EL VERBO PROSCRITO

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       ¡QUÉ PENA DE PENE!

JUAN JOSÉ CUENCA -Escritor-

Volvemos a hablar en un artículo de tontos.

No, no piensen ustedes que me refiero a Pedro Sánchez o cualquier otro politicucho al que habría que dedicarle un estudio completo para intentar descifrar los vericuetos retorcidos de la mente humana, que no anda el horno para bollos con lo que está cayendo, sino que hoy nos explayaremos en algo mucho más prosaico y banal, pero no por ello menos curioso.

Desde los albores de nuestra existencia el género humano hemos sentido una especial predilección – con algunas excepciones, que no hay más que asomarse a la ventana y ver según qué cuerpos- por el ejercicio físico. Sí, comenzando por aquellos ancestros nuestros que se pegaban largas caminatas y carreras para procurarse el sustento de cada día, pasando por la creación de los Juegos Olímpicos hasta llegar a nuestra era, en la que el gusto desmesurado por lucir un cuerpo diez a base de esculpido en el gimnasio o metiéndote entre pierna y pierna más kilómetros que el baúl de la Piquer, ha llegado hasta casi el punto de desbordarnos y descolocarnos.

Pero vayamos al grano de los descalabros ahora que hemos mencionado el gym. Resulta que en una localidad alemana de la que no ha trascendido el nombre, una brigada de bomberos ha tenido que acudir a un gimnasio para liberar el pene de un individuo que había osado – muy listo él- meterlo en el agujero de una pesa. Como lo están leyendo. Se ve que el lumbreras en cuestión estaba aburrido, o quizás se debiera a una apuesta que perdió con algún compañero de ejercicio… o vete tú a saber. No tienen más que mentalizar esa imagen de un tipo que (por razones como he dicho que se escapan a mi corto entendimiento) decida introducir su miembro viril en el agujero de una pesa de 2’5 kilogramos. Claro, aquello comienza a aumentar de tamaño, se hincha quedando atascado sin posibilidad de retroceso y más negro que una berenjena pasada. Al pobre no lo quedó más remedio que pedir ayuda después de infructuosos intentos por liberarse y trasladado al hospital más cercano. Ni me imagino la cara de los sanitarios al ver un cipote con campana…

Aquí podría haber terminado esta historia, pero he ahí que los médicos se ven incapaces de sacar el miembro del agujerito y tienen que echar mano del mismísimo Cuerpo de Bomberos. Éstos, que son muy trabajadores pero también tienen su guasa, no tardaron en compartir por Facebook una fotografía que mostraba la pesa cortada por la mitad después de la “liberación”, para más inri del desdichado. Lo que no han mencionado es el estado en el que ha quedado el pene, si sigue funcionando con normalidad o ha quedado para hacer cortezas de tocino.

Desde luego habría que hacer un estudio psicológico para determinar qué grado de estupidez es necesario para hacer algo así. Un estudio gordo, por otro lado. Si no que me expliquen a mí que habiendo tantos agujeros por todos lados, se decida por el de una pesa que podría haberle dejado el pito como una longaniza. Pensándolo bien, lo mismo era eso lo que buscaba. De hecho se comenta que la gente muy musculada o que trabaja mucho las pesas en el gimnasio, suelen tener un pene más o menos tirando a chico debido, sobre todo, al consumo de anabolizantes y otras sustancias. Que me parece a mí que se me está quedando más bien tirando a botón de timbre, pues unos estiramientos con la pesa y listos. Ya les digo, para mirarse la cabeza sí o sí.

Todo esto nos hace reflexionar sobre algo muy importante: cuando estamos aburridos o el coco no nos riega correctamente suelen pasar cosas como éstas. Y es que cuando hablamos de penes, el hombre suele tomarse el asunto muy en serio. Nos pueden tocar cualquier parte de nuestra anatomía, mofarse de ella y hasta bromear con la mujer de uno, pero nuestras partes pudendas que nadie las toque. El tesoro del reino es algo que debe defenderse a capa y espada.

Esperemos que este señor haya aprendido la lección y se dedique en adelante a algo más productivo y sensato, que no anda el patio para estar entreteniéndose haciendo malabarismos con la picha. Cabe esperar que el acontecimiento ocurriera antes del estado de alarma que venimos sufriendo y que mantiene los gimnasios cerrados a cal y canto (como muchos otros establecimientos) en estos aciagos días. No obstante, podría haber ocurrido también en casa, que casi todo el mundo tiene pesas debajo de la cama para hacer el paripé cada vez que nuestra pareja nos acusa de fofos. Si es así y usted es uno de ellos, más le valdría no meter aquello que más aprecia en ningún sitio raro, por mucho que el viejo y sabio refranero nos recuerde que en tiempos de guerra cualquier agujero es trinchera.

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