Manuel Domínguez García
Cronista Oficial de la ciudad de Motril
REDESCUBRIENDO EL PATRIMONIO ARQUITECTÓNICO DE MOTRIL. EL SANTUARIO DE LA NUESTRA SEÑORA DE LA CABEZA

Las Jornadas Europeas de Patrimonio se celebran todos los años entre septiembre y noviembre, acogiendo miles de actividades que tienen en común su temática y su dimensión paneuropea. El lema de 2025, “Patrimonio Arquitectónico”, se centra este año en el legado que la arquitectura nos ha dejado a lo largo de la historia y en la relación entre los edificios y su comunidad; tomando como inspiración los Convenios de Granada (1985), Faro (2005) y de Nicosia (2017).
En nuestra ciudad esto ha pasado desapercibido, pero a mí me parecía que sería importante aprovechar esta conmemoración para volver a poner en valor alguno de nuestros monumentos arquitectónicos locales que son un tesoro cultural que reflejan nuestra sociedad, nuestras aspiraciones y nuestra historia común. Quiero con ello, redescubrir cómo nuestro entorno construido conecta generaciones, preserva la memoria e inspira el futuro. Preservar ese patrimonio significa honrar nuestro pasado y, al mismo tiempo, construir un futuro cultural y social como ciudad.
He elegido uno de los monumentos más emblemáticos de Motril: El Santuario del Nuestra Señora de la Cabeza.

Al sur de Motril, sobre un pintoresco cerro aislado desde el que se domina la población, la vega y el mar, se alza el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza, Patrona de esta ciudad.
En época musulmana coronaba la cumbre de este pequeño monte un castillo llamado Qalat-al-Xaiar, donde cuenta la leyenda que residía por temporadas la reina Çeti Fátima Horra, hija del rey nazarí Muhammad IX el Zurdo, esposa de Abu-l-Hasan y madre del último rey musulmán granadino Boabdil. Esta fortaleza fue mandada derribar por orden de los Reyes Católicos en 1499 ante la eventualidad de una sublevación mudéjar, motivo por el cual desde esta época se conoce a este promontorio natural, como el Cerro del Castillejo.
Pero al año siguiente, un acontecimiento inesperado vino a incidir en la historia de los motrileños y del citado Cerro.
La leyenda transmitida durante siglos, nos habla que unos marinos portugueses, tras varios días de tormenta, prometieron a la imagen de la Virgen que llevaban a bordo de su barco, edificarle una ermita donde la tempestad les dejara sanos y salvos, cosa que ocurrió en las playas motrileñas. Una vez en tierra y tras descargar en la playa su cargamento y la Imagen, los marineros se dirigieron a la población. Al volver al día siguiente al sitio de arribada, encontraron las arenas llenas de flores blancas, hecho que se consideró milagroso. La imagen de la Virgen fue entonces traída en procesión a la villa y depositada en la iglesia de Santiago, antigua mezquita mayor musulmana, situada en la actual calle Zapateros.

Permanecería en esta iglesia seguramente hasta 1510, año en el que la Sagrada Imagen desapareció inexplicablemente. Esto ocasionó un gran revuelo en Motril y los moriscos motrileños fueron acusados públicamente de su robo. Algunos días después, un muchacho que con sus cabras estaba en el Cerro la encontró entre unos matorrales. Se condujo de nuevo la Imagen a la iglesia y allí, para evitar de nuevo su robo, se le puso una guardia de cristianos viejos, hasta que una noche los vigilantes cayeron en un profundo sueño y al amanecer descubrieron que la Imagen había desaparecido otra vez. Se busco en el cerro y allí fue encontrada, lo que fue interpretado como que la Virgen quería permanecer en ese lugar, decidiéndose por el Concejo y el pueblo hacerle en la cumbre una ermita para su culto y llamar a la imagen Virgen de la Cabeza, por estar en lo más alto de la villa.
Hasta aquí la leyenda.
Estas ermitas nacen en momentos precisos de las historias locales. Alguna de ellas, como el caso de la ermita de la Virgen de la Cabeza, construida en los primeros años del siglo XVI, surge prácticamente en la época de la conquista, en un momento donde el suceso, considerado extraordinario y maravilloso, de la aparición de la imagen de la Virgen da lugar a la creación de un centro de religiosidad local que servía de afirmación de la identidad cristiana frente a una población que como decíamos era mayoritariamente musulmana, galvanizando así a los escasos habitantes cristianos que, ante un nuevo hecho cultural, y en nuestro caso ante el hecho de la fe; lo asimila y traduce, incorporándolo a su propia cultura, ubicándolo en un nuevo sistema de relaciones y cargándolo con nuevas significaciones de religiosidad popular autóctonas.

