RELATOS DE LA HISTORIA DE MOTRIL

✍Manuel Domínguez García

Cronista Oficial de la ciudad de Motril

La caña de azúcar en Motril

Síntesis de una historia milenaria

Manolo Domínguez García -Historiador-

La caña y el azúcar han marcado en Motril las pautas de una evolución socio-política y económica que han permanecido y aun permanecen en el sustrato de toda la trayectoria histórica de esta ciudad, creando una personalidad propia y delimitando muy claramente sus vicisitudes a través de los siglos. La primera por sus características casi de monocultivo y la segunda por sus connotaciones económicas especiales. Ambas han pergeñado las líneas maestras de la historia motrileña que han corrido paralelas al nacimiento, desarrollo, auges y crisis de este pequeño cosmos de azúcar, lo que nos permite afirmar que Motril, con todas sus características culturales, económicas y sociales, es el resultado de su historia azucarera.

El azúcar de caña posibilitó el despegue económico de esta zona. Pero no fue un despegue ni mucho menos fácil, exento de problemas y contradicciones; sino que, por el contrario, estuvo lleno de periodos de expansión y de recesión, de intereses muchas veces enfrentados y encontrados, de coyunturas propicias o contraproducentes a nivel local nacional e internacional, la mayoría de las veces no controlables desde Motril y además contando con una serie de ventajas e inconvenientes impuestos por el medio geográfico o por hábitos de explotación y producción en ocasiones obsoletos y generando una estructura de la propiedad que aunque en sus inicios pareció mostrarse coherente con la dinámica económica de la zona, después no se modificó ante condiciones distintas y que a la larga se mostró como un lastre que frenó, cuando no bloqueó totalmente cualquier proceso de modernización de la estructura existente.

En su conjunto la historia de la caña, salvando periodos de expansión, aparece inmersa en una estructura anquilosada, siempre desenvolviéndose al limite de sus posibilidades que con el tiempo dejó de ser rentable y especulativamente poco productiva, sosteniendo un sistema de economía retrasada que no satisface ni a agricultores ni a fabricantes, comenzando los primeros a abandonar o sustituir su cultivo y a los segundos a cerrar sus fábricas. Se ancló en antiguos modelos económicos y cuyos beneficios en buenas épocas no se plantearon en términos de mejorar la productividad y la innovación de las estructuras productivas no constituyó un objetivo prioritario, revelándose, sin lugar a dudas, que ha pequeña escala el cultivo de la caña y la producción azucarera era a la postre antieconómica y cuyo drama ha sido en Motril que la agricultura de la caña de azúcar se situó a mitad de camino entre una rica jardinería familiar y el gran cultivo capitalista suficientemente dotado de espacio y capitales.

La vega de cañas de azúcar del Guadalfeo segunda mitad del siglo XX.

La caña en época musulmana

La caña de azúcar cultivada hasta fines del siglo XVIII en la vega motrileña se conocía tradicionalmente como “caña de la tierra” o “doradilla” y era un hibrido de la Saccharum officinarum y de la Saccharum barberi, originarias en sus variedades iniciales de la India, China, Sureste Asiático y Nueva Guinea y posteriormente traída y aclimatada en Europa en el siglo VIII por los musulmanes. Era una variedad que mantenía el ciclo tropical por lo cual la zafra se hacia a partir del mes de noviembre. Los primeros datos sobre la existencia de cañaverales en las vegas del Guadalfeo los aporta el geógrafo cordobés al-Razi en el siglo X, posteriormente a fines del siglo XII al-Himyari escribe sobre las cañas costeras, Yaqut y al-Qazwini lo hacen en el siglo XIII y ya, por último, en el siglo XIV lo citaría al-Umari.

Todas estas referencias nos muestran que el cultivo cañero fue habitual en la costa granadina durante la Edad Media y que se fabricarían importantes cantidades de azúcar en las aduanas azucareras, donde la caña se molían troceadas en atahonas, esto es molinos de piedra corredera igual a los que se usaban para el aceite y cuya existencia está documentada para Motril en 1486.

En época musulmana seguramente la caña estaría incluida en un policultivo, compartiendo las tierras de la vega con cereales, viñas de regadío, morales, cultivos de huerta y frutales.

