LOS CUENTOS DE CONCHA

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AMORES TEMPRANOS

CONCHA CASAS -Escritora-

Esta historia, como tantas otras, es la historia de otro tiempo, oscuro y ya afortunadamente perdido en la bruma del recuerdo.

Ocurrió a primeros de siglo en un pueblo cercano a Granada, cuando en nombre del honor y la honra se cometían las mayores tropelías.

Alberto, hijo de un rico hacendado de la comarca, acababa de estrenar sus 16 años cuando se enamoró perdidamente de Camelia, su vecina de 14 años, hija de un médico que vivía en la hacienda de al lado. Las dos fincas estaban separadas por una valla de unos dos metros de altura, donde cada tarde los dos jóvenes, subiéndose a sendos árboles, se veían y compartían sus anhelos.

Esa primavera, Camelia estaba más hermosa que nunca y dejándose llevar por su ardorosa juventud, nuestro joven saltó la valla que lo separaba de su amada, con tan mala fortuna que fue a caer sobre una piedra que le quebró la pierna como si de un palillo se tratara.

Ella asustada corrió a buscar a su padre, pero este al ver lo ocurrido sintió ultrajada su honra y los echó a ambos de su casa.

Sin saber que hacer, la pobre Camelia fue  acogida por una tía de Alberto que le dio cobijo hasta que un año después los casaron. Para entonces ese amor impetuoso ya no tenía la intensidad del principio. Tantos problemas cayeron como una losa sobre tan noble y temprano sentimiento.

Alberto dejó los estudios, su porvenir quedó prendido en el aire. La cojera que le dejó el fatídico accidente marcó su vida para siempre. Cuando en la familia se decidía qué hacer con él, un hermano de su padre, que había hecho las Américas años atrás con bastante fortuna, escribió una carta en la que anunciaba su lamentable estado de salud y la necesidad de que alguien de la familia (él no se había casado) que se hiciera cargo de sus negocios.

Parecía una solución caída del cielo, ese sería el porvenir del joven. Se dispuso que partiera él solo hasta que su situación fuese estable y volviese a por su joven esposa.

Rápidamente se preparó un viaje que sería interminable, tres meses de travesía le separaban de su destino, y el infortunio quiso que Alberto enfermase gravemente, tanto que cuando al fin arribaron a tierras americanas, lo ingresaron en un hospital donde permaneció dos largos meses.

Cuando salió se encontró perdido, convaleciente, sin dinero y sin  familia. Su tío había muerto y no había ni rastro de los negocios que lo habían llevado hasta allí.

Mientras tanto su esposa, encinta sin que él lo supiera, dio  a luz a una niña que nació muerta. Su padre, el médico, se compadece ante la desgracia de su hija y la recoge, prohibiéndole eso sí, volver a ver a su marido. Cosa que cumplirá a rajatabla, morirá ya anciana, sola y curiosamente coja también tras un desgraciado accidente.

Él volvió todavía enfermo, y se encontró con que su juventud había pasado y lo había dejado solo, sin salud, sin un status social definido, no era ni casado, ni viudo, cosa que le cerraba las puertas de un posible matrimonio.  La edad del estudio se le pasó…

Afortunadamente su padre, gracias a sus influencias, consigue colocarlo como contable en una boyante empresa

Debido a su tara física se librará de su incorporación a filas en los diferentes conflictos bélicos por los que atravesaba su país.

Su corazón, vacío y solitario sometido a esa extraña situación a la que su aventura de juventud le condenó, pronto encontró consuelo.

Mariquilla, la criada de la casa, se había convertido en una mujer preciosa. Cuando la llevó su madre a servir, apenas tenía  trece años, desde entonces habían pasado más de diez, y de aquella mocosa con trenzas no quedaba ni rastro.

Ella había vivido toda la tragedia del señorito y quizás por tener prácticamente la misma edad, o quizás por lo novelesco de la historia, lo había amado en secreto desde entonces. Cuando él, por fin, se fijó en ella, enseguida le abrió las puertas de su corazón y de su alcoba.

Como después se mostraría,  ambos resultaron ser absolutamente fecundos. Y cuando el fruto de su amor empezó a hacerse evidente, el padre de Alberto no tuvo más remedio que pedirles a ambos que abandonaran su casa.

Afortunadamente del trabajo no lo echaron, a pesar de su enfermedad, de la que nunca sanó del todo y que de vez en cuando le provocaba recaídas.

Uno tras otro, van trayendo a este mundo hasta nueve hijos.

Los nuevos tiempos que el fin de la guerra había impuesto,  no eran los mejores para una pareja que vivía en una situación tan manifiestamente pecaminosa. Y la familia de él en bloque, les da la espalda.

En los primeros años cuarenta, Alberto sufre una recaída. Los rigores de esa primera posguerra fueron demasiado para su maltrecha salud que esta vez no aguanta el envite.

Morirá dejando a toda su numerosa prole en la calle. Ella era una “perdida” a los ojos de la muy católica sociedad de entonces, y sus hijos unos bastardos indignos de cualquier sentimiento cristiano.

La familia de él, que seguía conservando todos sus privilegios, incluso los habían aumentado (no en vano formaron parte del bando vencedor), le dieron la espalda a la “querida” del hermano, hasta tal punto que ni le permitieron la entrada al velatorio del que había sido su compañero durante tantos años y el padre de sus nueve hijos.

Abandonada a su suerte, no le quedó más remedio que enviarlos a todos al hospicio

Durante muchos años se la vio fregando portales, en algunos de los cuales vivían los “tíos” de sus hijos…. Siempre sola, siempre callada.

Después la vida condujo a cada uno hacia su destino y nunca más se supo de ella. Sin embargo la crudeza de sus vidas en esos tiempos difíciles quedó para siempre en su memoria, tanto es así que casi un siglo después del nacimiento de los protagonistas, su historia sigue llenando las veladas familiares entre sorbos de café.

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