EL VERBO PROSCRITO

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«SIMPA»

JUAN JOSÉ CUENCA -Escritor-
Hoy quisiera hacer mención a un fenómeno que cada día está más en boga: “largarse” (muchas veces con nocturnidad y siempre con alevosía) de diversos establecimientos sin pagar los artículos que hemos comprado o consumido. A esta tendencia, que espoleada por la crisis acuciante que soportan nuestras espaldas y bolsillos y que cuenta con una verdadera legión de adeptos, se le conoce con el “sutil” nombre en clave de ‘simpa’, y que como habrán adivinado quiere decir ni más ni menos que eso: sin pagar.

Para ser totalmente honesto he de confesar que, si bien ahora en la edad ¿adulta? ni se me pasaría por la cabeza intentar algo así, sí que es verdad que en la adolescencia y coincidiendo con las primeras salidas con novia o amigos (donde las pesetas brillaban cegadoramente por su continua ausencia) en más de una ocasión, bueno sólo en un par de ocasiones, que tampoco es que fuésemos aprendices de “El Lute”, me vi en la bochornosa tesitura de no tener dinero suficiente para pagar las consumiciones en el garito de turno. Vamos, ni volviendo de al revés los forros de los bolsillos de todos los que íbamos en el grupo llegábamos a sufragar toda la cerveza (acompañada de su correspondiente tapa de pulpo) que en el fragor de la camaradería y de la diversión, habíamos bebido a destajo. Y es que, aunque el primer sentimiento que afloraba a nuestras caras era una risilla boba que denotaba nerviosismo y vergüenza, la verdad es que nos recomponíamos bastante pronto y sólo contemplábamos una salida útil: pies para que os quiero…, o tal vez su prima ¡sálvese el que pueda!, (o maricón el último, que es siempre más castizo). Entonces, y sólo entonces, se sucedían las mismas actitudes y los mismos comentarios que suelen acaecer en estos casos:

Oye, que voy al baño. Ahora mismito vuelvo.

Y el muy zorro jamás llegaba a mingitar en el servicio del bar (quizás luego más

tarde entre un par de contenedores de basura, un poco más relajado y contento por haberse “salvado”), sino que giraba bruscamente y con disimulo mal contenido se encaminaba directamente a la puerta de la calle, saliendo en estampida. Ja, ja…, que le eche el lazo John Wayne si tiene cojones…

Así, uno tras otro. Y al final se quedaba sólo solito el pardillo de turno (aquel que no había sido lo suficientemente rápido o listo o no tenía la vejiga tan llena como los demás) que quedaba acodado en la barra con cara de circunstancias y esquivando la mirada inquisitiva del camarero que lo observaba con el rabillo del ojo preocupado porque, de buenas a primeras, aquel nutrido y follonero grupo de amigos de unos minutos antes, hubiese desaparecido como por arte de magia quedando solo en su mínima expresión. En aquel lejano tiempo a esta “actividad” no se la conocía con el nombre de simpa, sino con aquel otro tan bonito y deportivo de “marcar un gol”. Sí, sí, como lo oyen: “marcar un gol”, con todas su connotaciones.

Pero vuelvo a repetir que aquello ocurría esporádicamente y sin premeditación, no como hoy que el que entra a beber a cualquier bar ya lo hace con la idea de dejar plantado al camarero y batir los 100 metros lisos (u obstáculos, si estamos al solecito en la terraza). Eso sí que es tener malafollá genuina porque, a no ser que yo no me haya enterado y hayan declarado la cerveza o el vino artículos de primera necesidad (bueno…, sí es verdad que para algunos lo son), no hay porqué pasar el mal rato o, mejor dicho, hacérselo pasar al pobre dueño del garito que también tiene que pagar su mercancía y no pocos impuestos.

Vale que estamos en crisis, señoras y señores. Pero si no tienen dinero para “pimplarse” unas cervezas, pues se queda uno en casa bebiendo limonada y santas pascuas. Tan contentos, vamos. Porque como bien dice un amigo mío: “las penas con alcohol (que no con pan) son menos. Pero el alcohol, en el mejor de los casos, termina por embrutecernos”.

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