EFEMÉRIDES DE FIN DE SEMANA

✍Antonio Gómez Romera

Domingo, 25 de mayo de 2025

EN EL CMXL ANIVERSARIO DE LA CONQUISTA DE TOLEDO POR ALFONSO VI DE LEÓN

Alfonso VI de León – Estatua.

Hoy domingo, 25 de mayo, festividad de San Beda el Venerable (672 – 735), monje benedictino, en la vigésimo primera semana de 2025, se cumplen 940 años (1085, domingo, día de San Urbano) de la conquista y entrada del rey Alfonso VI de León, “El Bravo” (1040 – 1109), en la ciudad de Toledo (“Tulaytula”), que ha estado bajo dominio islámico durante 376 años. Toledo es la primera gran ciudad de Al-Andalus que pasa a poder cristiano y su conquista conlleva la incorporación del territorio situado entre el Sistema Central y el río Tajo, conocido como Transierra, en el que se incluyen las poblaciones de Talavera, Madrid, Alcalá de Henares y Guadalajara. Toledo había sido la capital del reino visigodo, capital que los reyes castellano-leoneses consideraban de sus antepasados y, por lo tanto, legitimados a recuperarla para sí.

Toledo no era sólo una ciudad a conquistar, era un símbolo. El cartógrafo, geógrafo y viajero ceutí Al-Idrisi (1100 – 1166), en su obra “Descripción de España de Xerif Aledris, conocido por el Nubiense”, impresa en 1799, habla de la privilegiada situación geográfica de “Tulaytula” y de la ciudad: “desde ella a Córdoba, entre occidente y mediodía, hay nueve jornadas; y a Lisboa, nueve jornadas; y a Jaca, hacia el oriente, nueve jornadas; y a Santiago, que está sobre el mar Cantábrico, nueve jornadas; y a Valencia, entre oriente y mediodía, nueve jornadas; y a Almería, sobre el Mediterráneo, nueve jornadas (…) Fuerte ya por naturaleza hállase rodeada de hermosas murallas y defendida por una ciudadela bien fortificada … , pocas ciudades pueden comparársele por la altura de los edificios, la belleza de sus alrededores y la fertilidad de los campos regados por el gran río que se denomina Tajo. Allí se ve un acueducto muy curioso, compuesto de una sola arcada, por debajo de la cual se precipitan las aguas con gran violencia y hacen mover en el extremo del acueducto, una máquina hidráulica que hace subir las aguas a noventa codos de altura; llegadas a la parte superior del acueducto, siguen la misma dirección y penetran luego en la ciudad. Los jardines que rodean a Toledo están surcados por canales sobre los cuales se han construido norias para el riego de las huertas, que producen, en cantidad prodigiosa, frutos de una belleza y de un sabor inexplicables. Por todas partes se admiran hermosas posesiones y castillos bien fortificados.

Juan Francisco Rivera Recio (1910 – 1991), Historiador y Canónico Archivero de Toledo, en su obra “Reconquista y pobladores del antiguo Reino de Toledo” (Anales Toledanos, 1967), dice sobre la ciudad y su entorno: “En el curso medio del Tajo, el agua se desliza mansamente por entre tierras bajas, con descenso suave. Inesperadamente un promontorio, adelantado y como desgajado de la cordillera oretana, le sale al paso, le detiene en su corriente hacia el oeste y le fuerza a pasar por una hendidura áspera, angular, como un tajo en la peña. El río, coaccionado, retorcido, penetra por ella, formando una hoz hacia el mediodía. Así el peñasco queda convertido en península que el Tajo casi circunvala, antes de tomar nuevamente su interrumpida dirección atlántica. Sobre éste peñasco, de escarpada configuración, se fundó Toledo y el Tajo dibujó al pie de su geología el primer arco de herradura que en el lugar había de levantarse. La situación estratégica era extraordinaria y segura. Aborígenes e invasores supieron ponderar el valor de esta montaña y encastillarse en ella para afirmar el propio poderío y mantener su defensa. Asegurada por tres lados con la muralla natural del río, era sólo necesario fortificar el septentrión. Por el ángulo suroriental, la vertiente abrupta, casi cortada a pico, alcanzaba la parte más elevada de la montaña. Era el lugar donde debía señorear la fortaleza bélica. Junto a ella, las viviendas de los pobladores, arracimadas por el reducido espacio de la acrópolis y por las irregularidades del suelo, hubieron de serpentear, buscar un apoyo en las contorsiones del terreno, escalar alturas y terraplenar desniveles para construir sus moradas. Toledo necesariamente, como lugar de habitación humana, tiene que ser un conglomerado de pequeñas terrazas, que durante su prolongada estancia en Toledo los árabes multiplicaron dando una de las siluetas características de la ciudad. Las callejas estrechas, de trazado ocasional, son consecuencia de la apretada y escalonada superficie”.

Azulejo que representa la entrada de Alfonso VI en Toledo (Sevilla, Plaza de España).