En 1489 Motril es ocupado por los Reyes Católicos y a partir de esta fecha, los cristianos conquistadores empiezan a introducirse en el cultivo cañero y en la manufactura del azúcar como es el caso, entre otros, de Francisco Ramírez de Madrid y Pedro Vitoria, aunque la mayor parte de las aduanas azucareras siguieron siendo de propiedad de los mudéjares, conocedores de las técnicas de fabricación del azúcar.

La caña de azúcar en época musulmana.

El siglo XVI

En los primeros años de este siglo algunos cronistas afirman la existencia en Motril de 14 ingenios azucareros y uno más en Pataura, serian aún aduanas moriscas y la caña se cultivaría en una relativamente pequeña extensión de los 15.000 marjales que podía tener la vega en esos años. Al mediar el siglo el número de fábricas se redujo a ocho, disminución que podríamos pensar que se debió más a la introducción de nuevas tecnologías como es el caso del nuevo molino de dos rodillos horizontales o la ampliación de las fábricas, que a la disminución del cultivo cañero.

En los años inmediatamente anteriores a la sublevación morisca y a la guerra de 1569, estaban molturado cañas y producido azúcar siete ingenios entre ellos los de los moriscos Hernando Abul Uçey, el de Buenchy, el de Jerónimo el Ceutiní y el de los Madriles.

Las operaciones bélicas y la expulsión de los moriscos debieron tener una incidencia negativa sobre el sistema cañero-azucarero y así en 1571 sólo funcionaron en Motril tres ingenios por lo reducido de la producción cañera.

Pero la crisis debida a los acontecimientos militares, expulsión de la población morisca y posterior repoblación del territorio con cristianos viejos, no debió alcanzar elevados niveles y pronto el sector recuperaría cotas de producción parecidas a las conseguidas antes de la guerra. En el proceso repoblador, ni las tierras de cañas, ni las susceptibles de ser plantadas con ellas, ni los ingenios; se dieron en el repartimiento a los nuevos pobladores y permanecieron de propiedad real, siendo vendidas en pública subasta a partir de 1577, alcanzado elevados precios incluso las tierras pantanosas del sur de la vega.

La vega cañera del Guadalfeo en el siglo XVIII.

Y es precisamente desde esta época cuando el cultivo cañero y paralelamente la construcción y remodelación de ingenios, empieza a desarrollarse a grandes niveles, fomentado por mercaderes granadinos y genoveses que adquieren la mayoría de los ingenios y la casi totalidad de las tierras vendidas por la Corona.

En 1582 había plantados más de 8.000 marjales de cañas y se produjeron 77.000 formas de azúcar en prieto y en la última década de la centuria toda la vega estaba plantada de cañas, incluso las tierras del pago de Paterna, cerca de la actual Torrenueva, que tradicionalmente se destinaban a cereales y pastos y donde se había prohibido expresamente plantarlas porque los cañaverales servían de refugio a los piratas berberiscos que frecuentemente desembarcaban en ese lugar.

Decía el Ayuntamiento motrileño en 1591 que de las plantaciones de cañas se obtenían grandes provechos, tanto desde el punto de vista de los impuestos, como que su cultivo daba gran cantidad de trabajo en el que se ocupaban todos los jornaleros motrileños y muchos forasteros. Parece claro, pues, que a fines del siglo XVI la caña y el azúcar estaban en pleno apogeo, se habían superando las trabas impuestas por el policultivo musulmán y aparecía una actividad agrícola e industrial de corte capitalista y orientada al mercado, mientras que los cultivos tradicionales como morales, moreras, cereales, viñas, etc., cedían su lugar a la poderosa caña de azúcar.

Por el momento ocho ingenios fabricaban azúcar, el comercio marítimo estaba en plena expansión y la villa creció en casi 400 habitantes.

La casa de la Palma a principios del siglo XX. Había sido un antiguo ingenio azucarero desde el siglo XV.

El esplendor azucarero del siglo XVII

En los primeros años del siglo la cosecha de cañas era abundantísima, incluso hubo temporadas en las que los ingenios fueron insuficientes para moler todas las cañas que producía la vega motrileña, cuyas cosechas superaban ampliamente el millón de arrobas.

