CONFINADOS Y EMPANTALLADOS

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CONFINADOS Y EMPANTALLADOS

Un mes de estímulos sensoriales hace 600 años, equivale a 24 horas de estímulos en la actualidad.

MARÍA ROBLES -Co-directora Essentia, Psicología y Bienestar Motril-

Vivimos en una sociedad de consumo en el amplio sentido de la expresión. No sólo consumimos grandes cantidades de cosas y experiencias, sino también de información, de imágenes, de ideas, de palabras, de opiniones, etc. y obviamente, la revolución digital ha potenciado este hecho enormemente.

Nuestra capacidad de procesar información es limitada, por lo que una gran cantidad de estos estímulos son recibidos de una manera inconsciente. Así, podemos absorber 11 millones de unidades de información, y sin embargo solo percibimos consciéntemente un máximo de 40.

Sea consciente o no, esa estimulación está ahí y tiene unas consecuencias.

Los estudios actuales acerca de la sobre estimulación a la que nos vemos expuestos, relacionan esta con la segregación de cortisol, comúnmente conocida como hormona del estrés. De hecho, la propia etimología de la palabra estímulo, explica muy bien esta relación. Estímulo viene del vocablo latino «stimulus» que significa aguijón (un agente interno o externo que nos «pincha» para movilizarnos a la acción).

Imagínate por un momento que pretendes estar tranquilo pero que hay alguien continuamente intentando llamar tu atención.

¿Como crees que terminarías sintiéndote?

Pues si…y a parte de eso podrías sentir cosas como:

–       Elevación de la presión sanguínea, pulso acelerado, taquicardia, etc.

–       Irritabilidad

–       Pensamientos acelerados

–       Dificultad para concentrarte

–       Incapacidad para sentarte “sin hacer nada”

–       Insomnio o sensación de que no descansas

–       Tristeza y apatía.

Pues bien, en principio parecía que esta situación de confinamiento y cese en la que nos encontramos, podía ser la oportunidad para ralentizar nuestra actividad, para mirar más hacia adentro, poner orden y hacer limpieza interna, en fin, para desintoxicarnos de todo ese estrés que normalmente llevamos la mayoría a cuestas, sin embargo, las pantallas nos lo están poniendo difícil a muchos. Engancharse a ellas es lo más sencillo cuando evitamos conectar con emociones como la SOLEDAD, el ABURRIMIENTO o la INCERTIDUMBRE, y es curioso pensar, como nuevamente, aquello que utilizamos para sentirnos mejor a corto plazo, acaba siendo una de las principales causas de lo mal que nos sentimos a medio y largo plazo. Nuevamente caemos en las garras del impulso cortoplacista, y pensando en esto, recuerdo aquel experimento del psicólogo Walter Mischell que estudiábamos en la carrera, en el que se les daba la opción a unos niños de entre cuatro y seis años de elegir entre comerse una golosina en el momento o esperar quince minutos sin moverse y recibir la compensación de comerse dos. Tras catorce años de seguimiento de los niños que participaron, se descubrió que los que habían preferido esperar eran adultos con mayor tolerancia al sentimiento de frustración, más competentes socialmente y con mayor éxito académico o laboral. La buena noticia es que esa capacidad de esperar y de tolerar se puede entrenar.

¿Qué podemos hacer?

–       ¡¡¡Recupera la vida analógica!!! Restringe tu tiempo con las pantallas.

–       Intenta hacer solo una cosa a la vez. No empieces a hacer una actividad, hasta que no hayas terminado otra.

–       Cuando estés haciendo cualquier actividad centra tu atención en lo que estás haciendo, cuando notes que has perdido la concentración simplemente vuelve a recuperarla sin enfadarte contigo misma/o.

–       Escoge algunos momentos cotidianos para traer atención y presencia a tu vida, por ejemplo, mientras te duchas, comes o cocinas. Céntrate en las sensaciones del tacto, gusto, olfato, etc. que tienes mientras llevas a cabo estas tareas.

–       De vez en cuando, para unos segundos, cierra los ojos y céntrate en la respiración, en como entra y como sale el aire, y mientras, deja que los pensamientos vayan y vengan sin intervenir en ellos.

–       Trabaja con tus emociones. Cuando tengas una emoción desagradable párate unos momentos a observarla. Observa en qué lugar del cuerpo la sientes e intenta darle cualidades de objeto, “dibuja” su contorno con tu dedo sobre la zona del cuerpo donde la sientas, dale un tamaño, observa si es algo sólido, líquido o gaseoso, dale un color, observa si está fría, templada, o caliente, observa si es ligera o pesa, si se mueve o está fija… y seguidamente imagina que pudieses respirar a través de esa sensación, y que con cada inspiración, la zona del cuerpo donde se encuentra se fuera haciendo cada vez más ancha y se fuera creando un espacio de aire entre la sensación y tú.

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