FINIS AFRICAE

REIVINDICACIÓN DEL REY WAMBA

FRANCISCO GUARDIA -Escritor-

En 1970 un escritor español a su pesar, ayuno de lealtades y resentido con el mundo, a quien Serafín Fanjul definió certeramente como “un señorito que ha vivido de hacerse la víctima y de creerse un escritor maldito”, abortó uno de esos libros que, como los autorretratos de Bacon, nos muestran las sentinas del alma de sus autores. Era su título Reivindicación del conde don Julián en referencia a aquel personaje de origen incierto que según nuestras más viejas historias ayudó con su perfidia a la invasión de Hispania por los musulmanes. Cada uno tiene sus héroes; entre los nuestros hay otro conde muy distinto: Fernán González, aquel con el que Castilla empezó a ensancharse cuando era un pequeño rincón.

En el escalafón  de nuestros personajes favoritos hay también un rey bastante olvidado cuya memoria me gustaría reivindicar a través de estas breves líneas. Se trata de Wamba, que ocupó el trono de la Hispania Visigothorum entre 672 y 680. Lo que más ha trascendido sobre él al gran público es el deplorable episodio de su deposición en el que convergieron: la traición, el ansia egoísta de conservar abusivos privilegios por parte de los estamentos eclesiástico y nobiliario, venganzas y rencores; pero su historia es aleccionadora en estos tiempos de mandatarios blandengues y perjuros.

Ignoro lo que un estudiante de hoy que no se especialice en Historia conocerá sobre los visigodos. En mis lejanos tiempos escolares no era mucho lo que en la enseñanza elemental y media aprendíamos sobre ellos. En la primera (utilicé la enciclopedia de Dalmau-Carles) una breve alusión a los concilios de Toledo, sucintas notas sobre los reyes Ataulfo,  Leovigildo, Recaredo al que se daba gran importancia por su conversión,  Wamba, Vitiza y Rodrigo. En la media lo mismo levemente ampliado como el recuerdo del martirio de san Hermegildo. Me ha sorprendido que Henri Kamen afirme que su esposa, española y que supongo debe tener una edad igual o inferior a la mía, tuvo que aprenderse de pequeña los nombres de los reyes godos. Eso de aprenderse la lista de los reyes godos era algo que cuando yo empezaba mis primeras lecciones se consideraba ya una antigualla pedagógica a la que mis maestros se referían en son de guasa como algo del año de Maricastaña. Solo en libros escolares muy antiguos encontramos referencias a cada uno de estos monarcas, valga como ejemplo el Curso Elemental de Historia General de España, de Saturnino Gómez, que servía de texto en “Institutos, Colegios y Liceos de segunda enseñanza y en las Escuelas de instrucción primaria, elemental y superior”, cuya octava edición, que es la que poseo, es de 1873. Aunque puede que más modernamente algún dómine sádico atormentara a sus alumnos con esos ejercicios de pensum.

Dije que quería reivindicar la memoria del rey Wamba y no sé si mi empeño será dar vida a una entelequia, pues ahora resulta que según el mismo Henri Kamen en un libro de reciente publicación -que honradamente he de confesar que no he leído todavía pero conozco por reseñas y alguna entrevista al autor aparecida en prensa- “no hay ninguna evidencia histórica de que los reyes godos existieran”.  La afirmación te deja perplejo porque quien la profiere goza de acreditado prestigio en el campo de la Historia, pero para poner las cosas en su sitio no olvidemos que el señor Kamen es hispanista y ya se sabe que los hispanistas tienen que soltar, de vez en cuando, una gilipollez para mantenerse, como la Mazagatos, en el candelabro.

La historia de este rey la conocemos relativamente bien gracias a que su coetáneo san Julián de Toledo nos dejó un libro centrado en él: la Historia excellentissimi regis Wambae. Por esta obra sabemos, entre otras cosas, que se trataba de un personaje influyente en la corte toledana. El 1 de septiembre de 672, al morir el rey Recesvinto en Gerticos, fue elegido por unanimidad como su sucesor, aunque pronto surgieron conflictos.