En 1621 los ingenios que manufacturaban azúcar eran:

Ingenio Viejo de Alonso de Contreras en la calle de la Carrera

Ingenio de Jerónimo Hurtado, también en la calle de la Carrera

Ingenio Nuevo de Alonso de Contreras en la calle Marjalillo Bajo

Ingenio de los Hurtados en la misma calle

Ingenio de Vicencio en la Huerta de la Condesa

Ingenio de Toledano junto a la rambla de los Álamos y el camino de Almería

Ingenio de Chavarino, que llamaban de Lucas Palma, en lo que hoy es la Casa de la Palma

La primera fábrica de azúcar moderna de Motril: “Nuestra Señora de la Cabeza”.

A estos ingenios se les une en 1636 el nuevo ingenio de Trapiche que, situado entre las actuales Rambla de Capuchinos y Calle Fina, incorporaba por primera vez en España un molino de tres rodillos verticales, toda una innovación en la historia de la tecnología azucarera. En 1647 los ingenios produjeron más de un millón de kilos de azúcar, fruto de 1.600.000 arrobas de cañas, cultivadas en unos 9.000 marjales.

El viajero francés François Berthaut visita Motril en 1659 y lógicamente se admira al ver la vega toda llena de cañaverales y al visitar los grandes ingenios donde se cocía y refinaba el azúcar.

Fueron años de prosperidad azucarera, miles de trabajadores de toda la cornisa mediterránea andaluza acudían a trabajar a Motril, que consigue, pagando claro está, en 1657 el titulo de ciudad y aumenta vertiginosamente en habitantes hasta llegar a ser una de las grandes ciudades del reino de Granada.

Pero en 1678 los contemporáneos citan ese año como el comienzo del declive azucarero, culpando de ello a la severidad irremisible en la cobranza de impuestos y a los constantes fríos que helaban las cañas hasta la raíces. Si la coyuntura empezaba a ser ya difícil, todo se vino a complicar el año siguiente de 1679 debido a una importante epidemia de peste que devastó Motril de marzo a agosto. La virulencia del contagio obligó a dejar las cañas en el campo sin cortar y a cerrar los ingenios. Motril en 1680 era una ciudad casi despoblada y con una cosecha de cañas escasísima y sólo molió el Trapiche la irrisoria cantidad de 15.300 arrobas de cañas e incluso no pudo producir la totalidad de los azúcares porque cerró en agosto por quiebra de su dueño, que decía que el precio de los azúcares motrileños era muy bajo por las importantes cantidades de azúcar americano que empezaba a entrar por Portugal.

A partir de la década de lo 80 abundan los memoriales que informan de la crisis cañero-azucarera que se vive en Motril, piden ayuda a la Corona y solicitan que se prohíba la importación de azúcar extranjero y la reducción de impuestos. Para 1687 la situación se recuperó algo, aumentó el cultivo en unos 3.000 marjales pero el número de ingenios permaneció en seis.

Parecía, afines de esta centuria, que se estaba dando de nuevo una coyuntura expansiva que auguraba una buena época para la caña y el azúcar costeros.

Parte de la vega cañera de Motril a principios del siglo XX.

La crisis del siglo XVIII

El siglo XVIII comenzaba con aceptables expectativas, pero al final significó para la zona costera granadina, una época de aguda crisis en la economía cañero-azucarera y que terminaría con la práctica desaparición de la caña de azúcar y lógicamente de los ingenios.

Las contribuciones fiscales continuaron, por la rutina, cargando sus imposiciones sobre un cultivo e industria en difícil situación. El descenso de temperaturas a lo largo de la centuria daría otro golpe decisivo. Las heladas se hicieron frecuentes y se debieron a un descenso generalizado de las temperaturas medias en toda Europa. El cultivo cañero seguía teniendo técnicas muy atrasadas, lo que provocó la degeneración de la planta y la disminución continuada de los rendimientos cañeros por marjal. Por otro lado, la falta de capitales impidió la renovación de los ingenios azucareros, que molieron con desorden no sacando todo el rendimiento a las cañas.  En este siglo ingleses y franceses sustituyeron en sus ingenios americanos los ejes de madera de los molinos por cilindros de hierro, aquí de seguía con las técnicas de molienda, extracción y blanqueo del azúcar haciéndose igual prácticamente que en época musulmana. A todo esto hubo que añadirle la competencia del azúcar americano producido con muchos menos gastos. Toda esta situación obligó al comienzo de la lucha por el mantenimiento de unas condiciones que favoreciesen la pervivencia del azúcar granadino, cosa que no se conseguiría y terminaría con la desaparición de este sector a fines de la centuria.

