RELATOS DE LA HISTORIA DE MOTRIL

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EL CONTROL ECONÓMICO Y SOCIAL EJERCIDO POR LOS INGENIOS AZUCAREROS EN EL MOTRIL DE LA EDAD MODERNA

Manolo Domínguez García -Historiador y Cronista Oficial de la ciudad de Motril-

Además de la estructura agraria existente en Motril en la Edad Moderna, hay que contar con otro factor de capital importancia consistente en que el fin último de la agricultura de la caña es la transformación de su jugo en azúcar, lo que se presenta una más que obvia correlación entre los avatares del monocultivo cañero practicado en esta época y el desarrollo de la industria del azúcar, que posee una problemática específica de carácter socio-cultural y económico propia; aunque en ningún momento, entre los siglo XVI-XVIII, totalmente separada del mundo de los cosecheros de cañas.

Se trata, pues, de un sistema económico interdependiente ya que el ingenio o el trapiche de azúcar aparece indefectiblemente unido al campo y viceversa. Uno sin el otro, indudablemente, no tiene razón de existencia.

Existe una correlación entre cañeros y dueños o arrendadores de ingenios, pero en general la construcción de esta fábricas manufactureras de azúcar responden más a la inversión de capitales no relacionados directamente con la agricultura motrileña y principalmente orientados a la obtención de beneficios indirectos, logrados mediante el arriendo de las manufacturas más que por la explotación directa de ellas. Nos encontramos, por lo tanto, en la creación de ingenios en Motril con una especie de capitalismo financiero que invierte los beneficios obtenidos en el comercio, en el arrendamiento del cobro de impuestos o en las actividades bancarias, en una actividad muy lucrativa ya que, en términos generales, la construcción de un ingenio se podía amortizar en base a las rentas obtenidas, sin demasiadas dificultades en un periodo aproximado de 10 años. De esta forma nos encontramos como dueños de ingenios a comerciantes españoles y genoveses, nobles, órdenes religiosas y oligarquías urbanas; normalmente absentistas en lo que se refiere al control directo de la explotación de sus propiedades manufactureras y que no dudaban en venderlos, cerrarlos o incluso abandonarlos cuando la rentabilidad que pretendían conseguir empezaba a disminuir.

Escritura de pago de traslado y molienda de cañas. Motril, 1626 (Archivo Histórico de la Nobleza).

Los arrendatarios de estos ingenios, llamados aviadores, pertenecían normalmente a la oligarquía urbana local o granadina, propietaria de importantes plantaciones cañeras y arrendataria de grandes parcelas de los estamentos privilegiados, que alquilan las fábricas para, además de obtener beneficios con la transformación azucarera, moler sus propias cañas; medio que les sirve para abaratar los costos de su propia producción de azúcar. Se tratan de agricultores-industriales, aunque bastante alejados del concepto actual de empresario.

En general, los beneficios obtenidos por los aviadores, salvo en épocas de un gran auge, fueron mediocres. Normalmente estos agricultores-empresarios industriales estaban poco capitalizados en su actividad fabril y no porque usualmente no dispusiesen de recursos suficientes, sino porque invertían la mayor parte de los beneficios industriales logrados en la adquisición de nuevas tierras, destinando muy poco capital a reparar o mejorar su industria. Esa necesidad de dinero efectivo les llevó a recurrir con frecuencia a préstamos de los que dependían para la realización de la molienda de las cañas y la elaboración del azúcar. Si cualquier causa interna o externa al sistema implicaba la reducción del crédito, el aviador sin suficientes medios para poner corriente y moliente su ingenio, amenazaba con cerrarlo y no pagar el arrendamiento ni los créditos obtenidos inicialmente.

