LOS CUENTOS DE CONCHA

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EL MEJOR REGALO

Concha Casas -Escritora-

Dicen que un embarazo suele durar nueve meses, pero en algunas ocasiones esa llamada dulce espera, se multiplica tanto que el adjetivo antes usado se acaba convirtiendo en su antónimo, haciéndola a veces amarga y eterna.

Paloma llegó a casa de sus padres tras un largo, penoso y complicado proceso de adopción, posiblemente tan largo, penoso y complicado como cualquier otro.

Era la primera hija, la primera nieta y la primera sobrina, todos la esperaban llenos de ilusión.

Pero quizás quien mas ganas tenía de abrazarla era Doña Paloma, su abuela. No es que fuera muy mayor,  pero llevaba cinco años peleando con un cáncer que parecía empeñado en no retroceder ni un palmo. De hecho ella sabía que avanzaba y últimamente lo hacía tan aprisa, que temía perdida la última y definitiva batalla.

Nadie quiere irse, siempre hay algo por lo que aferrarse a la vida, pero para Paloma no conocer a su nieta era quizás el mayor castigo que la vida podía depararle.

Cada noche rezaba pidiéndole a Dios una tregua: ¡déjame conocerla, ver su carita, antes de irme!

Pero parecía  que Dios no quería escuchar sus súplicas, su estado se deterioraba a ojos vista. Aunque ella insistía en que siempre lo había hecho, escucharla,  y que no había razón alguna para que en esa ocasión tan especial no lo hiciera.

De hecho uno de los últimos días en que todavía era consciente, se despertó sonriente diciendo que un ángel le había prometido que su deseo se haría realidad. Sus hijos se miraron con estupor y tristeza, su pobre madre perdía también la cabeza. 

Duró poco más, un lunes, cinco meses antes de que su nieta llegase a su hogar, murió sin haber visto cumplido su  sueño.

Sus últimos días fueron muy duros, se marchó de este mundo entre grandes dolores, de modo que el día en que por fin descansó, para todos fue un alivio ver el punto final a tanto sufrimiento, máxime al ver dibujada en su rostro una sonrisa llena de paz.

Murió convencida de que su deseo se haría realidad.

Por eso cuando llegó Palomita, el duelo por su abuela estaba casi superado y tras el largo tiempo de espera, la alegría fue doble en su hogar. Además su llegada coincidió con las navidades ¿se podía pedir mejor regalo?

Vivían en una urbanización a las afueras de la ciudad, su casa estaba orientada al sur – este y todas las habitaciones tenían ventana en esa fachada. A la niña la colocaron en la tercera habitación, ya que al estar esquinada, era la que tenía luz solar  más horas al día.

Como era de suponer, la felicidad se instaló en esa casa desde que llegó la niña, cuya alegría inundó a todos sus habitantes.

Fue aproximadamente dos o tres meses después, cuando limpiando la terraza, la madre de la niña, Silvia, vio una paloma posarse en la barandilla y mirar hacia el interior de la casa.

Enseguida la espantó. No entendía qué hacía allí una paloma; todas se concentraban en el centro de la ciudad, jamás había visto ninguna por allí y no tenía ningún interés en tener a alguna de ellas como vecina. Todo el mundo sabía que no solo transmiten enfermedades, sino que además  sus excrementos acaban destruyendo hasta las piedras.

Todo hubiese quedado ahí, de no ser porque a partir de ese día, cada mañana a la misma hora, la paloma volvía.

Se asomaba a cada ventana, como si buscase algo; pero Silvia no soportaba a las palomas, su sola presencia la sacaba de quicio y cada día la espantaba.

Sin embargo, según pasaban los días y volvía a repetirse el mismo ritual, algo parecido al miedo se instaló en su pecho y fue entonces cuando hizo partícipe a su marido de lo que estaba ocurriendo.

Esa mañana quien salió al balcón no fue Silvia, sino Juan, quien lejos de espantar a la pertinaz visita, descorrió las cortinas para que pudiese ver lo que parecía buscar dentro de la casa.

Sin embargo tras echar una mirada al interior, se acopló en el alfeizar de la siguiente ventana. Juan volvió a hacer lo mismo y descorrió las cortinas de esa habitación.

La paloma volvió a recorrerla con la mirada y siguió su recorrido por todas las ventanas de la casa, donde Juan fue repitiendo el mismo gesto.

La última era la habitación de la niña, que dormía plácidamente en su cunita.

En esta ocasión la paloma pareció encontrar lo que buscaba y aleteó lanzando al aire un extraño graznido, que se asemejó a una estruendosa carcajada.

Contempló a la niña durante unos minutos y después desplegó sus alas y volando alto, muy alto, desapareció para siempre de sus vidas.

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