En 1752 se cultivaban en Motril 12.368 marjales de cañas, con la una producción de 46.690 formas de azúcar que se molieron en los ingenios de la Palma, el ingenio Viejo, ingenio del Toledano, Trapiche Viejo, Trapiche Nuevo y el ingenio de Pataura. Para 1779 la Real Sociedad Económica de Granada afirmaba que la situación era desastrosa para un cultivo e industria únicos en España y no había mercados donde vender el azúcar granadino por la competencia colonial. Los precios, también bajos del azúcar, no dejaban beneficios a los labradores y los ingenios existentes comenzaban a cerrar. En los últimos años del siglo la caña estaba en notoria decadencia, habiéndose arruinado los ingenios, las producciones eran muy cortas y los labradores no podían ni resarcir ni siquiera los costos del cultivo, en toda la costa de Granada apenas si se producían 14.000 arrobas de azúcar, cuando en otras épocas se habían superado las 500.000 sólo en Motril.

Era el fin de la caña y del azúcar en la costa de Granada.

La fábrica “Nuestra Señora de la Cabeza” tras el incendio. 1901.

El resurgir cañero del siglo XIX

Al iniciarse este siglo el panorama del campo motrileño era muy poco halagüeño. La caña había sido sustituida en gran parte por otros cultivos más rentables, entre los que destacaba el algodón. En 1801 un informe del gobernador político y militar de la ciudad, Jaime Moreno, describía a la población en total ruina, extinguida su agricultura tradicional por la imposibilidad de competir en precios con el azúcar que llegaba de América y abogaba por el abandono del cultivo cañero y sustituirlo por el algodón mucho más beneficioso y que podría dar trabajo a mucha más gente. Para 1808 sólo quedaba de los ingenios sus edificios en ruinas, habiéndose efectuado la última zafra en 1804.

Finalizada la primera mitad del siglo cuando Ramón de la Sagra, antiguo director del Jardín Botánico de la Habana, recorre la costa de Granada para estudiar sobre el terreno las posibilidades de revitalizar el cultivo cañero y la producción de azúcar, en Motril sólo se hallaba en actividad un ingenio moderno perfectamente construido de nuevo por Francisco Javier de Burgos en 1830 para moler prácticamente su propia cosecha y las de su familia, existiendo restos de demolición de varios y memoria de muchos más.

Prácticamente en el primer tercio del siglo XIX fue el fin del cultivo cañero y producción de azúcar en la costa de Granada. Cuando la caña vuelva a renacer vigorosa en la segundad mitad de esta centuria y cubrirse de nuevo los campos de las vegas del Guadalfeo no quedaría nada, pronto ni siquiera el recuerdo de aquellos ingenios de técnicas antiguas que, durante cientos de años molturaron ingentes cantidades de cañas y produjeron millones de arrobas de azúcar. Ahora la manufactura del azúcar dejaría paso a la industria moderna con una problemática bien distinta de aquel mundo de cañeros y aviadores propio de la Edad Moderna.

Manifestación por los precios de las cañas que pagaba la Sociedad General Azucarera.1911.

Según Pascual Madoz en su “Diccionario Geográfico” publicado en 1845, también el algodón entró en crisis, lo que se quiso remediar con la restauración de la vieja industria de la seda. Esto también fracasó y para 1855, los campos motrileños estaban cubiertos de maíz.

Mientras tanto gracias a los esfuerzos de Ramón de la Sagra, ahora socio disidente de la Sociedad Azucarera Peninsular, se instaló la primera fábrica moderna en Torre del Mar y seguidamente la Peninsular abriría otra en Almuñécar y compraba la de Burgos en Motril en 1845.

Pronto, de nuevo la caña, ahora en una variedad nueva llamada “americana” que sustituyó a la antigua y degenerada “doradilla”, llenaba toda la vega motrileña y su cultivo ha perdurado hasta nuestros días.

Este fue el inicio de un importante ciclo de expansión que no se cerraría hasta 1885, cuando se autorizó la introducción de azúcar cubano y se produjo un gran aumento en la producción del azúcar de remolacha.