Esta dependencia de fuentes crediticias exteriores al sistema cañero-azucarero, hipotecó los beneficios y limitó la continuidad de los aviadores al frente de las fábricas, con lo que es norma frecuente el cambio constante de aviadores en los diversos ingenios motrileños en periodos muy cortos de tiempo. Además, esta descapitalización, creciente a lo largo de la Edad Moderna, llevó a establecer un sistema de relación económica especial entre fabricantes y agricultores, consistente en que estos últimos adelantaban dinero al aviador a cuenta del costo total de la molienda de sus cañas, con el fin de que este reparase el ingenio, lo pertrechase adecuadamente de los útiles necesarios y realizara convenientemente la molienda de las cañas y la obtención del azúcar, sin escatimar tiempo de molienda, prensado, tiempo de cocción de los caldos o greda para la purgación de las formas.

Libros de cuentas del trapiche de Vicencio. Motril, 1764 (Archivo Histórico de la Nobleza).

Con el paso del tiempo, este sistema de explotación manufacturera tan irregular, provocó la desaparición paulatina de ingenios y lo que es más importante: en casi tres siglos apenas se renovaron las maquinas ni las técnicas manufactureras, con lo que progresivamente se dejaron de obtener los rendimientos azucareros que se podrían haber logrado.

Durante estas centurias, las fabricas motrileñas vivieron en precario, cambiando frecuentemente de aviadores, interesados solo en obtener los mayores beneficios con los menores gastos posibles y, por lo tanto, realizando rápidamente y mal el proceso fabril y con unos propietarios la mayoría de las veces alejados del sistema cañero-azucarero local, atentos por sus fábricas en la medida que les proporcionaban unas rentas crecientes.

No es extraño, ante esta situación, que en numerosas ocasiones sea el Concejo Municipal, los cosecheros de cañas e incluso las instituciones del propio Estado, los que tengan que hacerse cargo directa o indirectamente de algún ingenio para mantener los niveles de producción azucarera, evitar que importantes cantidades de cañas se quedasen en el campo sin moler y que se produjese una subida de los precios del azúcar y de las moliendas. Y lo hacen expropiando por la temporada de molienda los ingenios abandonados o que carecían de aviadores, preparándolos para la molienda y manufactura del azúcar con fondos públicos y explotándolos directamente o arrendándolos a aviadores de confianza, aunque en algunas ocasiones lo hicieron a personas totalmente inexpertas.

En lo que se refiere a las relaciones entre cañeros y fabricantes, se puede afirmar que, en términos generales y con las excepciones hechas de ocasiones más o menos coyunturales, fueron satisfactorias para ambas partes pero especialmente beneficiosas para los fabricantes, aunque desde la segunda mitad del siglo XVIII y debido a la crisis del sistema cañero-azucarero, las quejas de los cosecheros arreciaron ante las pésimas condiciones de los ingenios y lo defectuoso del proceso de elaboración del azúcar, lo que se saldaba con unas perdidas demasiado grandes en rendimientos azucareros y que afectaban básicamente a los agricultores.

La molienda del fruto cañero se realizaba por los ingenios por el método llamado a dinero, es decir, mediante el pago por el cañero al fabricante de una cantidad previamente estipulada por unidad de molienda, cantidad que era fijada normalmente por el Concejo a propuesta de los aviadores de los ingenios. Es poco frecuente encontrar en Motril, a no ser en la primera mitad del siglo XVI o en épocas de agudas crisis coyunturales, el sistema de maquila o lo que es lo mismo, el pago por el agricultor al fabricante por los gastos de molienda de sus cañas y cuajación del azúcar mediante una parte del azúcar producido.

Casa de la Palma a principios del siglo XX. Antiguo ingenio azucarero.

La estructura azucarera creada en la costa de Granada necesitaba dinero en metálico para realizar el proceso de transformación azucarera y no se podía esperar un tiempo que nunca era inferior a un año, para que con la venta del azúcar producido, el aviador dispusiese de los capitales necesarios para poner corriente y moliente su ingenio para la próxima temporada de molienda. Como ya hemos citado, se tenía que recurrir a préstamos de interés cada vez más elevado para la compra de los materiales necesarios para pertrechar el ingenio, cuyos precios, además, subían constantemente. Por el contrario el precio medio de la molienda se mantuvo muy estable a lo largo de todos estos años, oscilando en torno a los 440 reales por tarea de cañas molidas y transformadas en azúcar. En 1582 se estableció el precio de 397’5 reales, diez años después el precio había subido escasamente a 400 reales, para oscilar durante el siglo XVII entre los 360 reales  en años de cortas producciones cañeras y numerosos ingenios en funcionamiento y los 530 de 1667, año de abundante cosecha cañera y escasos ingenios. En el siglo XVIII, a la luz de los datos disponibles, nunca se superaron los 400 rls. por tarea de cañas molidas hasta hacerlas azúcar.

