LOS CUENTOS DE CONCHA

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LO QUE NUNCA TUVIMOS

CONCHA CASAS -Escritora-

Pan con agua y azúcar, ¿te acuerdas hermana? Yo le cantaba a la señora de turno ¡que me peina mi tita, que me lava la cara, que me peina mi tita… y olé por sevillanas!

Han pasado muchos años desde entonces, pero aquella infancia dura y terrible que nos tocó vivir, quizás lo fue menos por tenerte a ti a mi lado, por eso hoy  quería hacerte un pequeño homenaje en forma de recuerdos, de esos recuerdos que tu presencia hizo más dulces.

Ambas hemos sido madres de familias numerosas, pero lo que posiblemente muchos no sepan, es que nosotras siempre fuimos madres. Nuestra primera hija fue nuestra madre. Se cambiaron los papeles desde nuestra más tierna infancia.

Nunca tuvimos muñecas con las que se supone que las niñas aprenden el oficio de la maternidad, ni tan siquiera algo parecido a un juguete. Aprendimos de la dureza de la vida que nos tocó vivir.

Madres de nuestra madre primero y de nuestros hermanos después. Tu carácter tímido y apocado te hizo llevar la peor parte muchas veces, yo más pilla y más rápida, siempre lograba huir a tiempo.

Recuerdo tantas mañanas y tardes maquinando juntas donde conseguir un bocado que llevarnos a la boca. A casa de “esta” a pedirle unos higos excusándonos en que sería para un jarabe. A la de la “otra” para conseguir unas algarrobas… cualquier cosa que matara el hambre. Desde los seis años trabajando a cambio de algo que llevarnos a la boca… 

A pesar del miedo y de esa misma hambre, tuvimos momentos inolvidables. Juntas aprendimos a nadar en aquella alberca ¿te acuerdas?, también durante un tiempo fuimos a la escuela, muy poco, apenas unos meses. Padre siempre insistió en que lo  hiciésemos, él sí fue un poco madre y un mucho padre. Él y su madre, nuestra abuela fueron los que dieron algo de afecto a nuestra infancia, tan carente de caricias, y besos.

El amor que nos dimos fue el tuyo a mí y el mío a ti.

Aunque nos separamos muy pronto, aquellos primeros años de nuestra vida nos marcaron de tal manera, que nuestra unión se mantuvo intacta a pesar del tiempo y las circunstancias. Siempre fui tu cómplice, tu amiga, tu confidente… y en la misma medida tú lo has sido siempre mía. 

En esta vida que nos ha tocado vivir no cabían expresiones de esa que ahora marcan a los niños y los estigmatizan. Los traumas que nosotras vivimos son cicatrices que llevamos en el alma, incluso alguna en la piel, pero a pesar de todas ellas hemos sobrevivido y lo que es mejor, nuestro cariño y nuestra unión han permanecido intactos.

Hoy estamos despidiéndote, te has ido, me dejas sola. Dicen que la muerte no es un punto final, sino un punto y seguido.

Eso espero, espero que en esa supuesta gloria, puedas por fin calmar y cerrar tus heridas. Me consta que nunca pudiste hacerlo, que todo el tiempo que pasaste en esta tierra el llanto lo hizo contigo. Todavía hoy, al cerrarte los ojos, mis manos han sentido la humedad de tus lágrimas.

Hoy quien llora soy yo. Y no lo hago por tu marcha, créeme que  casi casi te diría que te envidio, se acabó sufrir, se acabó padecer… lloro por la mala vida que te ha tocado, por todo lo que te fue negado desde el momento de nacer, por tu sufrimiento, que también fue el mio y por tu ausencia. Egoistamente lloro por mi, por que me quedo sin ti. Tu eres la única que sabe todo, lo que tuvimos que pasar, lo que sufrimos, lo que nunca tuvimos… y si ahora me dejas sola, que me has dejado sola… ¿quién entenderá todo lo que solo tu y yo podíamos comprender?

En fin, quería despedirme de ti compartiendo de nuevo aquellos lejanos recuerdos que tan presentes han estado siempre, y ya ves, al final me he dejado llevar por el dolor, por ese dolor que nunca se separó de ti

Me queda el consuelo de que tu muerte ha sido dulce… quizás lo único dulce que ha habido en tu vida.

Bueno lo único no, siempre nos quedarán aquellas rebanadas de pan con agua y azúcar… hasta siempre querida hermana.

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