En 1855, la sociedad “Larios Hermanos y Cía.” construye una nueva fábrica en Motril llamada “Nuestra Señora de la Cabeza”, la actual“Alcoholera”, que pronto sería la primera en producción de azúcar en toda la comarca. Para 1875 la superficie cultivada de caña se había duplicado y en 1880 no quedaba un sólo marjal donde plantar otra cosa que no fuese cañas. En este último año, la compañía integrada por González Aurioles, Moré y Ravassa abre una factoría en el Varadero denominada “Ingenio San José”. Al año siguiente, José Bermúdez de Castro construye otra pequeña azucarera llamada “Santa Margarita” en las proximidades del Cerrillo Jaime.

Pero no duraría mucho este progreso, produciéndose en los últimos años del siglo un ciclo de crisis por la competencia del azúcar de remolacha y porque que la variedad en cultivo era muy sensible a la heladas y a las infecciones parasitarias, con lo que los rendimientos empezaron a decaer de forma alarmante.

De todas maneras se siguen levantado fábricas como es el caso de “Nuestra Señora de las Angustias”, llamada “la Fabriquilla”, construida por una sociedad formada por los granadinos Juan Ramón la Chica, José María Rodríguez Acosta y José González Aurioles y cuya primera campaña de fabricación de azúcar data de 1871. En 1882 se construye “Nuestra Señora del Pilar” por la sociedad “Burgos, Domínguez y García”, donde también estaba Pilar de León y de Gregorio, marquesa de Squilache, y se remodela “Santa Margarita”, que fue adquirida en 1890 por la duquesa de Santoña rebautizándola con el nombre de “Las Tres Hermanas”. También, en 1890 José Jiménez Caballero, Francisco López Medina y Balbino Herránz Sáez construyen “Nuestra Señora de Lourdes”.

En estos últimos años del siglo, debido a las grandes producciones de azúcar cañero y remolachero, empieza a darse el fenómeno de la superproducción y los especuladores hacen su aparición.

Esta nueva situación provocó, junto al elevado número de azucareras y la competencia brutal entre ellas, la concentración de la propiedad de la vega, motivada por la política adquisitiva de tierras por las fábricas con el exclusivo fin de asegurarse la materia prima. Estas tierras adquiridas masivamente por las empresas fabricantes se entregaba en arriendo a los labradores con la obligación de cultivar cañas en un 75% de la extensión y llevarlas a moler exclusivamente a la fábrica propietaria de la tierra. Además para promover el cultivo, los fabricantes comenzaron a anticipar fondos a los labradores para que atendiesen a los gastos del cultivo y plantación, anticipos que posteriormente eran descontados de los benéficos obtenidos tras la molienda. El labrador quedó así obligado por partida doble a los fabricantes.

Estas circunstancias acentuaron la especulación y la guerra de precios entre las azucareras, con lo que en el momento en que se produce la superproducción todo el sector entró de nuevo en crisis; inestabilidad que se agrava por el inicio de los enfrentamientos entre cañeros y fabricantes, motivados por los desacuerdos en materia de precios y así, bajo un desequilibrio cada día más difícil de superar y con altercados casi todos los inicios de la zafra, comenzaría el siglo XX.

La fábrica de San Fernando en los años 20 del siglo pasado.

El siglo XX: una época de conflictos

Se inicia con la quema por parte de los cañeros de la fábrica de Larios “Nuestra Señora de la Cabeza” en 1901. En este año Larios e Hijos ofrecen un precio muy bajo por las cañas y tras algunos días de disputas, los labradores aceptaron el precio ofrecido y deciden llevar las cañas a la fábrica, pero los ánimos se exacerban cuando se enteran de que a los grandes propietarios se le había dado un sobreprecio para asegurarse las cañas

La fábrica ardió por los cuatro costados y el caso fue, dos años después, sobreseído al considerarse que fue un colectivo de personas quien efectuó la acción y no se puedo encontrar culpables definidos.

El primer tercio del siglo hasta los años 30, trascurrió en un inquieto mundo de superproducción, bajos precios, manifestaciones, monopolios e incontables visitas a Madrid de los cañeros.

En 1903 se crea la Sociedad General Azucarera de España que comprará en nuestra ciudad cuatro fábricas: “Nuestra Señora de las Angustias”, “Nuestra Señora del Pilar”, “San José” y “Nuestra Señora de Lourdes”; con la intención de reunirlas en dos y así controlar mejor la producción azucarera. El primer enfrentamiento de los cañeros con la Sociedad se produce en 1905, al negarse esta a concederles anticipos sobre las cosechas. Algunos terratenientes locales piensan que lo mejor sería construir su propia fábrica y así Fernando Díaz Quintana, Florencio Moreu y Laura Martínez de Roda, adquieren el edifico de “Las Tres Hermanas” e inauguran en marzo de 1906 la fábrica de “San Fernando” que sería adquirida en 1917 por la sociedad “Plandiura y Carreras” que la denomina ahora “La Motrileña”. En ese año de 1905 Luis Vinuesa Molina levanta la fábrica de “San Luis”.

