EL VERBO PROSCRITO

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          FRAUDES Y DERRIBOS S.A.

JUAN JOSÉ CUENCA -Escritor-

Algún día, tarde o temprano, todos necesitaremos tocar a una puerta.

Los favores no se ofrecen con la idea de cobrarse la deuda más tarde, pero si es cierto que se trata de un acuerdo tácito, mudo e irrompible de ayuda mutua y desinteresada. Ya les digo yo que no es así. Nos hemos acostumbrado a pedir y exigir sin entregar nada a cambio, aprovechando para nuestros intereses (y sólo nuestros intereses) todo aquello que se nos arrima. Quizás más de uno que se encuentre leyendo estas líneas y se vea mínimamente identificado intente limpiarse la conciencia repitiéndose que en caso contrario él haría lo mismo, que pagará favor con favor cuando sea necesario, aunque en el fondo sabe que nunca será un hecho consumado. El mundo está poblado de gentucilla y personajillos de doble fondo que medran sin importarles aquello que pisan o destruyen por el camino, individuos que esconden detrás de una sonrisa impostada su verdadera naturaleza e intenciones. Porque sólo sirve un propósito: cobrarse todo lo que la vida les pone al alcance de la mano por el mero hecho de pensar que todo el mundo está en deuda con ellos; o hacer (aquellos que tienen un poco más de manga ancha) que los que están a su alrededor como novias, amigos variopintos y familiares, obtengan también un porcentaje de los beneficios.

Salvo honrosas excepciones la fauna política (sobre todo en ciudades y pueblos pequeños) es una subespecie aparte de los acaparadores de favores, para más tarde dejar tirados en la cuneta a aquellos que se los proporcionaron. Bien está que esos favores en el ámbito político se realizan esperando una compensación, pero aunque así sea esa parte que espera un esfuerzo recíproco del otro lado sí que ha cumplido lo que se esperaba de ella. Una vez que las posaderas de turno se han apoltronado en el sillón de mando, desaparecen todas las buenas intenciones y sonrisas, los buenos rollos y el pasar la mano por el lomo. Parece ser que es algo inherente a todos aquellos acomplejados que llegan a donde quieren llegar a costa de las costillas y el trabajo de unos cuantos.

En los ayuntamientos de las ciudades pequeñas esta tendencia se hace más obvia porque casi todo el mundo se conoce. Las promesas y el antifaz de cara beatífica vuelan sin cesar durante las campañas electorales, campañas electorales que no podrían ser posibles sin el esfuerzo de unos pocos anónimos que no paran de dar el cayo y, además, siempre cargan con el trabajo más sucio y pesado. Una vez terminado este periplo de mítines y apariciones marianas por doquier, el culopoltrón relaja los esfínteres y las neuronas para aposentarse, sibilinamente, en los resquicios medievales del derecho a pernada, del yo ordeno y mando por encima de todo y todos, del no querer saber ya nada del resto de los mortales… a no ser que sea para sacar algún beneficio, hacerse la fotito de rigor o conseguir algún oscuro propósito.

Los que sí se verán beneficiados y nunca olvidados son aquellos adláteres de lengua kilométrica y garganta profunda que rondan el estiércol como una mosca en el verano; o la tanda de familiares y amiguísimos coleguis que siempre tienen una pose babosa en la cara para tener una pierna en el consistorio, borregos pobres y deslucidos en pos de un poca alfalfa que llevarse a la boca. Así es que abundan las reuniones etílicas y opíparas con chotos y otras viandas a destajo con la excusa de hablar del trabajo, las ofertas laborales sacadas de la manga con subvenciones solapadas y camufladas para tener a alguien en concreto bajo las alas del ayuntamiento (como si se tratase de un Tamarit con las manos agarrotadas por la artrosis) y en donde un afortunado puede hacer de Vigilante de vigilantes de la playa sentado cómodamente en la terraza de su chalet en primerísima línea de playa; o el creerse con el poder de decidir sobre la vida de los demás (pulgar arriba, pulgar abajo) y exigir determinados actos sólo por el hecho de ostentar (por tiempo limitado, no lo olvidemos) una vara de mando.

Como suele decirse, la vida es más larga que la fortuna, todo vuelve a su cauce más pronto que tarde, los que un día te apoyaron y te adularon hasta el vómito hoy te darán la espalda porque ya no serás nadie. Da igual que se pongan kilómetros de por medio: la memoria (y en este caso la memoria colectiva) es persistente y se agarra como una liendre a los desaires recibidos.

Algún día, no te quepa duda, necesitarás llamar a una puerta. Espero de corazón que te la encuentres abierta.

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