RELATOS DE LA HISTORIA DE MOTRIL

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“POBRES DE SOLEMNIDAD”. EL FINAL DE UNA FAMILIA MOTRILEÑA DEL SIGLO XVIII

MANOLO DOMÍNGUEZ -Historiador y Cronista Oficial de la Ciudad de Motril-

Es lo normal en nuestra historiografía local la gran atención proporcionada al estudio de los estamentos poderosos y dirigentes de la sociedad motrileña, de los grupos privilegiados, que a lo largo de la historia de Motril han destacado por la apropiación del protagonismo en la gestión política, económica, cultural y religiosa y así, con su poder e influencia, han dejado deliberados vestigios de aquellos acontecimientos que más les interesó destacar en relación con sus acciones y afanes cotidianos en libros de actas del Ayuntamiento, prensa, libros, memorias, biografías y una numerosa serie de documentos que, dada la importancia y significación que para esta clase poderosa y sus descendientes tuvieron, han llegado hasta nosotros, por lo general, en buen estado de conservación.

En cambio, el amplio conjunto de población compuesto por los grupos de las capas populares, labradores, artesanos, mujeres, trabajadores de los ingenios, asalariados de las ciudades, jornaleros del campo, criados, pobres de solemnidad y todo tipo de marginados que, en conjunto, supondrían más del 90% de la población y del que, sin duda, procedemos la mayor parte de los motrileños y motrileñas de hoy, con ser el contingente más numeroso y, en consecuencia, el que constituyó la base poblacional de la sociedad de los siglos de la Edad Moderna, no sólo fue el más intencionalmente olvidado en los escritos y documentos de esos tiempos pasados e, incluso, en las obras de los historiadores motrileños de la actualidad se les ha continuado marginando por la escasez de documentos que a ellos hacen referencia. De esta manera los grupos no privilegiados de Motril, no sólo fueron olvidados en vida, sino que esa desatención a su recuerdo ha hecho que, también, se olvide su memoria colectiva.

Durante los siglos XVI al XVIII de la Edad Moderna la pobreza en Motril constituyó una realidad muy concreta y cotidiana que golpeó con fuerza a colectivos sociales muy determinados. Las mujeres, por ejemplo, aparecen como un grupo especialmente desfavorecido, fundamentalmente por la baja tasa de ocupación que tenían (en 1752 constituían el 22% de la población activa), y por el carácter poco especializado de sus oficios (costureras, criadas, lavanderas). Ello implicaba un estado permanente de vulnerabilidad ante la vida. La muerte del cabeza de familia o el abandono de este, provocaba una situación total de indefensión económica de las mujeres y de sus hijos menores. La mayor parte de los pobres de solemnidad del Motril en estos siglos eran enfermos, inválidos y, sobre todo, viudas y mujeres solas de mediana edad y mayores que mantenían a duras penas y de la caridad a sus hijos y nietos.

Otro segundo colectivo en riesgo constante de miseria era el los trabajadores poco especializados, que actuarían como un ejército de mano de obra barata en época de prosperidad y caerían masivamente en paro en épocas de crisis económicas. Este sería el sector demográfico más grande de la población motrileña, constituía a mediados del siglo XVIII el 65% de la población activa, y estaría integrado básicamente por las familias de los jornaleros del campo, de los ingenios azucareros y los trabajadores de la ciudad que, con sueldos de miseria que ni siquiera llegaban a cubrir las necesidades básicas del trabajador y su familia, estuvieron siempre en el borde de la indigencia y la marginación, más en una ciudad que, como Motril, tuvo su economía orientada fundamentalmente a un monocultivo antisocial como fue la caña y a la producción especulativa del azúcar, cuyos beneficios económicos favorecían solamente a las clases privilegiadas y en mayor parte se iban fuera de nuestra ciudad y que provocó, a lo largo de los siglos XVI-XVIII, enormes dificultades laborales y de abastecimiento alimentario y, por lo tanto, un disparatado coste de la vida que se reflejó en constantes faltas de trabajo, hambrunas y enfermedades entre los más desfavorecidos de la sociedad.

Calle de los Portugueses (Foto: Paco Peña)

Y precisamente quiero traer a colación en este artículo el final de una familia motrileña, una familia de esas que pertenecieron a los más míseros sectores de nuestra ciudad; una familia, como muchas miles, cuyo nombre ha sido olvidado en la memoria del tiempo y como únicos documentos existentes que atestiguan su paso por la vida y la historia motrileña, son las partidas de defunción de cada uno sus miembros.

El invierno de 1723-1724 en Motril fue bastante frío y muy lluvioso, se rompió la acequia y hubo falta de agua para el regadío y el consumo humano, el trabajo muy escaso por la mala cosecha cañera, el precio de pan bastante caro por la falta de trigo y las enfermedades empezaron a cebarse en los barrios más pobres de la ciudad, siendo la mayor parte de sus vecinos incapaces, por sus carencias de recursos económicos, de mantener unos estándares mínimos de subsistencia. Las enfermedades llamadas “fiebres”, posiblemente tifus, aparecieron en los barrios de Capuchinos, Esparraguera y las Angustias, favorecidas por la falta de alimentos y las nulas condiciones de habitabilidad e higiene de la mayor parte de las casas y chozas de los vecinos de estas zonas, dando lugar a una especie de bucle mortal: la necesidad llevaba al jornalero a la enfermedad y esta le impedía trabajar y, por lo tanto, no obtenía ingresos para adquirir los necesarios alimentos y medicinas para su curación. Era su fin y el de su familia.

La familia Folgoso Lorenzo vivía en las cercanías de la calle Portugueses y estaba integrada por cinco miembros; el matrimonio formado por Cristóbal Folgoso y Maria Lorenzo, dos hijas doncellas, Maria y Ana, y un niño pequeño llamado Luís.

A fines de diciembre de 1723, muere la madre Maria Lorenzo, el 27 de enero de 1724 fallece el cabeza de familia, Cristóbal Folgoso, que es enterrado gratuitamente en el cementerio anexo a la Iglesia Mayor por ser pobre de solemnidad. Sólo los que podían pagar su entierro tenían derecho a ser sepultados en el suelo sagrado de las naves de la iglesia y asegurar así mejor su salvación. Con la muerte de Cristóbal sus hijos debieron quedar totalmente desprotegidos y desamparados, a no ser que tuviesen algunos familiares que los ayudasen o abocados a la caridad de unos vecinos que seguramente carecían, también, de casi todo.

Los hijos, ya huérfanos, no debieron recibir mucha ayuda o quizás era ya demasiado tarde. La hija mayor, María, fallece el día 4 de marzo de ese año y su hermana, Ana, el día 5. Ambas sepultadas como pobres de solemnidad en el cementerio. Por último, el niño, llamado Luís Folgoso Lorenzo, fue inhumado en la iglesia de la Encarnación el 3 de  abril.

Con él desaparecía totalmente una familia motrileña del siglo XVIII y que no hubiese dejado ningún rastro de su existencia en la historia de Motril a no ser gracias, paradójicamente, a su muerte.

A los motrileños de hoy nos suenan los antiguos nombres de Belluga, Burgos, Contreras, Ruiz de Castro, Aquino y Mercado y de algunos nobles y personajes locales ricos y poderosos. Los hemos leído en libros de historia local y a muchos de ellos les hemos puesto sus nombres en nuestras calles, merecida o inmerecidamente. Los otros como la familia Folgoso, los olvidados de la historia que son la inmensa mayoría, se han diluido en nuestra memoria colectiva como pueblo en las brumas de pasado.

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