La Nochebuena de Frasquito

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Fulgencio Spa Cortés

Los niños pobres que se llaman Francisco rara vez consiguen el diminutivo de Paquito que distingue. Con mucha suerte se quedan en Francisco, con menos en Frasquito, con poca en Frasco y con mala en Frasquillo. Y a Francisco Buendía Claro, nacido en casa pobre, siempre se le conoció por Frasquito, a lo que después de todo se le puede considerar con suerte.

Vivía en la parte alta de la ciudad, donde suele vivir la gente «baja». Su casa lucía un mueble-cocina impropio de una casa pobre. Se lo regaló doña Caridad Bonanza Amores y sirvió para que tan alta dama estrenara modelo con los últimos adelantos de la técnica alemana. Frasquito tenía mujer limpia que se encontraba embarazada por décima vez. El deporte de los pobres. Sobre la hornilla, fruto del buen corazón de doña Caridad Bonanza Amores, una olla de agua estaba a punto de hervir; mientras, en la calle el frío hacia honor a la noche de Nochebuena. A esa olla le echaba el ojo «Caracola» furtiva «parteadora» que atiende a las parturientas de ese barrio «bajo». A «Caracola» se le notaba nerviosa y mientras mira el agua a punto de hervir dice: «Frasquito, me parece que lo que tiene que venir no viene del todo bien venido…» «Debías buscar a un médico…»

Agradeció Frasquito el bofetón de aire fresco que recibió en la calle. Llegó a la parte de la ciudad culta. Se detuvo ante placa que decía «doctor en medicina». Pulsó el timbre. Alguien advirtió: «Como hoy es sábado, estarán cenando fuera…» Y Frasquito dijo: «Mi mujer puede morir de parto». Llegó ante otra placa de médico, una voz desde dentro de la casa dijo: «Mire usted, buen hombre, don Benigno llegó tarde de un congreso y viene muy cansado. ¿Por qué no va al ambulatorio…?» Y allí le dijeron. «No podemos, abandonar el servicio…» Sacando ese valor asustado que a veces sacan los pobres, dijo: «¡Iré a quejarme a la Autoridad!». «Puede ir a donde quiera. Cumplimos con la Ley. Tenemos asuntos más importantes. Si no trae toda la documentación en regla, no podemos atender su petición». Como si hubiera recibido un mensaje divino se dirigió a la casa del cura «Comprendo tu problema. En hermosa noche va a nacer tu hijo. ¡Bendito sea Dios! Cuando termine la Misa del Gallo llamaré al Ayuntamiento. En esta noche nació el Redentor del mundo».

Frasquito se fue al Ayuntamiento a esperar la llamada del cura. Se sentó junto a la estufa donde se calentaban los empleados municipales, por el cansancio y con el calorcillo, se quedó dormido. Soñó que estaba en un salón muy grande, donde había mucha gente muy bien vestida. Todos brindaban por el nacimiento del Niño Dios, que aún estaba por nacer. Algunos cantaron villancicos con lágrimas en los ojos. Un político habló: «Nosotros conseguiremos hospitales dignos para el pueblo». Una dama envuelta en pieles se acercó y arrojándole champán a la cara, gritó: «¡Aquí hay un forastero…!» En este momento despertó Frasquito. Tenía mucho frío. Esperó, pero nadie llamó a la casa del pueblo. Salió a la calle. Empezó a andar lentamente. Oyó cantar y vio un corro de gente. Se acercó y dijo: «Mi mujer se muere de parto» y deja nueve hijos huérfanos. El coro coreó: «¡Desgraciao! ¿Es que vas a poner escuela? ¡Con los adelantos de hoy hay que ser imbécil para embarazar a la mujer.» «En estos tiempos amigo nadie se muere de parto; váyase tranquilo a su casa».

Llegó Frasquito a su casa. La olla de agua se había gastado. Un niño recién nacido lloraba. «Caracola, la parteadora de mujeres pobres, tenía una sonrisa y unas lágrimas de triunfo. La mujer de Frasquito dijo: «¡Hombre si hubiera estado esperando tu ayuda, me habría muerto…!» Y Frasquito contó la historia de esa noche. Después de oírlo, su mujer, le dijo: «Acuéstate un rato, hombre, y descansa». Y Frasquito dijo: «No puedo. Hay muchos cartones en las calles y voy a por ellos antes que lleguen otros. Hay que comer mañana».

Cuando Francisco Buendía Claro salió a la calle, ya habían cantado los gallos. Clareaba el día. Ya algunos gorriones, con sus vestimentas de carmelitas, habían bajado del árbol y se disponían a recorrer las calles. Hacía mucho, mucho frió. Pero que mucho frio. Y Frasquito miró al cielo casi pelado de estrellas. Oyó en la lejanía cánticos que le sonaban. Se quedó mirando el tintineo del lucero de la mañana, ese al que también llaman del alba. Una franja rojiza asomaba por el horizonte confuso. Y a Frasquito, es decir a Francisco Buendía Claro, se le pintó media sonrisa tímida, humilde y agradecida y suspiró mirando al cielo.

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