LOS CUENTOS DE CONCHA

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ANTES DE TI

Concha Casas -Escritora-

Podía ser otoño, eso no lo recordaba bien, pero es muy posible que lo fuese porque se recordaba a sí misma mirando de pie, tras la ventana desde la que su abuela veía transcurrir su vida, la poca vida que ya le quedaba, con esa nostalgia que se te aferra al pecho sin saber muy bien porqué y que en esa época del año parece flotar en el ambiente.

Esa tarde, como tantas, entraba al cuarto donde más que dormir, vivía la anciana. La quería tanto que ni era consciente del amor que sentía por ella, no necesitaba esforzarse lo más mínimo para acariciarla, besarla, abrazarla… y sobre todo, escucharla. Porque si había algo que le gustaba en el mundo, era sobre todo eso, escuchar las viejas historias de su abuela.

Desde bien pequeña, era ella la que inventaba los cuentos con los que cada noche soñaba, ella quien ponía esas caras que parecían transformarse según el personaje del que hablaba…

Luego, cuando creció lo bastante, empezó a relatarle la vieja historia de otro tiempo que ya solo vivía en ella y que de no habérsela legado a su nieta en esa maravillosa tradición oral que se daba en las mujeres de su familia, se habría perdido para siempre.
Pero esa tarde no hablaban. Su abuela se inclinaba sobre el eterno transistor que la acompañaba a todas horas y ella dejaba vagar su mirada por el horizonte que se abría tras los cristales.

De pronto la escuchó. Los acordes de esa canción comenzaron a sonar a la vez que una voz tan masculina y viril que la hizo estremecerse cuando su cuerpo aún no había sentido el abrazo de la pasión, ni los estremecimientos del deseo, la obligó a encogerse sobre si misma.

Las lágrimas acudieron prestas a sus ojos, asombrados de la congoja que esas palabras casi más recitadas que cantadas, provocaban en ellos. Se llevó al manos al pecho, como queriendo sujetar la emoción que había nacido allí sin apenas avisar y que parecía querer escapar fuera de ella.

Esos acordes la trasladaron a un tiempo que todavía no había vivido, a unas sensaciones que aún no había experimentado y a la nostalgia de un amor que tardaría mucho en conocer.

Por eso ahora, treinta años después recordó aquel momento, porque sin previo aviso el hombre que la tenía entre sus brazos y que le había robado el corazón, cuando ya pensaba que nunca jamás volvería a vivir las mieles de la pasión arrebatada que tanto añoró siempre, entonó la melodía que en aquel lejano tiempo de su perdida adolescencia, le hizo añorar lo que aún tardaría toda una vida en llegar a ella.

Dos hijos, varios hombres y una eternidad después de aquello, entendió que lo que le ocurrió aquella lejana tarde que se había quedado grabada en su memoria, como esos momentos mágicos que sabes que son inmortales y que te acompañarán mientras vivas, era el recuerdo de lo que estaba viviendo en ese momento.

Porque las cosas del coraźon no saben de normas de tiempo o espacio, ni mucho menos respetan las leyes de la física que los científicos tachan de inmutables.

Y aquellas mismas lágrimas de esa lejana tarde que ahora volvía a su memoria, retornaron a sus ojos y las mismas manos que sujetaron su pecho para que la emoción no lo desbordase, acudieron prestas a contener lo que se desbordaba desde su interior.

La diferencia, además de todas las demás, era que ahora sí, ahora sabía porqué esa canción le había calado tan hondo.

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