✍Antonio Gómez Romera
Domingo, 2 de febrero de 2025
En el LV aniversario del fallecimiento del filósofo, matemático y escritor británico Bertrand Russell
Tal día como hoy, domingo, 2 de febrero, festividad de la Candelaria, quinta semana de 2025, se cumplen 55 años (lunes, 1970) del fallecimiento del filósofo, matemático y escritor británico Bertrand Russell, a los 97 años de edad. Bertrand Russell llegó a decir: “He vivido en pos de una visión social y personal. Social, por imaginar una sociedad en la que los individuos crezcan libremente y donde el odio, la codicia y la envidia desaparezcan porque nada hay para alimentarlos. Personal, por valorar lo que es noble, lo que es bueno, lo que es hermoso. Por permitir que instantes de lucidez impregnaran de sabiduría los momentos mundanos. Creo en todas esas cosas, y el mundo, con todos sus horrores, no me ha hecho cambiar de idea.” (…) «Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación» (…) “Esta ha sido mi vida. Me ha parecido digna de ser vivida y la viviría nuevamente si se me ofreciera la oportunidad”.
Momentos antes de morir por una gripe, Bertrand Russell le dice a su médico: – “¿Conoce a alguien que haya muerto cantando?” – No, -le responde el doctor. –Pues lo va a conocer ahora, -y se puso a entonar una vieja canción galesa, aunque no la pudo terminar porque su corazón había dejado de latir. Su cuerpo es incinerado en Colwyn Bay, en el norte de Gales, junto al Parque Nacional de Snowdonia y la costa del mar de Irlanda, el jueves, 5 de febrero de 1970. De acuerdo con su testamento, no hay ceremonia religiosa, sólo un minuto de silencio; sus cenizas son esparcidas por las montañas galesas.

Sobre Bertrand Russell
Bertrand Russell defiende ideas que le valen la expulsión de las universidades de Cambridge y Chicago y del City College de Nueva York, recorre el mundo de parte a parte, escribe multitud de libros, conoce a los personajes más relevantes de su tiempo, es una de las mentes más brillantes, despiertas, alabadas y también criticadas del siglo XX, y es testigo de acontecimientos que van a cambiar el mundo: el fin de la época victoriana, la primera guerra mundial, la recesión económica, la segunda guerra mundial, la guerra fría…etc.
Con el correr de los tiempos, el hombre ha perfeccionado cada vez más su conocimiento del mundo y su dominio de la técnica, pero, por desgracia, este perfeccionamiento también se ha producido en las técnicas bélicas. Aparecen nuevos ingenios destinados a matar y destruir; la locura llega hasta tal punto, que el armamento militar actualmente almacenado en el mundo basta y sobra para destruir la Tierra entera.
Bertrand dedica toda su vida a la humanidad, dedicación que se refleja en dos campos. Por una parte, es un destacado filósofo y matemático y un brillante escritor que obtiene el Premio Nobel de Literatura en 1950 “en reconocimiento de sus variados y significativos escritos en los que defiende ideales humanitarios y libertad de pensamiento”, y contribuye en gran medida al avance de las ciencias. Por otra parte, es un decidido y tenaz defensor del pacifismo.
Como científico, Bertrand se hace acreedor del respeto y la admiración de todos sus contemporáneos y emplea su inmensa autoridad moral en su lucha por la paz, basada en la justicia y la libertad. Sufre condenas de cárcel en dos ocasiones; la primera en 1918, por oponerse a la Primera Guerra Mundial; la segunda, en 1961, por protestar contra la bomba atómica. Denuncia sin reparos las injusticias y crea un tribunal internacional formado por personalidades prestigiosas destinado a juzgar, en un principio, los crímenes de guerra cometidos por Estados Unidos en Vietnam. Este tribunal no tiene ningún poder efectivo, pero, dado el prestigio, honradez y probidad de todos sus integrantes, sus condenas tienen gran audiencia y contribuyen a mantener despierta la conciencia moral de nuestros contemporáneos.
Bertrand se dio a conocer como defensor de los derechos de las mujeres y de la libertad sexual. Como bien reconoce, “Temer al amor es temer a la vida, y los que temen a la vida ya están medio muertos”. Asimismo es un monstruo de la lógica. Se cuenta que, en cierta ocasión, Bertrand defendía que de una afirmación falsa se puede deducir cualquier cosa. Alguien entre el público le formuló entonces una pregunta provocativa: “si dos más dos son cinco, ¿se sigue de ello que yo soy el papa?”. Russell aceptó el desafío y, con una agilidad mental increíble, se sacó de la manga una ingeniosa respuesta: “Si dos más dos son cinco, cuatro es igual a cinco. Si restamos tres a ambos lados de la ecuación, tenemos que uno es igual a dos. El Papa y yo somos dos. Como dos es igual a uno, entonces yo soy el Papa”.