La Galia Narbonense era una región dependiente del reino visigodo toledano. En la primavera de 673 estalló en ella una rebelión liderada por Ilderico, conde de Nimes, y Gumildo, obispo de Maguelonne. El rey se encontraba en esos momentos en Cantabria en una campaña contra los pueblos levantiscos de aquel territorio y ordenó el envío de tropas mandadas por el duque Paulo, su mandatario en aquella zona, pero el duque lo traicionó y se pasó a los sublevados proclamándose rey. Aprovechando el río revuelto, Ranosindo, duque de la Tarraconense, se alzó también aliándose con Paulo. Esta traición de Ranosindo ha sido aprovechada por algún historiador catalán de barretina y butifarra para referirse a un “autoctonismo latente”.

Wamba se apresuró a rematar su campaña y a marchas forzadas, en lo que un historiador ha calificado de “auténtica hazaña logística” dado el estado de los caminos y los medios de transporte de aquellos tiempos, consiguió trasladar rápidamente sus tropas a la zona de conflicto aplastando la resistencia en tierras de la Tarraconense. Después tres cuerpos de ejército forzaron los Pirineos por distintos puntos reduciendo los presidios que guarnecían las vías de entrada, donde capturaron a algunos de sus jefes. Expedito el paso, invadió Wamba la Narbonense y las ciudades fueron cayendo una tras otra. En el asedio de Maguelonne y Narbona se contó con el eficaz auxilio de una flota, siendo esta una de las escasas noticias que sobre la marina de guerra de los visigodos nos han llegado. La campaña terminó con la caída de Nimes donde se había fortificado Paulo con lo más florido de su gente.

A pesar de que según las leyes en vigor los rebeldes merecían la muerte, el rey les perdonó la vida aunque se les aplicaron rigurosas penas que incluían la expropiación de sus bienes.

Llegados a Toledo se organizó la entrada triunfal: el rey rodeado de su guardia, y en el cortejo los jefes de la rebelión sometidos a la vergüenza pública desfilando vestidos con harapos, descalzos, decalvados y afeitadas las barbas (era un signo de afrenta) montados en camellos para hacer más ridícula su apariencia. A Paulo, que había usurpado el título de rey, se le adornó la cabeza con una raspa de pescado como corona o diadema.

Poco después de estos hechos termina el libro de San Julián por lo que nuestro conocimiento de lo que quedaba de reinado es muy parcial aunque hay un episodio interesante del que nos ha llegado una breve alusión en la llamada Crónica de Rota. Este texto, que es algo tardío, está redactado en el latín decadente propio de la época y después de referir el regreso triunfal del rey a Toledo, nos dice: “Illius quoque tempore CCLXX nabes Sarracenorum Spanie litus sunt adgresse, ibique omnes pariter sunt delete et ignibus concremate”, cuya traducción sería más o menos “También en aquel tiempo 270 naves de sarracenos atacaron la costa de Hispania, y todas fueron allí al mismo tiempo destruidas y reducidas a cenizas por el fuego”.

Tenemos pues, la primera mención clara de un intento de los musulmanes de invadir España o, al menos, de efectuar un importante desembarco, quizá con fines de botín, y aunque nos gustaría saber más sobre este episodio, eso es lo que hay. Cronistas más modernos han intentado ampliar la información de la vieja crónica, pero es lícito dudar de la veracidad de las nuevas noticias que aportan. En algún sitio que no recuerdo he leído que el lugar donde se destruyó esta flota fue frente a Málaga, en otros se aventura que fue en Algeciras lo que parece más probable por la menor distancia entre ambas costas. De lo que no nos cabe duda es que la acción decidida de Wamba proporcionó al país un periodo de seguridad superior a treinta años, hasta que se produjo la definitiva invasión islámica de 711.

Traiciones, intentos de secesión, invasiones… conflictos que se repiten a lo largo de la Historia. Cambian los actores -protagonistas y comparsas- así como la forma de encarar y resolver los problemas. Magistra vitae (maestra de la vida) llamó Cicerón a la Historia. Si tenía razón hemos resultado unos mediocres alumnos.

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