LOS CUENTOS DE CONCHA

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EL ANTIGUO SABER

Concha Casas -Escritora-

Aunque tardía, la primavera había hecho su aparición con todo su esplendor. El campo aparecía exultante. Sobre el manto verde que lo cubría, flores de todos los colores, olores y tamaños, mariposas que revoloteaban sobre ellas, insectos libando en sus corolas… su contemplación en sí misma era todo un poema.

Laura lo miró extasiada, pero a pesar de la aplastante belleza que contemplaban sus ojos, un ligero escalofrío la recorrió entera. Llevaba varios días notándolo y cada vez era más intenso.

Tengo un muerto encima se decía a sí misma, escuchando la voz de ese antiguo saber que siempre había acompañado a su raza.

La voz interior que les hablaba, sobre todo a las mujeres gitanas, se manifestaba en ella con una fortaleza tan especial, que hasta los miembros de otras comunidades más lejanas, acudían a ella buscando respuesta a lo que todavía apenas era una pregunta.

Por eso a pesar de lo espléndido del espectáculo que tenía ante sí, no conseguía liberarse de esa oscura intuición que ya era una certeza.

Sacudió la cabeza intentando apartar tan oscuros presagios y se encaminó hacia el pueblo. Hacía años que se habían instalado en una pequeña cortijada, a los pies del monte. Allí se hicieron cargo del cuidado del ganado y del pequeño huerto, que aunque no los iba a sacar de pobres, al menos les proporcionaba lo básico para alimentarse.

Ese año estaba siendo más difícil, su Andrés, había terminado bien los estudios primarios y el niño valía, se lo habían dicho todos los profesores que había ido teniendo durante toda la primaria. Por eso se sacrificarían hasta donde fuese necesario, para que él tuviese una vida mejor que la de ellos y  pudiese escapar a esa maldición antigua que parecía perseguir a los suyos.

A sus padres no les gustó mucho. Su padre era el patriarca del clan y estaba demasiado apegado a las antiguas tradiciones. Decía que si el niño se iba a estudiar a la ciudad con los payos, acabaría renegando de sus costumbres y su raza.

Por más que Laura intentó explicarle que el futuro de su pueblo pasaba por la incorporación a la cultura y al mundo, con sus avances tecnológicos incluidos, no hubo manera de convencerlo y por primera vez en su vida, desobedeció a su progenitor.

Desde entonces no había querido volver a verla. Visitaba a su madre y a sus hermanas a escondidas de él y por eso ese lunes se dirigía hacia el pueblo, a la casa de su madre, porque los lunes su padre iba a hacer el mercado del pueblo grande.

Sin embargo, contra sus costumbres, esa mañana decidió arriesgarse a cruzarse con él. Era demasiado temprano y lo sabía, pero ese presentimiento había llegado ya a atenazarle la garganta y por eso necesitaba comprobar con sus propios ojos que los suyos estaban bien, que no ocurría nada y que quizás solo era una obsesión sin fundamento.

Todo esto se lo decía a sí misma intentando consolarse, porque desde que con seis años encontró a hermano en el lugar donde se había roto una pierna, sin que nadie hubiese podido encontrarlo a pesar de llevar dos días desaparecido, sabía que sus intuiciones eran ciertas.

Divisó la casa a lo lejos y no notó nada extraño, todo parecía tan inmutable como siempre. La calle, a esas tempranas horas, estaba desierta. Los que se tenían que ir a trabajar ya lo habían hecho, los niños estarían en el colegio y las madres aún no habían salido a comprar a la calle.

Con cierto recelo llamó a su puerta, estaba entornada y pasó al interior de la vivienda que permanecía casi a oscuras. No había nadie dentro, lo que no hizo sino acelerar aún más su corazón.

En ese momento, al sonar su móvil cerró los ojos, esa llamada confirmaba sus más terribles sospechas. Ya solo le faltaba conocer la identidad del muerto que hacía días llevaba encima.

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