De la ermita levantada poseemos muy pocos datos, solo sabemos que era un edificio rectangular, muy pequeño, sencillo y construido con los materiales de derribo del Castillejo, posiblemente 1510 y 1519. En la visita del arzobispo Pedro de Castro 1591, estudiada por el profesor Gómez Moreno-Calera, se dice que la ermita está constituida por una nave cubierta de armadura de madera y capilla mayor de bóveda, teniendo unas dimensiones de 10 metros de largo por 4 de ancho, tipología que hace pensar que no haría mucho tiempo que se había construido. Existía, además del altar de la Virgen, otro, con un Cristo cubierto con un velo.
En esta ermita donde debió estar la Virgen y se le dio su culto durante unos cien años, hasta que en 1613 los franciscanos fundaron su convento en ella, otorgándoseles por el Consejo el edificio, imágenes y ornamentos, autorizándose la ampliación del templo existente hasta el cimiento antiguo del Castillejo que estaba en el lado sur del Cerro y toda la ladera desde la ermita hasta el cimiento antiguo de la fortificación en el lado de poniente. Las obras del nuevo convento duraron hasta 1615, año en el que los franciscanos allí se trasladaron.
Tampoco conocemos como fue arquitectónicamente este nuevo convento franciscano, pero pronto debió quedarse pequeño, ya que la Orden decidió construir uno nuevo al oeste de la población, convento e iglesia que se concluyeron sobre 1630.
Al irse al nuevo convento, los franciscanos pretendieron llevarse consigo la imagen de la Virgen de la Cabeza. Esto ocasionó un gran escándalo en la villa, que obligó a intervenir al cardenal Espinola, quien decidió el traslado de la Imagen a la Iglesia Mayor y prohibió que de allí se sacase bajo pena de excomunión.

El Concejo motrileño puso pleito a la Curia ante la Real Chancillería de Granada, argumentando que la imagen de la Virgen era propiedad del pueblo de Motril. La sentencia no se hizo esperar y el tribunal falló a favor de los motrileños el 29 de enero de 1631, restituyéndose seguidamente la Imagen a su iglesia.
Pero el edificio estaba prácticamente derruido y por iniciativa popular y municipal, se resolvió erigir a la Virgen un santuario, dando principio a la recolecta de las cantidades necesarias para ello en los primeros días de febrero. El 12 de este mes se empezó el derribo del edificio antiguo, concluyéndose justo un mes después. El 13 de marzo se comenzaron a abrir las zanjas para los cimientos bajo la dirección del maestro Isidro Lachica y el 25 de marzo de 1631, colocose la primera piedra, dentro de la cual se pusieron una lamina de plata con la fecha y los nombres de los regidores, que fue labrada por el platero Miguel de Santiago, y 14 reales en monedas diferentes.
Tras dos años de preparación y fraguado de la cimentación, se iniciaron las obras de albañilería en 1633, cocluyéndose con la consagración del templo en 1641. Antes, en 1635, el Concejo en nombre de todos los habitantes de Motril declara su patronato, cosa que también hizo en 1711 el rey Felipe V, denominándose desde esta ultima fecha como Real Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza de Motril.

