JULIO RODRÍGUEZ, MINISTRO DE CARRERO BLANCO (II)

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1834

CAPITULO II

Iñaki Rodríguez -escritor-

Kissinger ya conocía las intenciones de Carrero Blanco pero su visita fue un último intento para convencerle. Recordemos que Carrero nunca fue una persona gris, como quiso dar a entender la prensa americana después de su muerte. Era un estratega nato y tenía una visión muy inteligente sobre la política internacional (entre otras cosas, redactó un informe de seis folios que nos libró de entrar en la II guerra mundial) y los americanos lo veían como un peligro inminente. En 1964, el Almirante publica en la revista General de la Marina lo siguiente: ¨España no tiene ninguna ambición de conquista, no pretende imponer a nadie su voluntad, no intenta resolver ningún problema por medio de las armas, no necesita armarse para atacar a nadie, porque, como nadie, desea vivir en paz; pero por imperativo de la realidad de la situación internacional, tiene que reconocer que está amenazada, como todo occidente, por el imperialismo soviético¨. Nada más ser nombrado ministro, enviaron a mi padre a firmar unos acuerdos educativos con Chile y entre esos acuerdos se encontraban otros de carácter científico muy importantes con el Gobierno de Salvador Allende, alguno relacionado con los ya firmados en 1972, y en coordinación con el ministerio de industria, en cuestión de energía nuclear, para fines pacíficos con este país. Como dice  Don Gonzalo María «Pinochet anuló muchos de estos acuerdos al llegar al poder y los sustituyó por acuerdos con empresas norteamericanas». Allende, a pesar de ser socialista, era un amante de la ¨madre patria¨. Su conocida frase ¨¡Viva la verdadera amistad!¡ Viva España!¨ expresa perfectamente su sentir y, al igual que Carrero Blanco, también daba la espalda al gobierno americano. Allende causó muy buena impresión a mi padre (y mi padre a él). De hecho, Julio Rodríguez, decía pertenecer a ¨una derecha socializante¨, es decir, una derecha que no perdiese de vista la justicia social y opuesta al brutal «dejad hacer, dejad pasar» del liberalismo radical de las Cortes de Cádiz, por lo que, entre otros motivos, hicieron muy buenas migas. Pero mientras en Chile se estaba gestando una guerra contra Argentina, por la soberanía de algunos territorios así como un golpe de Estado y en España, Franco estaba ya muy mayor, Carrero se convirtió en el último escudo que defendía la continuidad del régimen. Aunque Carrero y su gobierno salieron reforzados de varias crisis, los enemigos se le acumulaban. Por un lado, miembros de la familia de Carmen Polo, la mujer de Franco, por otro lado la masonería, ya instalada perfectamente en posiciones de poder en la época, los comunistas y los separatistas vascos y por último, los más poderosos y peligrosos: los servicios de espionaje estadounidenses. Una vez la CIA tuvo bien controlados a dichos mandos masones españoles, pro gobierno de Estados Unidos y obtuvo las promesas de la Casa Real (Juan Carlos prometió, si reinaba, ceder el uso de las bases a Estados Unidos en contra de los deseos de Franco) Todo quedaba preparado para remover el último inconveniente: Carrero Blanco.

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