FINIS AFRICAE

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MANUEL RODRÍGUEZ MARTÍN Y EL ALMIRANTE CERVERA

FRANCISCO GUARDIA -Escritor-

Hace unos dos años un librero de viejo al que ya había comprado alguna cosilla me comentó que tenía en su almacén un voluminoso legajo que perteneció a don Manuel Rodríguez Martín, el que popularizara el seudónimo de Juan Ortiz del Barco, y que no se había decidido a incluirlo en catálogo porque la mayor parte de su contenido eran recortes de prensa y concluyó:

“Pero he visto que también hay unos cuadernillos manuscritos y uno de ellos está rotulado como Historia de Motril. Quizá a usted le interese. Si es así, se lo podría facilitar a un precio muy favorable”.

Quedamos en que me enviaría como muestra unas imágenes digitales de los cuadernillos. Me interesó el asunto, me hizo un precio en verdad atractivo y pocos días más tarde tenía los papelotes en mi poder.

 Tal como me advirtió el librero la mayor parte del legajo estaba compuesta por recortes de distintos periódicos predominando en sus fechas los de los últimos años del siglo XIX y primeros del XX. Y pude comprobar que podían agruparse en unos pocos temas, por lo que no era difícil conjeturar que quien los recopiló, al ser un escritor, quizá tuviera el proyecto de escribir sobre esos asuntos. El grupo más numeroso se refería a distintos aspectos de la vida y muerte del almirante Cervera.

Aunque en Motril conocemos a Rodríguez Martín principalmente por sus Crónicas Motrileñas, lo cierto es que su obra abarca una amplia variedad de contenidos y en ella ocupa un lugar preferente la Marina, desde sus personajes hasta sus instalaciones y legislación. Es una obra difícil de conocer porque anda dispersa en publicaciones periódicas de laborioso acceso. El autor tenía la costumbre de dedicar sus trabajos a personas a las que admiraba o que pertenecían a su círculo de amigos.

Al almirante Cervera lo podemos considerar como incluido en el primer grupo. Ambos intercambiaron publicaciones debidas a su pluma y Rodríguez le dedicó la decimocuarta de sus Cartas Marítimas; la que lleva por título “España al garete” -expresión marinera donde las haya- que fechó el 23 de octubre de 1901, con las siguientes palabras: “Al ínclito marino Excmo. Sr. Don P. Cervera y Topete”. No sabemos si Cervera, que por entonces se encontraba en situación de “licencia ilimitada” pasado ya el calvario que supuso su expediente por lo de Santiago de Cuba, contestó o expresó alguna muestra de agradecimiento, aunque lo más probable es que lo hiciera pues era una persona muy educada y apreciaba a Rodríguez; lo que es indudable es que debió sentirse honrado pues por entonces las Cartas Marítimas eran muy comentadas favorablemente entre el personal de la Armada.

El motrileño pudo conocer a Cervera en cualquiera de sus visitas a la Isla, o cuando el ilustre marino fue destinado al arsenal de la Carraca y aunque la diferencia de graduación y medios económicos no propició una intimidad sí existió un afecto mutuo. Era difícil no apreciar a un subordinado como don Manuel, trabajador incansable, siempre ávido de aprender y de trato exquisito. Como nuestro conocimiento de su epistolario es limitado ignoramos si en sus momentos de apuro, que los tuvo, acudió alguna vez a don Pascual, al que sí consta que envió el manuscrito de su Mares territoriales pidiéndole su parecer, recibiendo una atenta respuesta, redactada el 13 de agosto de 1903, que incluyó después como colofón al publicar su obra. También cruzaron varias misivas sobre asuntos de mutuo interés.

Con dolor e indignación debió seguir desde su destino en una ciudad tan marinera como San Fernando todo el proceso mediático y judicial que siguió a la derrota de las armas españolas en Cuba. Una clase política incompetente y ruin que había mandado a sus soldados a la hecatombe sin los medios adecuados ante una potencia mejor provista de barcos y armamento, mientras ella tras justificar sus sueldos con vacuas peroratas en el Congreso vivía su feria de las vanidades en las tertulias, las fiestas y el teatro, cuando llegó el momento de asumir responsabilidades actuó como siempre: buscó un chivo expiatorio y este fue la Armada.

Más de una referencia al almirante hemos visto en la obra de Rodríguez Martín. Normalmente al referirse a él prefiere utilizar una cita ajena, quizá para no ser tildado de adulador, pues son siempre encomiásticas y tendentes a señalar a los verdaderos culpables del desastre. Valga esta, que podemos leer en su trabajo “Españoles e ingleses y americanos”, tomada de un artículo aparecido en el Heraldo de Madrid: “aunque los barcos que manda el almirante Cervera se hundan con más gloria que los que perecieron en Trafalgar, y aunque Santiago de Cuba caiga con honra mayor que la de Numancia, la nación, que ya se siente desmembrada y rota, tiene que pensar con serenidad en el enemigo interior que la puso casi a merced del extranjero”. Y ese enemigo interior, añadimos nosotros, fueron sus políticos: nada nuevo bajo el sol.

Sometido a consejo de guerra y absuelto, tuvo aún tiempo Cervera de desempeñar algún alto cargo, pero su salud estaba resentida. Falleció en su domicilio de Puerto Real el 3 de abril de 1909 y recibió sepultura en el cementerio de dicha localidad. Precisamente el Diario de Cádiz de ese día, cuando aún no se había producido el deceso, publicó un artículo de Rodríguez Martín escrito dos días antes en el que ensalzaba sus méritos y virtudes. Posteriormente, en un suplemento con “noticias de la tarde”, se hacía eco de la muerte del ilustre marino en una extensa semblanza anónima, pero que sospechamos pudo ser redactada por su director Federico Joly.

En cuanto a los recortes sobre el almirante que cité al principio no sería ilógico suponer que sean una mínima parte del dosier a que aludía el escritor en su antedicho artículo aparecido en Diario de Cádiz de 3 de abril de 1909, con estas palabras: “La prueba concluyente de los altos juicios que merece este insigne Almirante, aquí y en el extranjero, la guardo en los millares de apuntes y en los libros y folletos que acumulé para escribir Santiago”.

Ese desconocido Santiago, que no podía tratar de otra cosa que del combate naval de Santiago de Cuba, se ha resistido hasta ahora a nuestras pesquisas. Si quedó en un mero desiderátum de don Manuel o llegó a adquirir entidad de manuscrito, como tantos de sus trabajos que después no pasaron a la imprenta, es por ahora una incógnita que confiamos se resuelva algún día. El afecto del escritor hacia el personaje y esa inquietud rayana en la grafomanía que lo impulsaba a escribir sobre cuanto ocurría a su alrededor, nos animan a continuar la búsqueda.

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