A lo largo de estos siglos hubo también obras de restauración y mejoras de los interiores, muchas de ellas a cargo de la familia Herrera por cuya contribución, Lucas Herrera Méndez recibió por parte del Arzobispado la concesión el 15 de marzo de 1670 de una capellanía y en atención a las cuantiosas limosnas que hizo y a su gran devoción a la Virgen, le permitieron un lugar para su entierro en el suelo del crucero del templo, en el primer trance e inmediato al altar y capilla colateral del lado de la epístola, donde estaba la imagen de san Telmo, para sí y para sus descendientes y sus mujeres y donde, efectivamente, se enterró en el último tercio del siglo XVII, poniéndose sobre su tumba una gran losa de alabastro grabada con su nombre y escudo de armas.
Su hijo Melchor Herrera y Orduña, que también fue regidor y alférez mayor de Motril y caballero Veinticuatro de Granada, continuó en la posesión de la sepultura, ofreciendo muchas dádivas para el Cerro y donando numerosas alhajas y ornamentos de gran precio y estimación,
En 1707, en atención a su devoción y limosnas, el arzobispo granadino le otorga a Melchor Herrera y Flores, vicario general del Arzobispado y propietario del ingenio Viejo y de casi 800 marjales en la vega, y a toda su familia el uso del altar de san Telmo en el Cerro y su capilla para que “en toda ella puedan tener su entierro y escudo de armas, el ius sepelendi y sedendi”. Había contribuido con importantes donaciones para mejorar el templo.

También, el matrimonio formado por Francisco de Villanueva y por Ana García, promovieron en 1702, la fundación de una nueva capilla que, bajo la advocación del Santo Cristo del Valle de Tembleque, fue destinada, como afirma Pablo Castilla Domínguez, para entierro de los fundadores y sus herederos.
Desconocemos quien fue el autor de la traza del nuevo templo que se empieza a construir en 1631 y que fue destruido en parte durante la Guerra Civil. Posteriormente fue restaurado, intentado conservar en lo máximo posible su antigua estructura. Ello, junto con la existencia de numerosa documentación fotográfica anterior a 1936, nos ha permitido realizar aproximadamente un estudio descriptivo del Santuario.
Se levanta sobre planta de cruz latina, tiene una sola nave, cubierta con bóveda de medio cañón con lunetos y dividida en tres tramos por gruesos arcos fajones. Posee una pequeña capilla en el lateral derecho, seguramente dedicada la Virgen en su origen; transepto o nave de crucero amplio y cubierto con cúpula semiesférica rebajada sobre pechinas; capilla mayor rectangular, elevada y profunda cubierta con bóveda de medio cañón; camarín cuadrado en la cabecera cubierto con cúpula semiesférica sobre pechinas, coro en alto sobre arco escarzano a los pies, sacristía a la derecha y torre campanario en la cabecera del templo sobre testero izquierdo.

