LOS CUENTOS DE CONCHA

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LA FOTOGRAFÍA

CONCHA CASAS -Escritora-

Buscaba las llaves del buzón. Como de costumbre no tenía ni idea de donde podían estar. No le escribía nadie y para recoger las facturas del banco con abrirlo  una vez al mes tenía más que de sobra. No estaba en los cajones, ni en la estantería de la entrada, de manera que buscó en cualquier sitio que fuese susceptible de albergar tan diminuto objeto.

Encima de la cómoda del cuarto había una caja, una pequeña cajita  de música que ya ni siquiera sonaba y en un acto reflejo la abrió. Desde su interior una fotografía llamó su atención. Eran su marido y ella. La tomó en sus manos hipnotizada por esa joven pareja que volvía desde su pasado. Sorprendida observó la expresión de felicidad que ambos ofrecían. Se miraban mutuamente y estaban extasiados el uno frente al otro. Es más incluso tenían entrelazadas sus manos y en ese gesto se traslucía tal ternura, que un tremendo escalofrío recorrió su espalda.

¡Dios! ¿dónde se había perdido ese amor que ni el paso de los años había logrado borrar de esa vieja foto?

Por unos momentos volvió a ser aquella joven enamorada que miraba con ese supremo deleite. Recordó las risas, los besos, las promesas de amor eterno e incluso la firme creencia en la inmortalidad de ese sentimiento que entonces los unía. ¿Dónde se había quedado  todo eso? ¿en que momento del camino desapareció esa luz brillante que iluminaba esos jóvenes rostros?

Un nudo se hizo en su pecho y la invadió una infinita tristeza. Volvieron a su  mente inolvidables momentos, aquellos primeros pasos hacia lo desconocido que cualquier relación encierra, con esa aureola de tacto, delicadeza y armonía que todo lo envuelve. Esas manos entrelazadas como si sostuvieran a la más delicada criatura… y en cierto modo así era. En aquel momento sostenían el amor con toda la fuerza e intensidad que esa palabra encierra. Es evidente que después no supieron cuidarlo.

¿Qué pasó? Posiblemente la llegada de los hijos, las nuevas obligaciones, las responsabilidades… excusas, todas ellas pertenecientes al pasado. Un pasado que era el futuro de esa fotografía. Nunca lo hubieran creído si entonces se lo hubiesen dicho. No había amor más intenso que el suyo, ni sueños más auténticos.

De nada servía buscar culpables, cada uno tendría su versión sobre el tema, pero la realidad era que de aquello no quedaba nada, o casi nada que aunque no es lo mismo, es casi igual.

Tampoco podía decir que no se quisieran, eso sería falso. Pero también quería a su gato del que sin duda alguna recibía más caricias y más ternura. Quizás hasta más conversación, al menos cuando hablaba con el minino sentía que la escuchaba con el mayor interés, cosa que con su marido estaba muy lejos de ocurrir. Siempre que se dirigía a él,  le contestaba entre condescendiente  o harto, según el estado de ánimo con el que llegara a casa.

¿Eran una mera costumbre? Desgraciadamente empezaba a sospechar que sí. Ni siquiera cuando salían con los amigos llegaban a tener ni el más ligero cruce de palabras. Él se rodeaba de los maridos de las mujeres con las que ella se entretenía. Como mucho al volver a casa comentaban lo que habían dicho unos u otros, pero poco más.

Hacía tiempo que ni siquiera hacían el amor. Lo fueron espaciando poco a poco, pero en esta ocasión casi ni recordaba cuando fue la última vez. Para ser franca tampoco lo deseaba, como casi todo entre ellos se había convertido en algo rutinario e incluso aburrido. Evidentemente para los dos. ¿Tendría una amante? Antes era muy fogoso y no dejaba pasar más de dos o tres noches… Quizás sencillamente no tenía ni ganas, ni fuerzas… como ella. 

Había olvidado el objeto de su  búsqueda, pero al ir a dejar la fotografía vio que la diminuta llave que la había llevada a ella estaba allí. La cogió y volvió a dejar la foto en el sitio de donde nunca debió salir, solo le había dejado tristeza y desolación.

Cerró la puerta tras de si y bajó al buzón. Contra todo pronóstico había una carta dentro. Sorprendida la cogió. Estaba dirigida  a ella. Miró el remite pero no había en él nada escrito. La abrió entre  presurosa y nerviosa mientras volvía a casa y tras cerrar la puerta desdobló el papel que contenía dentro. Una hoja cayó al suelo, se agachó a recogerla y entre sorprendida e incrédula comprobó que era una fotocopia de la foto que acababa de ver. Se dispuso a leer el contenido de la misiva. Era la letra de su marido, no cabía duda. El corazón le latía tanto que sentía que iba a escaparse de su cuerpo.

“Querida mía. Si has recogido esta carta es que has encontrado la llave… y la foto. Buscando mis gemelos la abrí el otro día y me causó el mismo impacto que supongo habrá hecho en ti, por eso metí dentro la llave del buzón, para que entendieras lo que he decidido hacer. Quizás el encabezamiento de esta carta te haya sorprendido tanto como todo lo demás ¿cuánto tiempo hacía  que no te llamaba querida mía? ¿qué nos ha pasado desde que nos hicieron esa foto? Llevo varios días pensando en esto pero creo que por muy doloroso que nos resulte será lo mejor para los dos.

Me voy. Cuando sepa donde me instalaré definitivamente, te lo haré saber. Ya arreglaremos las cosas, pero de momento necesito salvar  el sentimiento que un día nos unió. Me voy para que podamos volver a ser amigos, para que podamos volver a hablarnos como si no nos debiéramos nada el uno al otro. Sabes que escribir nunca ha sido lo mío pero espero que entiendas lo que trato de decirte. Me voy en nombre del amor que esos dos jóvenes de la fotografía se profesaron un día. Y espero y deseo que algún día podamos volver a mirarnos a los ojos, aunque no con la misma intensidad que en foto pero al menos franca y abiertamente. Hasta siempre.   

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