La situación de enfrentamiento con la Sociedad General culmina en abril de 1911 al ofrecer unos precios bajísimos por tonelada de cañas. Una manifestación espontánea de protesta se organizó el 6 de abril que fue disuelta por la Guardia Civil a caballo que cargó contra la multitud. El día 8 se vivía en Motril un ambiente muy tenso y para evitar disturbios el gobernador civil autorizo una manifestación que fue la más grande que se recordaba en la ciudad.

En 1912 José de Burgos y Real construye la fábrica de “Nuestra Señora del Almudena” que funcionó durante pocos años y fue desmantelada en 1930.

Con la I Guerra Mundial se produce un paréntesis en el ciclo de crisis, ya que los stock almacenados en los últimos años se pudieron vender en Europa a precios muy ventajosos, pero terminada la contienda se vuelve a presentar el fenómeno de la superproducción y comienza de nuevo la competencia entre fábricas y los desencuentros con los labradores por los bajos precios que estas ofrecían por las cañas cada zafra.

También, por estos años, se presenta el problema de la degeneración de la planta y sus bajos rendimientos pero gracias a la extraordinaria labor del ingeniero agrónomo Arsenio Rueda, que introdujo en 1920 una nueva variedad de caña procedente de Java, denominada POJ-2727, que era más resistente a las infecciones y al frío y producía, además, mucho mejores rendimientos en jugo y sacarosa; se solventó otro de los grandes problemas. En este año la condesa de Torre-Isabel, Isabel Gilbert López-Tornel, construiría la pequeña factoría de “Santa Isabel”.

Al principio de los años 30 la buena disposición de industriales y labradores, con la intervención tutelar del Gobierno, resolvió casi por completo la situación de conflicto y posibilitó que funcionase el “Sindicato Agrícola Nuestra Señora de la Cabeza” y la “Unión de Cañeros y Remolacheros”, que posteriormente se convertiría en la “Cooperativa Provincial Cañero-Remolachera” para defender los intereses de los agricultores.

Después de la Guerra Civil se estableció el sistema de pago de la caña en relación a su riqueza en sacarosa lo que, con otras medidas de control de precios establecidas ya durante la Republica, logró estabilizar el cultivo y hacerlo competitivo con la remolacha. En los años 50 la mayor parte de la vega estaba plantada de cañas y para 1969 se consiguió una producción récord de casi 250.000 toneladas de cañas, una cifra que nunca más se lograría.

Desde estos años, a pesar de la disminución del costo de la zafra que supuso la quema de las cañas que ahorraba el desbrozo, la caña de azúcar y con ella la industria azucarera local entró en una fase de regresión por la incapacidad, entre otros motivos, de competir con las melazas americanas importadas. Poco a poco las fábricas fueron cerrando sus puertas y superficie cañera se fue reduciendo paulatinamente hasta llegar a la ridícula cantidad de 200 hectáreas en 2006, la última zafra, en toda la costa granadina.

El final de 1000 años de azúcar

La escasa rentabilidad del cultivo que apenas cubría el costo de producción a los agricultores, la falta de tecnificación, la desfavorable distribución de la propiedad de la tierra, la reconversión de las tierras más aptas para la producción de subtropicales y cultivos de invernadero, la urbanización de amplias zonas de la vega vieja y las construcciones turísticas, junto a una pésima gestión de la protección de la vega; desplazaron la caña para convertirla en un cultivo marginal y cuya desaparición en la llanura del Guadalfeo era sólo cuestión de muy poco tiempo.

En los primeros años del siglo XXI presenciamos impasibles la última agonía de la caña de azúcar en Motril y con ella el final de una historia de más de 1000 años insólita en Europa y a no ser que resurja de sus cenizas como lo hizo en el siglo XIX, jamás podremos repetir aquella frase que hizo célebre el historiador granadino Henríquez de Jorquera en el siglo XVII:

“En hermosa playa del Mediterráneo mar, plantada toda de cañas de azúcar, está la famosa villa de Motril”

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