Toda la obra es de albañilería, muros de técnica mixta de cintas y rafas de ladrillo y cajón de mampostería. El cuerpo de la nave principal tiene en las esquinas cuatro grandes machones de obra de fábrica para reforzar los muros y contrarrestar los empujes de la construcción. Las paredes exteriores son lisas, de ladrillo visto en su origen y en donde el único ornamento es el revocado de los cajones de mampostería y el friso de mensulones de ladrillo doblados rematado por una cornisa y de muy buen efecto por el acentuado sombreado que produce en la parte alta de los muros. La cúpula de la nave de crucero queda oculta en el exterior por una torre o cimborrio de base cuadrada más prominente que la nave principal y decorada con pilastras toscanas en las aristas y cornisa de canecillos. Este cimborrio presenta óculos enmarcados por un recuadro de ladrillos para iluminar la cúpula. La nave de crucero tiene vanos rectangulares en los testeros sur y norte enmarcados por pilastras toscanas y entablamento clásico, al igual que los vanos de la nave principal situados a ambos lados de los muros y al pie de la iglesia. Posee dos portadas. Una latericia en el testero izquierdo con arco de medio punto, ménsula en la clave y enmarcada con un moldurado de ladrillo de pilastras toscanas y entablamento clásico, rematado por un frontón triangular con escudo real de Felipe V en piedra. La otra puerta esta situada a los pies del templo y es también de arco de medio punto con ménsula, enmarcado con pilastras toscanas y entablamento clásico de ladrillo. Todo el edificio se cubre con tejado a cuatro aguas con caballete de mediana inclinación.
El interior es también sobrio, revocado y enlucido de blanco y su decoración se reduce a las muestras de pilastras, entablamento, cornisas y arcos fajones. Las pilastras de estilo toscano y los arcos con ménsulas en la clave muestran los tramos de la nave principal y recorre todos los muros un friso decorado con recuadros y una cornisa fuertemente moldurada. La nave de crucero posee cúpula semiesférica deprimida sobre pechinas y sostenida por arcos torales, decorada con el mismo friso en el anillo y dos bandas a modo de radios que segmentan su superficie. Todo realmente sobrio y sencillo, estando, incluso, las pechinas sin decorar y la bóveda de la capilla mayor lisa.
Lo más decorado es el camarín, construido seguramente en su origen en el siglo XVIII y con antigua decoración de yesería barroca, perdida en gran parte en la Guerra y realizada de nuevo por el escultor motrileño Manuel González Ligero en los años 60 manteniendo el mismo esquema anterior.
Este camarín esta cubierto por cúpula semiesférica sobre pechinas y su decoración se basa en cuatro amplios paneles de arco medio punto, enmarcados por moldura ancha en escocia que los delimita.

En el panel de la entrada destaca la talla de la puerta, fabricada en madera de agriaz, con el motivo central de un jarrón de azucenas sostenido por ángeles y enmarcado con abundantes motivos vegetales, destacando las hojas de acanto, todo ello policromado. La puerta de haya enmarcada por un fuerte moldurado en yeso policromado y en la parte superior del panel a modo de clave del arco, aparece como coronamiento el escudo de la ciudad, rodeado con un entramado de motivos vegetales. El panel frente a la puerta tiene igual decoración y se abre en un vano con celosía como oratorio de la casa arzobispal anexa al templo. Otro panel lo ocupa la embocadura del camarín y es muy distinto en su decoración al resto de los paneles, ya que esta cubierto por un gran ventanal acristalado para dar visión desde la iglesia a la imagen de la Virgen y por consiguiente es un gran arco moldurado, rematado en la clave por un grupo de angelotes que miran a la Imagen.
El último papel, situado frente al anterior, se abre al exterior con un vano con excepcionales vistas a la vega y se cierra con una gran puerta de madera de agriaz, decorada con motivos vegetales policromados. En la clave del arco de este panel aparece entre la decoración vegetal el escudo del arzobispo Rafael García y García de Castro.
Las pechinas que sostiene la cúpula, están también decoradas con motivos vegetales policromados teniendo en centro una cartela con piedra de ágata y en su parte superior a modo de remate una hermosa corona policromada y esmaltes imitando piedras preciosas.
El anillo de la cúpula aparece también fuertemente moldurado y está segmentada por ocho bandas decoradas con motivos vegetales y policromados a modo de radios. Los paneles entre las bandas también están muy decorados con motivos vegetales dorados. El centro de la cúpula lo ocupa un florón también muy recargado de yesería vegetal policromada
Es de destacar el gran volumen en altorrelieve de la hojarasca de las pechinas y cúpula, a pesar de todo ello la decoración del camarín resulta frágil y carente de pesadez. Todo aparece dorado y bruñido, alternándose los brillos y los mates. La policromía es suave y existe una unidad de relación entre los diversos elementos arquitectónicos y decorativos, consiguiéndose una obra llena de belleza.
Antiguamente en la capilla mayor existía un hermoso retablo barroco del siglo XVIII con interesantes imágenes, destacando el Crucificado que lo coronaba, imagen más antigua que el resto del retablo y de bastante más valor artístico. Esta obra desapareció en la Guerra Civil, construyéndose el actual en los años 60, también trazado y realizado por el mencionado escultor Manuel González Ligero.
En este retablo se sintetizan de forma alegórica todos los valores de la tradición motrileña con respecto a la leyenda y culto de la Virgen de la Cabeza. En su diseño se rompe con la tradición del retablo barroco y está construido sobre un zócalo de mármol negro, sobre el que descansa un sotobanco con una distribución clásica de peinicería y tableros ricamente tallados con florones y motivos vegetales. Seguidamente aparece el banco donde se representa la orilla de la playa, con arena, azucenas y claveles. Detrás la vega con sus frutos: cañas de azúcar, chirimoyas y plataneras; formando un conjunto muy original. En el centro del retablo se abre la embocadura que da vista al camarín. Está enmarcada con rayos, nubes y angelotes que las apartan para que se vea la imagen de la Virgen. Ente las nubes se abre un pórtico con columnas toscanas y un entablamento clásico, que además de enmarcar la embocadura, sirve de base al tercer cuerpo del retablo, donde descansan las imágenes del Padre Eterno y Jesucristo esculpidos en un canon mayor al natural. Al fondo, tras las imágenes, se abre un gran arco con angelotes entre nubes, representando la puerta de la Gloria. Detrás del Dios Padre aparece el Paraíso con Adán durmiendo que simboliza la Creación. Tras la imagen de Jesús, se representa la basílica de San Pedro de Roma como símbolo de la Iglesia.
Todo el retablo esta enmarcado por un gran arco de madera de medio punto con columnas toscanas sobre podium, cuyos fustes aparecen decorados por relieves vegetales dorados, la rosca decorada profusamente con relieves de motivos vegetales dorados y el intradós como representación alegórica del Cielo. En la clave de este arco aparece entre rayos la representación del Espíritu Santo en su forma de paloma.
Es una obra en la que predomina la policromía, que con el tornasolado de los estofados, se consiguen un conjunto armónico y sereno y un trabajo de excepcional belleza.

