LOS CUENTOS DE CONCHA

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ILUSIONES TRUNCADAS

CONCHA CASAS -Escritora-

Paquita pisó el acelerador, se sentía feliz. Acababa de cumplir treinta y tres años y la mayoría de sus sueños se estaban cumpliendo. Su trabajo cada vez iba mejor, sus jefes la habían felicitado en el último cierre de ejercicio, sabían que parte del éxito de la temporada se había debido exclusivamente a ella.

Conducía un precioso coche que había terminado de pagar con la última paga extra. Y por fin había podido comprarse el piso con el que siempre soñó. De acuerdo que no estaba en el centro pero a cambio disfrutaba del aire de la Sierra y de la tranquilidad de la periferia. Situado en la zona sur de la ciudad, la más tranquila y la menos conflictiva. Tenía calefacción, ascensor, acabado con los mejores materiales y  todos los detalles para hacer más cómoda la vida de cualquiera.

Pagaba una hipoteca que gracias a las últimas subidas de su  salario, cada vez le era menos gravosa.

Si la vieran sus padres estarían orgullosos de ella. Desde que salió del pueblo para estudiar en la ciudad, habían vivido con el alma en un puño temiendo por ella. En el fondo le daban lástima, vivían llenos de miedo, siempre pensando  en los mil peligros que acechaban a cada paso.

No podía evitar que la agobiasen. Ella era diferente a ellos y a todos los del pueblo, cuando se marchó sabía que nunca volvería. Necesitaba horizontes más amplios que los que puede ofrecer un pueblo de interior. Y su vida era la prueba evidente de que no se había equivocado.

Solo faltaba un pequeño detalle para que fuese perfecta. Siempre había querido ser madre. Lo había ido posponiendo hasta tener una mínima seguridad, de la que afortunadamente ya disfrutaba. El problema es que ahora no tenía con quien. Su última relación estable había acabado el año anterior. Después de tres años, de repente una mañana al despertarse se dieron cuenta de que se les había acabado el amor. Fue muy triste, habían vivido un apasionado romance y cuando las brasas se convirtieron en hielo, sintieron un desgarro profundo y doloroso. Pero ninguno de los dos era capaz de vivir una mentira y cuando comprobaron que efectivamente estaban velando el cadáver de su amor, decidieron separarse.

No es que tuviese prisa por encontrar de nuevo pareja, llevaba una temporada muy plena y satisfactoria, le divertían sus aventuras esporádicas, pero el temible reloj biológico empezaba a preocuparle. No quería ser una madre vieja y tampoco le seducía la posibilidad de ser madre soltera… pero el que estaba llamado a ser el padre de sus hijos no quería aparecer en su vida.

Iba a la playa. Todavía el tiempo invitaba a recrearse en las terrazas frente al mar y había quedado allí a comer con unos amigos. Se le había hecho tarde, se quedó frita. Pensaba haber madrugado para dar un repaso serio a la casa, en toda la semana no había tenido tiempo ni de limpiarla por encima, pero el cansancio acumulado la venció y cuando abrió los ojos ya eran casi las once. 

Aún así sonrió. Aunque ya llevaba casi un  año viviendo allí, no podía evitar sentirse feliz cada vez que amanecía en ella. Sobre todo los fines de semana porque a diario apenas si tenía tiempo de nada

Le encantaba mirar al techo y comprobar su forma, le daba la dimensión exacta de la habitación en la que se encontraba, después bajaba la vista y comprobaba la disposición de los muebles, la cómoda de pequeños cajones, la silla forrada igual que las cortinas, el tapiz que hacia las veces de cabecero… estaba realmente orgullosa de sus logros.

Subió el volumen de la música, le encantaba escucharla mientras conducía. Era prácticamente el único momento en que podía hacerlo. Nunca tenía tiempo casi de nada, por eso disfrutaba tantos de ellos. Escuchaba una recopilación de los éxitos del año y cantaba a la par que sonaba la música.

Le había dicho Lucía que iba a ir con Luis, un viejo conocido suyo que estaba segura le iba a gustar. La posibilidad de vivir una aventura, o quien sabe si algo más, la entusiasmó tanto que sin darse cuenta pisó de nuevo el acelerador.

Hubiese podido volar, apenas había tráfico y aún le quedaban varios kilómetros de autovía.

El sol brillaba en todo su esplendor, hacía un día estupendo. Pensaba quedarse a dormir con su amiga, seguro que se liaban y no le gustaba conducir de noche y mucho menos si había bebido.

De repente se acabó la música. Sacó el disco y pensó en ponerlo otra vez, pero ya lo había escuchado dos veces. Cogería otro de la guantera, los tenía a mano. Le apetecía escuchar el último que había comprado, era muy marchoso y quería  mantener el espíritu alegre con el que se había levantado. Seguro que la velada se alargaría y empalmarían con la noche. Le apetecía bailar, irían a la discoteca de la última vez.

Pero ¿dónde diablos se había metido el dichoso compact?, se inclinó un poco más para llegar hasta el fondo, fue apenas un segundo pero al levantar la vista la carretera ya no estaba. 

Cuando llegaron los de atestados, la ambulancia se había llevado a la joven aunque no creían que pudiesen hacer nada por ella, sus lesiones eran incompatibles con la vida.

“Debió salirse en la curva, algo debió distraerla -comentaron- es casi imposible de otro modo. No había apenas tráfico, la carretera estaba en perfectas condiciones… posiblemente el exceso de velocidad unido a una distracción fueron la causa del fatal accidente”.

Eso fue al menos lo que dijeron al día siguiente los periódicos: muerte de una mujer al salirse su coche en una curva, soltera, de 33 años, con domicilio en la nueva Urbanización Soto Luz nº 2 ·3ºA.

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