RELATOS DE LA HISTORIA DE MOTRIL

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LA SORPRENDENTE HISTORIA DE UNA MONJA MOTRILEÑA DEL SIGLO XVII

MANOLO DOMÍNGUEZ -Historiador y Cronista Oficial de la Ciudad de Motril-

Fue muy habitual durante el Siglo de Oro que en las clausuras de los conventos no pocas religiosas -muchas de ellas obligadas a tomar los hábitos por imposición familiar- dijeran experimentar éxtasis, bilocaciones e incluso mostrar los estigmas de la Pasión. Como señalan muchos de los expertos sobre aquel siglo y la mayoría de los antropólogos, era, quizá, una forma de romper con la represión en todos los ámbitos que se vivía dentro del claustro, muchas de las veces entre ayunos, vigilias e incluso mortificación de la carne.

Muchos de aquellos casos fueron fingidos por las propias monjas y beatas, que acabaría condenando la Inquisición, pero existieron algunos casos aislados que realmente causaron una gran conmoción, siendo considerados como «milagrosos». Baste recordar el ejemplo de Santa Teresa de Jesús durante el reinado de Felipe II, con sus levitaciones y éxtasis, o el famoso caso de supuesta bilocación de Sor María de Jesús, abadesa de la Concepción descalza de Agreda, la llamada «Dama Azul», quien se convertiría en consejera del mismísimo rey, Felipe IV, incluso en asuntos de Estado, hacia el final de su reinado, y cuyos «desdoblamientos» son todavía motivo de grandes controversias. También en Motril tuvimos una monja que ha pasado a la historia de los fenómenos milagrosos en el siglo XVII y que se llamó María de Aranda y Valverde, que cambio su nombre por Sor María del Sacramento cuando tomó los hábitos en el convento de las Clarisas Capuchinas de Granada.

Nació en 1584 y hasta los doce años vivió en Motril bajo el cuidado y la educación de su madre, Catarina Valverde, y de su tío el licenciado Alfonso Valverde, vicario de la villa motrileña por aquellos años.

Pero una terrible tragedia vino a alterar la tranquila vida de la niña. Su padre, en un rapto de locura, mató a puñaladas a la madre e intento hacer lo mismo con ella y su hermana pequeña que pudieron escapar por los tejados, refugiándose en la casa de los vecinos. El padre fue detenido y ajusticiado.

Las dos niñas huérfanas quedaron bajo el cuidado del licenciado Valverde que decidió que María ingresara en el convento de Jesús y María de la Monjas Capuchinas de Granada en 1596.

Pronto la nueva novicia empezó a observar una gran rigidez en la práctica de los ejercicios de disciplinas para la mortificación del cuerpo. Se colgaba durante tres horas de una cruz que para ello existía en el convento, con unas escarpias muy agudas donde apoyar manos y pies y una argolla para el cuello y así, imitar la crucifixión de Nuestro Señor y pasaba entre 5 y 7 horas diarias entregada a la oración.

Pasados algunos años empezó a tener seguidos arrebatos místicos en los que frecuentemente, según decía Sor María, se le aparecía el Diablo que la tentaba con los pecados del mundo. Una vez se le apareció en forma de león que venia a despedazarla, otra vez le quebró una cruz en la espalda, quitándole un Agnus Dei que siempre llevaba haciéndoselo pedazos. Otras veces, cuando se dirigía a los maitines, el demonio le arrancaba el velo, le quitaba las sandalias, la tiraba al suelo y le mostraba visiones terroríficas.

Por todas estas cosas nuestra monja andaba siempre cargada de silicios, repetía varias veces al día sangrientas disciplinas, ayunaba hasta cinco días seguidos, se confesaba a diario y pedía a grandes voces ayuda a Dios.

A los 31 años enfermó del pecho, seguramente tuberculosis, que le producía continuos ataques de tos y vómitos de sangre. Se negó siempre a tomar medicina alguna de las que le recetaban los médicos, ya que era muy amante de la pobreza y todos los remedios le parecían muy caros.

