Farmacopea doméstica

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FRANCISCO GUARDIA MARTÍN

Hemos sufrido en Estepona varios días de viento de poniente lo que aquí equivale a un calor agobiante y en contraste agua fría en el mar. Días en los que no se apetece salir de casa como no sea cuando el sol busca su descanso tras el Peñón de los modernos bucaneros. Cuesta concentrarse en la escritura  y, por pasar de alguna manera el tiempo, me dio por ordenar unos papelotes que traje de un viaje a Italia el pasado año y desde entonces dormían en confuso montón el sueño del olvido en un cajón de mi mesa: guías, folletos turísticos, entradas a monumentos, tiques de metro y autobús, láminas, postales y un librito.

El libro lo compré en Mel Bookstore, una acogedora librería de la Vía Nazionale, justo enfrente del hotel Quirinale donde nos alojábamos mi mujer y yo. Se trata de una edición bilingüe (latín-italiano) del Satiricón, obra de la editorial Mondadori, en rústica y  me costó muy barato.
Del Satiricón poseía ya la edición en español de Gredos, traducida por Lisardo Rubio Fernández. En su momento intenté comprar un ejemplar en latín-español pero no lo encontré. Me pareció, pues, que éste sería un buen complemento.
Y con el Raimundo de Miguel a la vera -que tampoco es uno un Erasmo- he ido dando cuenta de sus poco más de trescientas páginas que, como sólo interesan las pares, se quedan en la mitad.
Fue al llegar al pasaje donde Habinas da cuenta a Trimalción de lo que ha cenado, con aquella enumeración: que termina: «ova pilleata et rapam et senape…», donde se encendió la bombilla del recuerdo y me vino a la memoria una palabras que no oigo desde hace más de sesenta años: «sinapismo».
Para quien no le suene ni le apetezca echar un vistazo a google o al diccionario, le aclararé que los sinapismos eran unas cataplasmas de mostaza. Mi madre los empleaba aunque no recuerdo bien para qué males –quizá bronquitis y cosas así- lo que sí ha permanecido en mi memoria es que picaban como condenados.
Porque en aquellos tiempos los remedios caseros estaban a la orden del día. Imagínense: primeros años cuarenta con la guerra recién terminada, farmacias deficientemente abastecidas y recursos monetarios justitos. La botica de Sala Navas, en la calle Marqués de Vistabella, que era la más próxima a nuestra casa, quedaba para las aspirinas (y cafiaspirinas que es otro medicamento de Bayer que no veo por parte alguna) o para tratamiento de males realmente complicados. Las dolencias diarias se curaban con un amplio arsenal de potingues domésticos que toda ama de casa sabía preparar.
Así, a bote pronto, acuden a mi memoria otros tipos de cataplasmas con moyuelo y los más insólitos ingredientes, que en caso de apuro podían ser sustituidas por una penca de chumbera (convenientemente pelada y sin espinas, que tan brutos no éramos) y como solución alternativa las ventosas:  una moneda de cobre de perra gorda envuelta en papel con cuyas puntas se improvisaba una especie de torcida que impregnada en aceite se hacía arder colocando un vasito encima, de forma que al producirse el vacío succionaba la piel.
Por supuesto se empleaba una amplia diversidad de hierbas que no se reducían a las conocidas manzanilla, yerbaluisa, tila o poleo, sino que incluía otras para el mal de piedra, hígado, o corazón. ¿Recordará hoy algún médico que la raíz de granado amargo es efectiva contra las lombrices intestinales? Puedo dar fe de ello y de que sabe a demonios.
No faltaba nunca a las madres previsoras la enjundia de gallina, grasa de este simpático y sustancioso animalito que aplicada en pecho y cuello, cubierta  con un papel de estraza que previamente se había calentado con la plancha, hacía milagros en caso de resfriados, anginas y faringitis.
En cuanto a las tendinitis, reumas  y dolores musculares no se contaba con el actual surtido de cremas.  Lo más sofisticado era el linimento Sloan que nadie pedía por su nombre porque parecía una cursilada. Lo castizo era pedir «Tío del Bigote». Y si no lo había a mano, una friega de aguarrás o gasolina hacía el avío.
Sobre las virtudes de la leche materna para calmar el dolor de oídos y una peregrina fórmula que supuestamente regeneraba el cabello quizá les hable otro día.

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