Breves notas biográficas
Bertrand Arthur William Russell, hijo del político y escritor John Russell (1842 – 1876) y de la sufragista Katrine Louisa Stanley (1842 – 1874), nace el sábado, 18 de mayo de 1872, en una familia aristocrática: es el tercer conde de Russell y vizconde de Amberley. Tras quedar huérfano a los 6 años, su educación queda a cargo de su abuela paterna, lady Frances Elliot (1815 – 1898), una mujer tradicional en lo religioso, pero progresista en otros aspectos, partidaria del darwinismo y del autogobierno en Irlanda.
Bertrand, como es habitual entre la nobleza, no va a la escuela ya que cuenta con preceptores particulares en su residencia (Pembroke Lodge, Richmond Park – Londres). Adquiere así grandes conocimientos, pero su vida se desarrolla en un ambiente estricto que tiene consecuencias negativas sobre su personalidad: se convierte en un chico tímido y solitario. Prefiere guardarse sus opiniones para sí porque, en aquel entorno conservador, las opiniones atrevidas provocan escándalo con facilidad. Por eso, prefiere vivir en compañía de sus libros. Este aislamiento se acaba cuando ingresa en la Universidad de Cambridge, en la que encuentra un espíritu muy distinto y tiene como profesor al matemático y filósofo Alfred North Whitehead (1861 – 1947), con el que más tarde escribe “Principia Mathematica” (1910-13), una de sus obras fundamentales. En Cambridge forma parte de una sociedad secreta denominada “Los Apóstoles”, donde se organizan debates en los que se expresan con total libertad, sin verse limitados por ningún prejuicio. En 1894 contrae su primer matrimonio, con Alys Pearsall Smith (1867 – 1951) al que le seguirán tres más: Dora Black (1894 – 1986), Patricia Helen Spence (1910 – 2004) y Edith Finch (1900 – 1978), el último a los ochenta años, pero su compañera más sobresaliente es Dora, quien escribe unas memorias apasionantes (“The Tamarisk Tree”).

Durante la Primera Guerra Mundial, se opone al enfrentamiento que devasta el continente europeo. A los pocos días de su inicio, publica en la revista “The Nation”: “Hace un mes, Europa era un pacífico grupo de naciones; si un inglés mataba a un alemán, era ahorcado por asesinato. Ahora si un inglés mata a un alemán, o si un alemán mata a un inglés, son patriotas”. En 1916, con 43 años, envía una carta a “The Times”, donde se declara autor de un panfleto contra la introducción del servicio militar después de que seis jóvenes fueran detenidos por repartirlo. Esta confesión le cuesta caro: el Trinity College, prestigiosa institución de la Universidad de Cambridge, lo expulsa de su claustro de profesores y se le retira el pasaporte. Entre mayo y septiembre de 1918 está recluido en una prisión por hacer propaganda pacifista. Por lo que confiesa después, la estancia en prisión le resulta gratificante: no tiene compromisos que cumplir, ni decisiones difíciles que tomar, lee mucho y tiene tiempo para escribir un libro, “Introducción a la filosofía matemática” (1919).
En 1920, dirige junto a Dora, su segunda mujer, una escuela experimental (Beacon Hill School – Londres) que causa un gran escándalo en la opinión pública conservadora. Practica una pedagogía despreocupada, libre, sin obligación de asistencia para los alumnos, sin exámenes, sin deberes, y buscando en el chico el interés del saber por el saber mismo.
Bertrand Russell no apoya las soluciones militares a los conflictos, a excepción de circunstancias muy especiales como las que se producen a partir de 1939 con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Apoya a los aliados porque cree que un mundo en el que domine el fascismo sería una catástrofe sin precedentes.
Durante la guerra fría, su activismo se encauza hacia la lucha contra las armas nucleares. Tras el lanzamiento de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, no tarda en expresar su indignación con un artículo que es un llamamiento a la cordura: “La humanidad se enfrenta a una clara alternativa: O bien morimos todos o bien adquirimos un ligero grado de sentido común”.

