EL ÚLTIMO VIAJERO ROMÁNTICO

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ISLA

Iñaki Rodríguez -Escritor-

Así se encuentra ella: Aislada en mitad de la nada. Como isla en los confines del océano. Sólo recuerda una embarcación, sin remos ni motores. Un navío, sin velas ni mástiles. Barco fantasmagórico a la deriva. Temió quedarse en tierra y comenzó su huida. Confió y cayó traicionada. Se entregó y fue utilizada. No se conformaba con lo poco que tenía. Sin embargo, olvidó soñar aventuras formidables y las desgracias se cebaron en su joven corazón. Marchó sin mirar atrás y aunque navegó miles de millas, siempre hacia adelante, nunca vadeó la distancia que nos separa de nosotros mismos. Atravesó cincuenta mares y fue golpeada por tormentas perfectas y atacada por galeones enemigos. Vivió ciento una calamidades y tuvo que aprender a soltar lastre. El miedo se apoderó de la quilla, entró en pánico y entonces… Arribó el naufragio. Nunca tuvo un respiro. Si hubiese llevado pasajeros, seguro, todos se habrían ahogado en el estrecho de Magallanes. Está escrito en las estrellas: Ella debe salvarse. Ahora habita solitaria en un islote sin archipiélago, en un mundo sin nadie. Únicamente la acompañan sus secretos más íntimos. Hay ratos de claridad y momentos de penumbra y aire, aunque a veces falte y sobre todo agua por todas partes. Debe conseguirlo. Demostrar que es capaz de sobrevivir. Ella lo sabe y cada mañana anhela alcanzar el ocaso. Es consciente de ello y todas las noches pide a Dios ver un nuevo día. Aunque no hay indicios de cambio, aún puede explorar regiones polares. Adentrarse en el desierto del Sahara. Escalar las cumbres del Himalaya. Pero las circunstancias actuales no dan mucho margen y por fin, quizá comience el mejor viaje posible. Un trayecto que cruza los límites del tiempo y las fronteras del alma. La aventura verdadera. Aquella para la que todo el mundo recibe una invitación, al menos una vez en la vida, pero que la mayoría declinan. Un éxodo donde no hay vuelta atrás. Una travesía esencial, hacia lo más profundo. Ser o simplemente estar: Esa es la cuestión. Y aunque el espíritu quebrante… Nunca capitular.

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