Antecedentes

Tras la muerte del rey Fernando I (1065), conocido como el “Magno” o el “Grande”, se produce una división de sus reinos: el primogénito, Sancho II el “Fuerte” (1038 – 1072), es rey de Castilla; Alfonso VI pasa a reinar en León, y García (1042 – 1090), en Galicia. A los tres se les adjudican las parias de taifas andalusíes: Zaragoza para Sancho, Toledo para Alfonso y Sevilla y Badajoz para García. Las infantas doña Urraca (1033 – 1103) y doña Elvira (1038 – 1099), heredan el señorío sobre los monasterios de los tres territorios. Los hermanos pronto entran en conflicto. Inicialmente, Sancho II sale vencedor, primero en Llantada (1068), más tarde en Golpejera (1072), éxito éste último que le permite reunir en sus manos los reinos sobre los que ha ejercido la soberanía su padre. García, es el primero en ser desposeído de la herencia paterna: Sancho le hace prisionero, reteniéndole por algún tiempo en el castillo de Burgos y le permite luego marchar desterrado al reino de su tributario de Sevilla. Alfonso VI, derrotado y prisionero en Burgos, es desposeído del reino de León y, después de jurar vasallaje es desterrado a Toledo en los primeros meses del año 1072, en los dominios de su vasallo musulmán, el rey al-Mamun, de la dinastía Banu Di-l-Nun.

Durante aquel destierro, Alfonso está acompañado por sus vasallos Pedro Ansúrez (1037 – 1119) y los hermanos de éste (Gonzalo y Fernando) y se alojan en la almunia del palacio de Galiana (Huerta del Rey), situado “fuera de la ciudad y en la margen izquierda (…) edificado probablemente sobre las ruinas del famoso monasterio agaliense; lugar propicio, casi al nivel del río, para que en aquellos excelentes parajes el notable botánico ben Walid plantase algunos de sus deliciosos jardines” (Juan Francisco Rivera Recio, obra citada).

El asesinato de Sancho II el día 7 de octubre de 1072 a manos de Bellido Dolfos en las afueras de Zamora, ciudad que controla su hermana, la infanta doña Urraca, permite que Alfonso VI regrese a las tierras de la meseta norte, convirtiéndose en rey de Castilla y León (1072 – 1109). “Este discutió mucho con sus cortesanos, los Ansúrez, la conveniencia de salir de Toledo sin despedirse del rey; pero, al fin se decidieron a darle cuenta del fausto acontecimiento y agradecerle la hospitalidad. al-Mamún, que ya estaba enterado de todo, al recibir la visita de Alfonso, dio gracias a Dios que no había permitido al leonés cometer una felonía ni a él un acto violento, pues si se hubiera marchado furtivamente ya tenía tomadas todas las medidas para que Alfonso hubiera vuelto a Toledo preso o muerto. Mas la noble conducta de éste le satisfizo y no sólo le autorizó para salir del reino sino que le prometió, además, ayuda pecuniaria y bélica para conquistarse la adhesión de sus nuevos vasallos, exigiéndole, sin embargo, la renovación del juramento hecho en el jardín de que mientras él o su hijo primogénito reinaran no les declararía la guerra y, si fuera necesario, les ayudaría contra los reinos árabes vecinos” (“De rebus Hispaniae” de Rodrigo Jiménez de Rada, 1170 – 1247, arzobispo de Toledo).

La muerte del sabio y generoso al-Mamun en Sevilla  el día 28 de junio de 1075, posiblemente envenenado por alguien de su séquito, provoca la subida al trono de su hijo Hixem y, unos meses después, de su nieto Yaya al-Qadir, y el cambio de actitud de Alfonso VI. En 1079 comienza el ataque directo de Alfonso VI sobre la taifa toledana: Coria y Badajoz, para remontar después el curso del río Tajo hacia Talavera y Toledo. A finales de 1084, Alfonso VI sitia Toledo y ubica su campamento en un lugar bien conocido por él, el Palacio de Galiana. Tras un crudo invierno, en el que se talan los bosques, se incendian las cosechas y se destrozan las viñas, los sitiados comienzan a pactar las condiciones de la capitulación con la rendición y salida de al-Qadir.

Según un documento latino que se conserva en el archivo de la Catedral de Toledo escrito por Alfonso VI, “Tras muchos combates e innumerables matanzas de enemigos, me apoderé de ciudades populosas y castillos fortísimos. Ya en posesión de ellos me lancé contra esta ciudad, en la que antiguamente mis progenitores, potentísimos y opulentísimos, habían reinado (…) para conseguirla; unas veces con combates fuertes y reiterados y otras, con ocultas intrigas y abiertas incursiones devastadoras, durante siete años asedié a los habitantes de esta ciudad y de su territorio con la revolución, la espada y el hambre. Ellos, obstinados en la malicia de su ciego deseo acarrearon sobre sí la ira de Dios, provocada con su pública perversión, hasta que el temor de Dios y la falta de valor se sobrepusieron para que fueran ellos mismos quienes me abriesen las puertas de la ciudad, perdiendo, así vencidos, el reino que antiguamente invadieron vencedores”.