Por último y en el exterior adosada a la cabecera del templo en el testero izquierdo, tenemos la torre campanario que resulta airosa por el buen trabajo de ladrillería ornamentando vanos y macizos, el cuerpo de las campanas y el chapitel.
Esta torre, de cierta influencia levantina, tiene cinco cuerpos de alzado. El primero sin apenas decoración presenta solo vano recuadrado. El segundo presenta pilastras toscanas en las aristas y vano rectangular enmarcado por pilastras toscanas y entablamento clásico. El tercero con decoración de dados en las aristas y vano rectangular enmarcado igual que el anterior y cornisa de mensulones como continuación del cuerpo de la iglesia. El cuarto está decorado con pilastras triples del mismo orden sobre podium y vano rectangular con enmarque de pilastras toscanas, rematado por un frontón triangular. El cuerpo de las campanas aparece decorado con pilastras dóricas triples sobre podium, friso con triglifos y metopas y una gran cornisa formada por varias molduras escalonadas dispuestas en voladizo como remate del edificio; tiene un solo vano de medio punto en cada cara, con ménsula en la clave.
Originariamente la torre era de cubierta plana y se concluía con un pretil macizo con chapiteles en las esquinas, pero tras su restauración y en los años 60, se le añadió un chapitel octogonal que acentúa la altura de la torre y la verticalidad de todo el conjunto arquitectónico.
A fines del siglo XX, una importante obra de rehabilitación dirigida por el arquitecto motrileño Ángel Gijón Díaz, permitió renovar las cubiertas del templo que amenazaban con desplomarse y las solerías; restauración que fue posible de nuevo, como en tantas otras veces, gracias al pueblo de Motril y su devoción por su Patrona, la Virgen de la Cabeza.