Diez años después, el sábado, 9 de julio de 1955, da a conocer junto al físico Albert Einstein (1879 – 1955) y otros nueve científicos e intelectuales (Max Born, Percy W. Bridgman, Leopold Infeld, Jean Frédéric Joliot-Curie, Herman J. Muller, Linus Pauling, Cecil F. Powell, Józef Rotblat e Hideki Yukawa) un manifiesto contra la amenaza de una guerra atómica. El texto no se anda por las ramas: la humanidad se expone a un peligro muy real de aniquilación si continúa por el camino del militarismo. Con armas atómicas, ninguna de las grandes potencias puede aspirar a la victoria en una confrontación. Suceda lo que suceda, ambos bandos sufrirán los efectos del polvo y de la lluvia de las nubes radiactivas. Por eso, no basta con un acuerdo para prohibir los arsenales nucleares que se incumpliría si llegaba a desencadenarse una contienda. Hay que dar un paso más allá y erradicar la guerra en sí misma. El manifiesto no se limita a advertir del destino apocalíptico que espera al planeta si no se pone freno al crecimiento de los arsenales no convencionales. Los firmantes proponen una reunión de científicos de todo el mundo, por encima de las adscripciones ideológicas, para abordar los problemas derivados de la proliferación nuclear. Este es el origen de la “Conferencia Pugwash”, surgida dos años después.
Para alcanzar la paz, Bertrand propone que los diversos Estados se desarmen, conserven las fuerzas estrictamente necesarias para tareas internas y acepten una fuerza internacional en manos de una autoridad universal.
En los años sesenta, Bertrand se opone activamente a las hostilidades en Vietnam. Cree que Estados Unidos debe ser juzgado por crímenes de guerra con las mismas leyes que han servido en el Juicio de Núremberg para procesar a los nazis. En 1966, impulsa la constitución de un Tribunal Internacional de Crímenes de Guerra que juzgue a los norteamericanos, aunque sea a un nivel simbólico. La iniciativa es secundada por algunos brillantes intelectuales, entre los que destaca el francés Jean-Paul Sartre (1905 – 1980).
En la última etapa de su vida, pese a su edad avanzada, no deja de implicarse en las causas que le parecen justas, por lo que es habitual verle en manifestaciones. No obstante, conserva durante toda su vida un fondo de escepticismo que le impide adherirse al cien por cien a ninguna ideología, de ahí que, en cierta ocasión, expresara su rechazo a morir por una convicción.

Colofón
Una semana antes de morir, Bertrand Russell expresa: “Tal vez he concebido la verdad teórica en una forma errónea. Quizá creí equivocadamente que el camino hacia un mundo de seres humanos libres y felices era más corto de lo que en realidad es. Pero no erré en cuanto a que vale la pena vivir para acercarse a esos fines…”.
Tras su muerte, el Trinity College de Cambridge le rinde homenaje. Hoy se puede leer en sus muros una placa conmemorativa en su Memoria que dice: «El tercer conde Russell, O.M., profesor de este colegio, fue particularmente famoso como escritor intérprete de la lógica matemática. Abrumado por la amargura humana, en edad avanzada, pero con el entusiasmo de un joven, se dedicó enteramente a la preservación de la paz entre las naciones, hasta que finalmente, distinguido con numerosos honores y con el respeto de todo el mundo, encontró descanso a sus esfuerzos en 1970, a los 97 años de edad.