La conquista de Toledo tiene un cierto tono de Cruzada, ya que en ella participan varios nobles extranjeros y cuenta con el apoyo del papa San Gregorio VII (1020 – 1085). Para Juan Francisco Rivera Recio “La toma de Toledo es, sin duda, uno de los hechos bélicos más resonantes en el mundo de fines del siglo XI. Gritos de júbilo y acciones de gracias aparecen en los documentos cristianos. Los papas tienen para la ciudad y su conquistador las más lisonjeras alabanzas”.

La Puerta Antigua de Bisagra o de Alfonso VI, en la muralla de Toledo.

Conquista y entrada en Toledo

El rey Alfonso VI entra en la medina de la ciudad de Toledo por la Puerta vieja de la Bisagra o de Alfonso VI, el principal acceso a la ciudad en el siglo XI, que fue construida sobre la antigua muralla romana y atraviesa la segunda muralla a través de la Puerta de Valmardón o Bab Al Mardum (Puerta del Cristo de la Luz).

En la mezquita del Cristo de la Luz, dice la leyenda que se detuvo el monarca y los caballeros del séquito que le acompañaba, porque su caballo se arrodilló sobre la piedra blanca del suelo. Descabalgaron, entraron en el edificio y encontraron una pared de piedra de la que salía un resplandor… derribaron el muro y se encontraron una lamparilla de aceite aún encendida junto a la imagen de un cristo crucificado que había sido tapiado por los visigodos tres siglos antes, ante la inminente llegada de las tropas invasoras musulmanas. Y, ya en el año 1182, el arzobispo don Gonzalo Pérez, consagra el edificio como Iglesia, siendo el monumento más antiguo que se conserva hoy en Toledo.

El manuscrito original de la Capitulación de Toledo no se conserva, pero existen numerosas referencias recogidas en fuentes musulmanas y cristianas. Algunas de sus estipulaciones son las siguientes:

1.-Los musulmanes podrían abandonar el territorio toledano sin inconveniente alguno y los que posteriormente quisieran regresar, volverían a recuperar sus antiguas propiedades.

2.-Aquellos que permaneciesen seguirían conservando sus casas y haciendas, y continuarían pagando los tributos que anteriormente pagaban al rey musulmán.

3.- Seguirían manteniendo por siempre la mezquita mayor, aunque nada se indica sobre las restantes mezquitas de la ciudad.

4.-Entregarían, en buen estado, las fortalezas, el alcázar real y la Huerta del Rey.

5.-Alfonso VI se comprometía a reponer a al-Qadir en el trono de Valencia y le ayudaría a conquistar Albarracín y Denia.

En todos los documentos de la época, tanto musulmanes como cristianos, aparecen referencias a la conquista de Toledo. Muchos nobles, y el papa Gregorio VII, redactaron alabanzas a los cristianos hispanos y las campanas tañían en las urbes de Europa al recibir la noticia.

Alfonso VI, aunque ya utilizaba desde años atrás en sus firmas el título de “Imperator totius Hispaniae”, ahora lo alternaba con el de “Imperator toletanus”, o incluso con el más rimbombante título de “Toletani imperium rex et magnificus triumphator”. También se hacía llamar el “rey de las dos kábilas“, en referencia a las dos culturas, la cristiana y la musulmana, y a la vez a su reino y al nuevo adquirido de Toledo, lema que grabó en sus monedas en grafía árabe. La reacción de las taifas andalusíes no se hizo esperar alertadas del poder de los cristianos y piden socorro al nuevo poder musulmán aparecido, los almorávides, musulmanes fanáticos del norte de África que siguen a rajatabla la ley coránica. En 1086 las tropas almorávides al mando de su general Yusuf ibn Tashufin (1010 – 1106) derrotan a los cristianos en la batalla de Sagrajas o Zalaca. Los almorávides se apoderan de Al-Ándalus, que de nuevo unificado presenta dura batalla a los reinos cristianos y trae, además, un significativo movimiento social, el de los mudéjares, musulmanes que abandonan sus tierras huyendo del fundamentalismo islámico y escogen vivir con los cristianos.

Vista de Toledo en 1566 (Hoefnagel, Joris, 1542-1600).

Colofón

Mozárabes, castellanos, francos, mudéjares y judíos, integran la amalgama de razas y pueblos que se entraman como personajes en el gran escenario del reino de Toledo. Los toledanos de hoy son los sucesores de aquellos entrecruces raciales y sangre de aquellos grupos étnicos. Hay algo en ellos, de árabe y de judío, pero también, no hay duda, de mozárabes, castellanos o francos. De esta mezcla ha surgido Toledo, crisol de culturas, de civilizaciones y de razas.

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