SI ASPIRAMOS A LO GRANDE, VALOREMOS LO PEQUEÑO

SI ASPIRAMOS A LO GRANDE, VALOREMOS LO PEQUEÑO

Manolo Velázquez -Párroco-

Frente a este mundo injusto, lleno de egoísmos y de ambiciones, estamos llamados a construir ese otro mundo: más justo, más humano y más fraterno, al que Jesús llama » el Reino de Dios».

Me refiero al mundo nuevo que Dios quiere y que nosotros soñamos que fue, en todo momento, el centro de la predicación y de la actividad de Jesús.

Podemos decir que él no habló de otra cosa, ni hizo otra cosa que impulsar y hacer presente en nuestro mundo el Reino de Dios.

Lo que pasa es que el Reino del que Jesús hablaba, no tenía nada que ver con el reino de poder que esperaban sus contemporáneos.

Por eso, lo intentó explicar con parábolas acomodándose al entender de aquella gente sencilla de su pueblo.

Jesús no habló de cosas grandes, sino de semillas pequeñas …

Pero, que a pesar de ser pequeñas, encierran dentro una fuerza tan irresistible y tan misteriosa, que es capaz de abrirse paso, de forma silenciosa y eficaz, hasta alcanzar la plenitud y dar el fruto necesario y abundante.

Y hay que señalar que las semillas germinan y crecen, de día y de noche, por sí solas y por si mismas… sin que el hombre que las sembró sepa como.

El mundo nuevo es obra de Dios… pero no nos viene ya prefabricado desde el cielo.

Viene como semilla pequeña que tiene que crecer… y todo crecimiento necesita su tiempo y su espera…

No hay que precipitarse… ni hay que forzar su ritmo de crecimiento acomodandolo a nuestras medidas, nuestras fuerzas o nuestros intereses…

El crecimiento no podemos: ni acelerarlo, ni retardarlo, ni impedirlo…

Porque, aunque la fuerza del Reino de Dios, se revela en la debilidad arrancando siempre de algo tan pequeño como una semilla de mostaza o como un poco de levadura en medio de la masa, no podemos olvidar que empezó, a crecer: a partir de un embrión de vida divina que anidó, con permiso, en el vientre de una campesina pobre como María de Nazareth… a partir de un grupo de personas analfabetas y poco influyentes que frecuentaron los caminos polvorientos de Galilea con el Jesús picapedrero, que les cambió la vida… y a partir de las humildes ofrendas del pan y del vino compartidos, con alegría, por los pobres del mundo y consumidos, con hambre, en la mesa familiar de cualquier Eucaristía…

Y es que, en verdad, nuestro Dios se vale de cosas pequeñas para hacer cosas maravillosas.

Por eso, se nos recuerda hoy que hay que saber esperar con la paciencia del labrador y tomarse el tiempo necesario para ver los frutos que nacen de la actuación de Dios.

Pero la paciencia no quiere decir inmovilidad…

Hemos de dejar que Dios haga su obra en nosotros para que lleguemos a ser: plantas que den fruto, árboles que den sombra, espacios que ofrezcan cobijo, hogares de puertas abiertas donde otros encuentren refugio y todos podamos, crecer, madurar, vivir y ser…

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