LOS CUENTOS DE CONCHA

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IMÁGENES GUARDADAS

CONCHA CASAS -Escritora-

Subió las escaleras que conducían al precioso minarete que coronaba el parque. Se situaba en la parte más elevada del mismo y desde allí se podían contemplar en todo su esplendor, los árboles, los macizos de flores, las fuentes y en general toda la exuberante naturaleza que adornaba ese delicioso lugar.

Sin embargo el ánimo que acompañaba a Lucía en su ascenso no era precisamente el que debería albergar quien tenía el privilegio de  disfrutar de semejante espectáculo. De hecho, llegó hasta allí huyendo, más que de algo o de alguien, de sí misma. Pero era en vano, nadie puede escapar de lo que lleva dentro.

Se había enamorado de la persona equivocada. Ella que podía jactarse de ser la flor más hermosa de ese bello jardín por el que corría hacia ninguna parte, había tenido que entregar su corazón al de alguien que ya tenía dueña y que  para mayor desdicha era su propia hermana.

Andrea se había marchado hacía años, se empeñó en formarse en la cuna del arte, rodeada del mismo aire que respiraron Boticcelli o Miguel Angel, y gracias a su brillante expediente y a una beca concedida precisamente por ello, consiguió su propósito.

Había vivido y estudiado en Florencia los últimos seis años, y ahora volvía de allí con su propia escultura de carne y hueso, que le había robado la voluntad a su hermana, sin pretenderlo, ni ser consciente de ello.

Por eso Lucía huía y por eso era ajena a la belleza de su entorno, su propio dolor la cegaba a otra cosa que no fuese su pena, y hundida en ella, llegó hasta el velador y allí lloró, intentando desahogar la angustia que la atenazaba

Su desdicha era tan grande, como grande era su amor. Apenas contaba con doce años, cuando en una de esas deliciosas veladas, en que su abuela las entretenía contándoles los más maravillosos y fantásticos cuentos, les  pidió a las hermanas que imaginasen como sería su futuro príncipe encantado. Andrea se levantó enseguida, y casi enfadada las abandonó a las dos. No entendía como su abuela se empeñaba en seguir contándoles cuentos de príncipes azules y entendía aún menos, que su hermana, un año mayor que ella, siguiera escuchándola como cuando tenían  cinco años.

Pero Lucía era así, soñadora e infantil, tanto, que seguía creyendo las fantásticas historias que le contaba su abuela, sin cuestionarlas siquiera. De manera que esa tarde, comenzó a darle forma al que un día habría de hacerla dueña y señora de su corazón. Primero imaginó su estatura y corpulencia, después el color y la forma de su  cabello, con el que enmarcó su rostro y en él dibujó las cejas primero, la nariz y los labios después y por último sus ojos, unos maravillosos ojos negros que se iluminarían al  mirarla a ella. El resultado final se instaló en su corazón y desde entonces la había acompañado siempre. Lo buscó en cada pareja que tuvo, pero ninguno llegó a ser el propietario de la imagen que guardaba su corazón. Uno tenía sus labios, otros la  misma mandíbula, o el mismo perfil, pero en ninguno había encontrado ese rostro, que llevaba impreso en su alma hacía ya tanto tiempo. Estaba tan segura de esa imagen, que sabía que en el momento en que lo viese lo reconocería sin dudar.

Por eso cuando su hermana regresó de Italia con él, su sola visión causó tal conmoción en su ánimo, que desde entonces estaba enferma. Él era el  prometido de su hermana, su pelo, el corte de su cara, esas cejas pobladas sobre los ojos negros que siempre soñó… con la diferencia de que no era al mirarla a ella cuando se encendían, sino cuando sus pupilas se encontraban con las de su hermana.   

Esa burla del destino la había herido de tal manera, que se había apartado de todo y todos.

Al día siguiente sería la boda y por eso esa tarde corría desesperada por el parque, huyendo de sus propios fantasmas. No podía seguir escondida, ella sería la madrina de su hermana y el padrino un hermano de él, que llegaría esa misma tarde y al que debería ir a recoger al aeropuerto.  Por eso subió al minarete, para intentar verter allí todas las lágrimas que aún conservaba en su interior.

Llegó a la Terminal de los vuelos internacionales, todavía con las últimas lágrimas pegadas a sus párpados, lo que no se imaginaba era lo que se iba a encontrar allí.

Una réplica exacta del novio de Andrea, se dirigía hacia ella y cuando los ojos de ambos jóvenes se encontraron, esta vez sí,  unos maravillosos ojos negros se iluminaron al  mirarla a ella.

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