.

Muchas veces hablamos de tu muerte, la diferencia de edad entre nosotros, ese abismo insalvable que tanto te atormentaba, invitaba a ello. Y ahora que ya te has ido, ahora que ya no puedes juzgar mis palabras o la falta de ellas, ahora, tras ese largo silencio que se levantó como un muro entre nosotros, te escribo. Y ya ves, estarás contento, comienza esta misiva con ese pronombre posesivo que tanto te gustaba.

Cuántas veces te dije que sentiría tu marcha… te puedo asegurar que  así ha sido. La primera semana la pasé llorando por los rincones. Sin embargo el paso de los días me ha ido devolviendo una paz que de alguna manera había perdido contigo.

Nuestra historia se podría  definir como la de una huida, la mía. Y una eterna persecución, la tuya.

Hasta el día antes de tu muerte el teléfono siguió sonando. No dejaste de llamar ni un solo día de ese último año en el que ya no nos vimos, ni hablamos. No te puedes imaginar la angustia que sentía cuando veía tu número en el visor.

Ese amor tuyo por mi, esa obsesión enfermiza que te ataba a mi persona, llegó en ocasiones a ahogarme hasta casi no poder respirar.

No descolgué nunca. ¿Para qué?. Ya estaba todo dicho entre nosotros y dar paso a la palabra hubiese sido volver a abrir las puertas de ese apego enfermizo que nos unía.  No entro en detalles colaterales porque prefiero obviarlos. Esta carta es solo para ti… de mi.

Es cierto que hubo momentos sublimes. Creaste para mi un mundo de fantasía e ilusiones que dio sus frutos, como no podía ser de otra manera. Incluso en algún momento llegué a creer que podría llegar a amarte… pero no pudo ser.

Tampoco sé ese amor que tu me tenías hasta que punto lo era. Porque en realidad tu lo que querías era poseerme, ser mi dueño… me parece estar escuchándote para reprocharme…¿Cómo puedes decir eso, sabiendo cómo te quiero?…

Me dolía tu amor, créeme. Aún me duele. 

También me halagaba. Si yo lo contara, te decía a veces, no lo creería nadie. Es cierto. Me regalaste una historia única, un cuento de hadas en el que la lámpara de Aladino concedía todos los deseos que salieran de mi boca… todos menos el que tú hubiese querido, que yo te amara.

Si yo fuese mujer me gustaría ser como tú, me decías a veces… ¡me decías tantas cosas!. Solo con tus chascarrillos podrí­a escribir un libro.. y fíjate, al recordarlos las lágrimas llenan mis ojos.

Siempre estarás en mi corazón… también te lo dije mil veces. Y es cierto.

Pero ahora, ahora que ya no estás, ahora que te acabas de ir y que empiezo a darme cuenta de que ya nunca más veré tu número en la pantalla de mi teléfono asediándose, acosándome, agobiándome, acusándome de cosas que nunca dije ni hice… Ahora no puedo evitar sentirme liberada de ti. De tu amor, de tu anhelo infinito de mi, de mi persona entera que intentaste abducir y anular.

No sé  cómo hubiese sido de haberte correspondido. Quizás, como buen cazador, al obtener la presa hubieses perdido el interés en ella… nunca lo sabremos. Al menos no en esta vida, porque si algo tuve claro siempre, es que nosotros nos conocíamos de antes, de mucho antes de nacer tú ni yo. Solo así puede explicarse ese amor angustioso, doloroso, frustrante, limitante, que te llevaba a mi.

¡Ay mi querido Carlos!… supongo que el paso del tiempo hará  que la ternura, el cariño y el agradecimiento que siempre te tuve preponderen. Pero ahora necesito sentir esta liberación que tu muerte me ha dado.

¡Que injusto!.. ¿verdad?.

Pero es que nunca te pusiste en mi lugar. Yo sé de tu dolor, del desgarro que mi falta de amor provocaba en ti, me dolía y me duele, ya te lo he dicho. Pero tú nunca supiste de mi angustia, de mis miedos, de la ansiedad que me generabas. Mi necesidad de ocultarte contrastando con la tuya de exhibirme.

¡El hartazgo que llegabas a provocarme!…¿Cómo podías ignorarlo?.. No sé. En ocasiones pensaba que te hací­as el loco para retenerme … Esas despedidas eternas que tanto me agobiaban y en las que jamás cedías un ápice. ¿De verdad no te dabas cuenta de mi malestar?

Otras veces pensaba que estabas tan acostumbrado a la servidumbre de todos los que te rodeaban que habías perdido la capacidad de ver lo evidente…

Pero me cuesta creer que alguien tan listo como tú no viera, no sintiera lo que pasaba.

Y sin embargo, a pesar de todo,  ahí  seguíamos, en una historia que nunca llegaría  a ser tal, pero que tú te empeñabas en mantener.

Mil veces me fui, y otras tantas conseguiste que volviera. Manipular es un verbo que se queda corto para describir un proceso que si no se ha vivido, no se puede siquiera atisbar.

Mil veces también te tragabas tu orgullo. Te daba igual. Sabias lo que querías y cualquier adjetivo sobraba para lograr tu fin,que no era otro sino yo.

Hasta mi nombre en ti llegó a agobiarme. Me nombrabas tanto que cada vez que lo hacías era como un lazo que se apretaba en torno mio cada vez mas fuerte.

 Energéticamente llegaste a aprisionarme, a constreñirme, a asfixiarme… y solo ahora con tu muerte siento como ese nudo empieza a aflojarse. Poco a poco la presión va desapareciendo y la calma que me robó tu amor va retornando a mi.

No tenía prevista esta despedida en forma de carta, de esas cartas que tanto te gustaban  y tanto te regateé. Ha surgido así sin más… de esa manera en que fluyen las cosas cuando deben ser y que tú nunca entendiste. Nunca creíste en mi espontaneidad. Siempre buscabas oscuras razones para cualquier comentario o actitud que a lo largo de cualquier conversación surgía. No me lo reprochabas sobre la marcha, esperabas para plasmarlo después por escrito, en esa eterna queja en la que se convirtió tu correspondencia.  Por eso no te contestaba, por eso te prohibí escribirme… Vano intento que nunca respetaste.

En fin, no quiero seguir porque al final los reproches van a ser míos, ¡tanto como llegué a odiarlos…!

Adiós mi querido Carlos… creo que en realidad era solo eso lo que quería decirte. Adiós

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor, introduce tu comentario
Por favor, introduce tu nombre aquí