En la estabilidad de estos precios de molienda hay que tener en cuenta la acción del Concejo, la Real Hacienda y de la Real Junta de Comercio, que en ningún momento permitieron el libre juego de la oferta y demanda; con lo que en los años en los que la producción de cañas era muy abundante y los ingenios insuficientes para efectuar el proceso manufacturero en el tiempo que se consideraba como idóneo para obtener los mejores rendimientos en azúcar, evitaban, con su directa intervención en la estructura del sistema, la subida de los precios de molienda y lo hacían generalmente aviando algún ingenio cerrado, amenazando a los aviadores de las fabricas con no repartirles leñas para los hornos o efectuado préstamos a bajo interés o a fondo perdido a personas que quisiesen hacerse cargo de algún ingenio y aceptase efectuar la molienda al precio que estipulaba el Concejo.

Todo el proceso de transformación azucarera, desde la corta de la caña, el orden de la molienda hasta la cuajación del azúcar en bruto; se determinaba entre cosecheros y fabricantes en contratos muy bien definidos de duración anual y en los que quedaban muy claramente prefijadas las obligaciones y deberes de ambas partes. Con estos contratos, firmados normalmente entre septiembre y noviembre de cada año, el aviador del ingenio se aseguraba el abastecimiento completo de la materia prima y los cosecheros preservaban la molienda de sus cañas dentro del tiempo que se consideraba como el más apto para lograr una mayor cantidad de caldo y lógicamente de azúcar.

Ahora bien, en estas relaciones hay que matizar que en ningún momento fueron igualitarias, ya que los grandes productores de cañas obtenían las primeras fechas de corte y molienda y los mejores precios; mientras que por el contrario los más pequeños agricultores solo conseguían las últimas fechas y los precios de molienda más elevados. De esta manera el aviador del ingenio obtenía casi siempre una clientela fiel y estable que le aseguraba disponer de las cañas suficientes para amortizar las inversiones iniciales gastadas para poner en funcionamiento la fábrica, pagar el arrendamiento y el personal.

Por otro lado, existe el problema de la dispersión de las unidades de producción fabril, que, además, poseen una pequeña capacidad de tratamiento de la materia prima. Hubo en Motril bastantes ingenios pero de pequeña envergadura, con técnicas atrasadas que hacían el proceso largo y costoso. No existía la competencia entre fábricas, ya que desde antiguo parece que se mantenía la costumbre de evaluar la producción cañera antes de iniciar la zafra, se llamaba tazmía, y repartirla proporcionalmente a la capacidad de molturación de los ingenios preparados para moler. Con esta práctica los aviadores se aseguraban, aún más si cabe, la amortización del proceso de transformación y por lo tanto, unos posibles beneficios que aunque, en general, no demasiado elevados eran bastante seguros; no preocupándose lo más mínimo por mejorar las técnicas industriales y sus fábricas. A estos usos consuetudinarios, se les añadió la imposición a los cañeros de moler sus cañas en los ingenios de los distritos donde se situasen sus plantaciones, independientemente de que estuviesen mal o bien preparados para el proceso manufacturero. Este último uso es muy frecuentemente aducido por los labradores, especialmente en la segunda mitad del siglo XVIII, como causa explicativa, entre otras, de la crisis azucarera que padeció la costa cañera granadina a partir de esos años.

También los ingenios regulaban en gran medida la dinámica social de Motril y su entorno, ya que recurrían a la utilización de gran número de mano de obra asalariada, puesto que en las labores a realizar por el ingenio – roza de leña, zafra y fabricación del azúcar – se podían dar empleo estacional a un número de trabajadores que podía rondar muy bien las mil personas en cada uno de ellos. Ante esto, lógicamente, los ingenios se convirtieron en rectores de la situación laboral no solo de gran número de trabajadores motrileños, sino de una importante cantidad de obreros procedentes de los pueblos de la cornisa mediterránea entre Málaga y Almería e incluso venidos desde la vega de Granada, Córdoba y Murcia.