A partir de hacérsele presente la enfermedad aumentaron los frenesís espirituales. Un día dijo a la comunidad que Cristo le había retirado sus favores lo que le provocó una gran tristeza, comenzó con enormes llantos que dejaban cuantiosos charcos de lágrimas en el suelo cuando se postraba ante el Sacramento y optó por el silencio absoluto y la laceración del cuerpo con cilicios y otros flagelos.

En ocasiones caía en profundos trances y éxtasis en los que perdía el conocimiento y parecía como si hubiese muerto. No reaccionaba cuando le tiraban de los dedos de los pies, ni cuando le pasaban una pluma por la nariz y no sentía dolor alguno hasta que volvía en si. Estos raptos podían pasarle en cualquier momento pero casi siempre le ocurrían en las festividades de la Santísima Trinidad, del Santísimo Sacramento, la Ascensión y en Pascua. Solían durarle unas cuatro horas, pero en una ocasión estuvo en éxtasis dos días completos y uno de estos trances místicos le ocurrió estando en el coro de la iglesia del convento y todas las hermanas de la comunidad u numerosos fieles que asistían a los servicios religiosos, la pudieron ver levantarse en el aire hasta tocar el techo y bajar después lentamente, volviendo a recuperar la conciencia a los pocos minutos como si nada hubiese ocurrido.

Las visiones de una monja motrileña…

Era, la monja, muy devota de la Inmaculada Concepción a la que rezaba a diario, hasta que un día estando en su celda, se le apareció muy resplandeciente vestida de blanco y cubierta con un manto azul. La Virgen la llamó y levantando el manto, le mostró que bajo él y su protección estaba su madre.

A los 29 años se le apareció por primera vez el Ángel Custodio para instruirla en los secretos celestiales. Tanta felicidad le produjo la visión, que la monja se dirigió al ángel diciéndole: “Ángel mío, merezca yo veros para mi consuelo alguna vez”. El ángel, enfadado, la reprendió: “Nunca te acontezca pedir semejante cosa, ni quieras más de lo que Dios gustare”.

También veneraba mucho a San Francisco de Asís y una mañana, mientras oraba ante la imagen del santo italiano, este se le presentó y le dio la noticia que un hombre se iba a suicidar y que ella tenía que evitarlo. Como Sor María pertenecía a una orden de clausura y no podía salir a la calle, corrió ante su confesor, el licenciado Luis de Fuentes, y le comunicó que fuese hacia el Hospital Real y que en la calle Real de Cartuja se encontraría con un hombre con capa y calzones azules y medias blancas, que llevaba bajo el brazo una cuerda con la que pretendía ahorcarse. El sacerdote se dirigió sin demora al lugar indicado por la monja y efectivamente allí se encontró con el hombre y consiguió, tras repetidas suplicas, que no pusiese fin a su vida colgándose con el cordel que portaba.

En todos estos años el diablo no dejó de aparecérsele muchas noches y frecuentemente lo hacia abajo la figura de un muchacho negrillo que se sentaba sobre alguna de las novicias.

En 1623 la monja motrileña, anuncio que Cristo le había comunicado que le quedaban cuatro años de vida. Los últimos cinco días de su existencia tuvo un intenso y constante dolor de costado que ella atribuyó a los dolores de las Cinco Llagas de
Nuestro Señor y sufrió intensamente. El día de su muerte entró en un estado de extraordinaria tranquilidad, cesando los dolores, la tos y los vómitos y a las 7 de la mañana del día 9 de marzo de 1627, a los 43 años de edad, entregó el alma a su Creador, siendo enterrada el mismo día en la cripta del convento.

A mediados del siglo XVIII con ocasión de trasladarse el convento a una nueva ubicación, se abrieron los enterramientos encontrándose su cadáver medio desecho pero exhalando una fragancia a azucenas que dejó asombrados a todos los allí presentes.

Fue el último milagro de la mística motrileña.

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