LOS CUENTOS DE CONCHA

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DESAPARICIONES INEXPLICABLES

Concha Casas -Escritora-

Aquel día, se levantó como cualquier otro y al subir la persiana  no adivinó nubes negras en el horizonte que hiciesen presagiar nada anómalo, tampoco un escalofrío inquietante le recorrió el cuerpo, y  ninguna de esas supuestas señales que anuncian catástrofes, hizo acto de presencia.

Como cada mañana al levantarse, Alberto ya se había ido. Su reloj sonaba media hora antes y ella aprovechaba ese tiempo para estirarse a gusto y disfrutar de la cama, que durante toda la noche había compartido con él.  Se duchó, desayunó y salió de la casa en dirección a la primera boca de metro, que a esa hora engullía tal cantidad de gente, que parecía imposible que pudiese acoger a nadie más.

El trabajo fue como siempre, Carmen la sacó de sus casillas, como siempre también, y discutió con Pepe, para cubrir aún más si cabe de rutina y normalidad esa mañana, que por otro lado, sería la última de su rutina y su normalidad. 

El primer indicio de que algo no era como debía ser, llegó cuando dobló la esquina donde tras la jornada de trabajo,  Alberto la recogía. Esa media hora que le llevaba de ventaja, hacía posible que a la salida del trabajo, pudiese esperarla con su coche.

Hacía más de año y medio que tenía ese turno y siempre su coche rojo con el intermitente puesto, la esperaba tras el semáforo de la esquina. Por primera vez en todo ese tiempo, no estaba.

Tras la sorpresa inicial, se paró en seco sin saber muy bien qué hacer y encendió un cigarrillo mientras ojeaba la prensa expuesta en el kiosco

A los quince minutos, decidió llamarlo al móvil, pero una impersonal voz, le informó que el usuario al que llamaba estaba apagado, o fuera de cobertura.

A los treinta minutos, volvió al metro y en él hizo las dos estaciones que le restaban para llegar a casa.

Desde allí llamó a la oficina de Ernesto. Solo estaba el vigilante, que le aseguró que allí no quedaba nadie más que él.

Calentó la comida que habían preparado la noche anterior y mientras, telefoneó a Luís, compañero y amigo de su marido. Pero ese día no había ido al trabajo, le dijo su mujer, una  virulenta gripe, lo tenía en la cama desde la tarde anterior.

Sin comer, hizo tres o cuatro llamadas más, sin ningún resultado positivo. Tres horas después, llamó a la comisaría del barrio.

Alberto había desaparecido, ya está. Se lo había tragado la tierra.

Todo se precipitó  a su alrededor. Distintas escenas sin orden ni concierto, se superponían ante sus ojos: la policía poniendo patas arriba su casa, interrogándola una y mil veces, intentado encontrar posibles móviles, que hubiesen invitado a esa inexplicable desaparición.

Su familia, tan angustiada e incrédula como ella. La familia de Alberto, destrozada al principio y mirándola después con ese gesto de sospecha, que siempre que  le dirigían la hacían sentirse culpable, no sabía  muy bien de qué.

Esa noche la sedaron, pero casi fue peor, porque cuando abrió los ojos por la mañana, la realidad la abofeteó con tal intensidad, que gritó como una posesa, mientras su corazón se desbocaba incontrolable, por una angustia cercana al pánico y al dolor más lacerante.

Esos síntomas y ese miedo se repitieron por norma durante tanto tiempo, que llegó a creer que formaba parte de ella misma.

Asistía a su agonía como una espectadora incrédula. A veces, las contadas veces, en que salía a la calle, veía la sonrisa que Alberto le lanzaba desde esa foto, que ella misma le había hecho la semana anterior a que todo ocurriera, y que ahora aparecía en todas las puertas de todas las tiendas del barrio. No podía evitar, cada vez que esto ocurría, que un nuevo pellizco, retorciera su corazón, ya tan exprimido, que sentía que le iba a estallar dentro del pecho.

Desde entonces habían pasado más de diez años, nunca más se supo del que había sido su marido, ella aún no era ni viuda, ni separada, ni siquiera sabía bien qué es lo que era.

Su vida nunca volvió a sumirse en aquella rutinaria tranquilidad, y su caso, sencillamente pasó a engrosar la trágica y en apariencia anónima lista, de desapariciones inexplicables.   

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