FINIS AFRICAE

0
1774

MOROS EN LA SIERRA

FRANCISCO GUARDIA -Escritor-

A lo largo de la Historia una serie de personajes populares o grupos marginados han alimentado los temores de las gentes sencillas en los ambientes rurales (algo menos en los ciudadanos). Recordemos el lobisome u hombre lobo en tierras gallegas, el tío del saco y el mantequero o sacamantecas de nuestra niñez. Cuando los gitanos llevaban una vida  nómada eran tenidos por secuestradores de críos, sin que se libraran de estas ficciones los judíos a los que se acusaba de sacrificar niños (patraña del Santo Niño de la Guardia que costó la vida a más de un inocente). Mientras vivieron los moriscos en el antiguo Reino de Granada eran temidos, en este caso con razón, por la actividad de los monfíes y sus concomitancias con los piratas berberiscos; sin embargo una vez terminada la guerra a que dio lugar la rebelión de la Navidad de 1568 se produjo en pocos años la casi total expulsión de esta minoría.

Es cierto que en un primer momento algunas personas se libraron de la expulsión por distintos motivos. El más frecuente fue la necesidad de conservar un pequeño número de artesanos maestros en actividades que no dominaban los nuevos pobladores y también la de contar con seises o “conocedores” que ayudaran a efectuar los apeos (recuento de tierras y demás bienes que habían dejado los moriscos) para poder repartir el terreno. Pero no pasó mucho tiempo hasta que estos “privilegiados” tuvieron que abandonar también el Reino de Granada.

Aunque a principios del siglo XVII era más fácil hallar un descendiente de los antiguos moros en cualquier otro lugar de la Corona de Castilla que en Granada por más que los viajeros románticos se empeñaran en ver rasgos árabes en la gente de estas tierras y una legión de intérpretes haya cantado con Agustín Lara al “embrujo de los ojos moros” de las granadinas, como el miedo es libre y espolea la imaginación, quedó arraigada en buena parte del pueblo la creencia de que muchos permanecían ocultos en las sierras y que su presencia era un peligro. Hay constancia de denuncias en este sentido, que en la mayor parte de los casos se comprobaban falsas como la que vamos a ver.

En el año 1608 el inquisidor licenciado Canseco de Quiñones efectuó por comisión del Tribunal del Santo Oficio de Granada una visita a la ciudad de Almuñécar, villa de Motril y Valle de Lecrín. Como era habitual, se predicaba en los lugares visitados el edicto de fe amenazando con excomunión y las más terribles penas a quienes no declararan cualquier acto propio o ajeno, de los que en el edicto eran catalogados como pecaminosos. El sistema propiciaba las falsedades por ajuste de cuentas o simple ignorancia. 

En el curso de la visita se encontraron con denuncias por  hechicería que hallaba campo propicio entre un sector de población creyente en toda clase de supersticiones adivinatorias, frases más o menos irreverentes pronunciadas ante vecinos que luego se podían convertir en acusadores, e incluso no faltaron  imputaciones de judaísmo a las que siempre estaba expuesta la colonia portuguesa compuesta en su mayor parte por conversos huidos del país vecino durante las persecuciones que allí se desataron.

Un día se presentó al inquisidor un jovenzuelo atolondrado y con ansias de notoriedad, cuyo nombre ni siquiera se molestó el escribano de turno en consignar en el resumen que hasta nosotros ha llegado, contando que con ocasión de subir a la sierra para recoger una carga de leña se encontró con un pastor al que conocía por el nombre de Gabriel, que estaba guardando un hato de machos. Entablaron conversación y en un momento dado sacó Gabriel de su zurrón un libro asegurando a su interlocutor que se trataba del Corán, el libro sagrado de los musulmanes, y comenzó a leerle un párrafo donde decía que un hombre se podía casar con siete mujeres a la vez. Preguntando los inquisidores si estaba escrito en arábigo o castellano no supo responder.

Aunque los procesos de la Inquisición adolecieran de mil irregularidades desde nuestra óptica actual, un requisito en el que los inquisidores eran escrupulosos era la aportación de testigos. Desgraciadamente, cuando existían intereses y odios no era rara la concurrencia de testigos falsos, pero en este caso ni el joven pudo presentarlos ni hubo quien estuviera interesado en apoyar su versión.

Recordemos que 1608 fue precisamente el año en que el capitán Alonso de Contreras, que por entonces se encontraba retirado como ermitaño en el Moncayo, fue detenido bajo la falsa acusación de ser el rey de los moriscos, lo que nos puede dar idea de cómo se temía un levantamiento de esta minoría. Sin  embargo, en el caso que comentamos el muchacho pareció tan simple a los señores inquisidores y la denuncia tan inconsistente que, en reunión celebrada en Granada el 20 de diciembre, decretaron suspensión sobre el expediente lo que equivalía a archivarlo por si algún día aparecía un testimonio más fiable, y podemos suponer que amonestarían al denunciante por su exceso de imaginación.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor, introduce tu comentario
Por favor, introduce tu nombre aquí