Parte de la vega cañera motrileña a principios del siglo XX.

Durante estos siglos, el sistema de control por parte de los ingenios de la situación social, funcionó bastante bien ya que todo se basaba en la disponibilidad de una mano de obra muy abundante y barata, a excepción hecha de los trabajadores especializados, cuyas condiciones de trabajo, salarios y pagos en especie, se regulaban también en base a contratos laborales o de prestación de servicios; ambos tipos muy bien ajustados y precisos con relación a los sueldos a percibir, las formas de pago, las funciones a realizar o los materiales a utilizar. En suma, se mantuvo un equilibrio en los costos del trabajo muy pocas veces alterado entre 1570 y 1700. Pero desde la primera mitad del siglo XVIII, los gastos destinados al personal en la zafra y en los ingenios iniciaron un progresivo ascenso, que no tuvo la contrapartida correspondiente en el aumento de precios de las moliendas y del azúcar, que se mantuvieron muy estables, salvo coyunturas muy precisas, dando lugar a que los beneficios industriales de los aviadores, ya de por si mediocres, disminuyeran progresivamente y paralelamente se fuesen cerrando las fábricas.

Realmente el precio medio del azúcar en prieto entre 1582 y 1592 solo subió entre 7-8 reales la arroba. En el siglo XVII el precio subió algo en los primeros años de la centuria para situarse después, con los consiguientes altibajos, en los últimos años en torno a los 70 rls. Pero a lo largo del siglo XVIII el precio del azúcar en prieto tuvo bastantes oscilaciones hasta 1780; oscilaciones que se sitúan en el precio mínimo de 36 rls. /arroba de 1707 y el máximo de 60 rls. en 1704 debido a la escasez de azúcar en todo el Reino a causa de la Guerra de Sucesión, siendo la costa granadina la única proveedora; aunque lo normal fue que el precio medio se colocase entre los 40-50 rls./arroba en la mayor parte del siglo. Solo en la última década y debido a las dificultades de la importación de azúcar americano por la guerra con Inglaterra, se produjo una subida espectacular hasta 120 rls. /arroba; precio que si permitía obtener unos beneficios adecuados a los fabricantes y a los cañeros. Pero fue esta una subida puramente coyuntural y pronto los precios se volvieron a situar en los valores medios obtenidos con anterioridad al conflicto bélico y que eran claramente insuficientes para proporcionar incentivos suficientes a labradores y aviadores para que mantuviesen el cultivo cañero y los ingenios, sacándolos de la situación de crisis en que se encontraban y que amenazaba con provocar la extinción total de la cultura cañero-azucarera en la costa del reino de Granada.

A la postre, todo esto va a originar que a fines del siglo XVIII la producción azucarera deje de ser rentable y especulativamente, por lo tanto, poco productiva; sosteniendo un sistema de economía retrasada que no satisfacía ya ni a agricultores ni a fabricantes, comenzando los primeros a sustituir el cultivo cañero por otros productos agrarios más beneficiosos y los segundos a cerrar sus ingenios.

Fue el fin del cultivo cañero y de la producción azucarera en Motril

Para saber más:

. Manuel Domínguez García: La caña de azúcar y la industria azucarera en Motril en la Edad Moderna. Motril, 1995. 362 paginas.

. Manuel Domínguez García: Ingenios y trapiches azucareros en Motril. Motril, 1991. 95 páginas.

. Manuel Domínguez García: Aproximación a la historia de la caña de azúcar y la industria azucarera en Motril en la Edad Moderna (1570-1800). Trabajo de investigación. UNED. Madrid, 2006. 526 páginas.

. Manuel Domínguez García: Documentos para la historia del azúcar en Motril (1567-1804). Trabajo de investigación. Motril, 2010. 488 páginas.

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