JULIO RODRÍGUEZ (IV)

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Julio Rodríguez volvió a la docencia universitaria, pero el gusanillo de la política ya le había picado y en 1977 funda como vicepresidente un nuevo partido político: Acción Regional, estableciendo muchas de las bases de lo que luego fue Alianza Popular y posteriormente Partido Popular. Mientras tanto, Adolfo Suárez amnistía a los asesinos de Carrero Blanco y pide por ello perdón a los hijos del presidente asesinado, con quienes tenía una buena amistad. Suárez tampoco hizo nada para sacar una confesión al etarra Argala y tras su asesinato se perdió la última posibilidad de conocer quien fue el traidor que le dio la información sobre los movimientos del presidente a ETA, en la intrigante reunión mantenida en el Hotel Mindanao. Ambos hechos, por parte del gobierno de Suárez, a mi padre no le gustaron nada. En 1978, Hassan II decide anexionarse Ceuta y Melilla y Suárez le amenaza con utilizar la fuerza atómica, la cual, como ya he comentado, España disponía de sobra pero nunca había probado. Mientras tanto, mi padre seguía representando a España en numerosos congresos científicos internacionales. Es muy posible que alguien cercano al gobierno de Suárez pensara en él. Don Julio conoce ya Chile. Está dando, a menudo, conferencias en la Universidad Católica, ha firmado importantes acuerdos con dicho país siendo ministro y conoce bien el territorio. Mi padre aterriza por última vez en Santiago de Chile y, estoy seguro, aunque es una opinión personal (después de muchas horas de investigación) con un importantísimo encargo bajo el brazo: tantear el terreno para que España pruebe la madre de todas las bombas, en el desierto de Atacama. Mi padre, antepone de nuevo el patriotismo a su comodidad, ideología y ambiciones personales y no piensa en Suárez, ni en Juan Carlos I, sólo piensa en servir a España. Pero el lobo chileno abría su boca esperándole al acecho, pues veían como un peligro al amigo y colaborador del gobierno del depuesto Allende, ex ministro de Carrero Blanco y de nuevo representante, por segunda vez, del ambicioso plan español: ser potencia nuclear. Mi padre, que además era el mayor experto en minerales que había en España y quizá en el mundo, era un intruso y a la CIA no le hacían gracia sus idas y venidas a las minas de Chuquicamata, de alto contenido en Uraninita, de donde se extrae el uranio, material que se utiliza para la fabricación de una bomba atómica. En mi opinión, Pinochet, socio de Estados Unidos y de Reino Unido (muchos de los aviones que atacaron las Malvinas salieron de suelo chileno) a instancias de la CIA, ordena al general Odlanier Mena, jefe de la CNI (Central Nacional de Inteligencia y antigua DINA) acabar con mi padre. Posteriormente este general fue declarado culpable por crímenes de lesa humanidad en 2013 y acabó suicidándose. España se hubiera convertido en un peligro para EEUU si controlaba la bomba atómica y ese plan no entraba dentro del sueño americano. El miércoles 24 de Enero, mi padre intenta coger un avión desde Santiago de Chile a Madrid, pero se encuentra mal. Llega a la clínica Santa María por su propio pie. Esta clínica durante la dictadura de Pinochet, tiene un oscuro pasado de muertes sospechosas que inunda sus pasillos. ¿Quién iba a predecir que seis años antes, en 1973, Pablo Neruda y posteriormente en 1979, el ¨ministro poeta¨ (así llamaban algunos, jocosamente, a mi padre por su afición a la poesía) iban a fallecer ambos, de manera extraña y similar, en el mismo hospital? ¡Neruda! El poeta favorito de mi padre. En la madrugada del domingo 28 de Enero de 1979, Don Julio fallece en extrañísimas circunstancias y es embalsamado inmediatamente, evitando así cualquier examen forense por parte de mi familia (mi madre y mi hermano Julio, acababan de coger un vuelo de Rio a Santiago de Chile, procedentes de Madrid) A mi padre se le diagnostica una ¨sepsis¨, enfermedad en la que, cuando el resultado es fatal, el único diagnostico etiológico posible es a través de una autopsia. Alguien se ocupó, esmeradamente, para que esa posibilidad no se produjera. Al cabo de unos días recibimos una llamada en nuestro domicilio de la Calle Bailén en Madrid. Un señor pregunta por Mariperta, mi madre. ¨Le llamo de Casa Real ¿Usted cree que a su marido le han asesinado?¨ y ella responde: ¨Nadie se muere por un dolor de riñón¨. ¨Gracias por su contestación y recuerde, esta conversación nunca ha existido¨. Estoy firmemente convencido. El último intento de España por convertirse, de nuevo, en una nación temida y honrada, se desvaneció cuando, Julio Rodríguez Martínez, exhaló su último suspiro. Nunca más, España estuvo tan cerca de ser una gran potencia nuclear.

FIN

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