HERMANOS

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HERMANOS

CONCHA CASAS -Escritora-

Llamaban a aquel juego “Así lo pienso, así lo veo”. Les gustaba inventarse las palabras y jugar con ellas. Su infancia fue un mundo a su medida. Cómplices, amigos, hermanos. Unidos hasta la muerte. Al menos así terminaban todos sus juramentos en aquellos juegos donde ambos eran los héroes invencibles.

Su juego favorito  consistía en pintar. Por turnos cada uno elegía una palabra y en un tiempo determinado debían representar en un papel lo que el concepto les sugiriese.

Ambos destacaban en sus respectivos colegios, sobre todo Ángel, el más pequeño de los dos. Era inteligente, brillante, creativo. Destacaba por encima de todo y de todos. Brillaba por sí mismo. Incluso en la común afición de la pintura su técnica depurada y su tendencia al perfeccionismo, convertían sus dibujos en pequeñas obras de arte.  

Carlos, sin ser tan espectacular como su hermano pequeño, también pintaba bien, aunque lejos de la perfección de Ángel, tendía a terminar sus trabajos sin repasarlos siquiera, lo que sin  afearlos, les aportaba una frescura y un toque tan particular como único. Además tenía una capacidad innata para abducir a sus compañeros. Era el líder perfecto e indiscutible,  nada se hacía sin contar sin él, incluso en aventuras ideadas por otros era requerido enseguida para ejercer de jefe.

Mientras fueron pequeños, Ángel asumió su papel de hermano de Carlos sin ningún problema, aceptaba  el liderazgo de su hermano con la misma naturalidad que parecían hacerlo todos los demás.

Además su  casa era una compensación a lo que ocurría en la  calle, ya que la  madre de ambos tenía en Ángel a  su indiscutible ojito derecho y  ensalzaba sin ningún pudor el trabajo de su benjamín a expensas de su hermano. Quizás también consciente de que a Carlos le traía sin cuidado lo que opinara de él, tal era su seguridad en si mismo. 

Sin embargo fue al llegar a la adolescencia cuando algo empezó a fallar. De pronto los dos años que los separaban y que hasta entonces habían pasado totalmente desapercibidos, se convirtieron en un abismo casi insalvable.

Mientras Carlos incrementó su popularidad y se hizo de un grupo incondicional de amigos, Ángel se fue quedando solo y perdido, en una inteligencia que lejos de ayudarle parecía ahogarlo, de la noche a la mañana esa capacidad se convirtió en su peor enemigo. La soledad a la que parecía condenado le sirvió para depurar una técnica que comenzó siendo un juego de niños y se estaba aproximando al arte con mayúsculas. Pero lejos de ayudar  a su estado anímico,  lo fue hundiendo en un mundo único y exclusivo que solo conseguía apartarlo más aún de los demás.  

Su hermano mayor asistía con angustia a la tristeza que parecía devorar a su antiguo compañero de juegos, intentó ayudarlo, hablar con él… pero apenas pudo secar sus lágrimas.

Los estudios y la vida en sus distintos avatares, los fueron separando aún más. Carlos también siguió con los pinceles. Nunca lograría conquistar la técnica casi perfecta de su hermano, pero su alegría y gusto por la vida se plasmaba en sus obras y eso era bien acogido por los galeristas que lógicamente querían productos vendibles, además de buenos.

La oscuridad que hacía presa en el alma de Ángel, se fue trasladando a sus cuadros que progresivamente fueron tomando los tonos más oscuros de la paleta. En determinados círculos empezó a ser considerado como un nuevo genio. Pero debido a su temática era en círculos muy restringidos y elitistas, lejos del gusto general.

A pesar de intentar mantener el contacto, el tono de Ángel era cada vez más agresivo, por lo que Carlos distanciaba los encuentros entre ambos.

Hasta que al final solo quedó el silencio entre ellos.

La vida le devolvía lo que ellos le entregaban. Carlos alegría y  optimismo. Ángel rabia, ira, odio. Poco a poco la firma de Carlos comenzó a ser cotizada y reconocida, mientras que de su hermano apenas se sabía en círculos de coleccionistas. 

La impotencia al ver como su trabajo, sin lugar a dudas de mejor técnica y calidad  artística no tenía el debido reconocimiento, fueron convirtiendo su rabia en odio. Dejó de acudir incluso a las reuniones familiares y borró de su mente y de su corazón al que durante tanto tiempo fue su aliado mas incondicional.

La calidad de su obra no mermó un ápice, al revés centró toda su energía en conseguir la perfección. Y lo lograba, al menos en la forma, pero el contenido era tan terrorífico, como negra se iba volviendo su alma.

Carlos sin embargo seguía dejándose llevar por sus impulsos y por la alegría que se había instalado para siempre en su corazón. Algunos críticos lo despedazaban sin piedad, su técnica, sus métodos… pero sus formas eran tan agradables que sus cuadros se vendían solos y se cotizaban más.

En alguna ocasión intentó buscar a su hermano y tenderle su mano. Pero el pequeño de la casa hacía mucho tiempo que había dejado de ser él y en esos gestos veía garras, porque eso era lo único que su alma herida podía ver.

Y tristemente Carlos, recordó el nombre del  juego al que jugaban de pequeños como si de una profecía se tratase: “Así lo pienso, así lo veo”.

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