LOS CUENTOS DE CONCHA

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EL CUIDADO DE LAS CRÍAS

Dos linces han nacido en cautiverio, la noticia ha sido contemplada en la prensa nacional y en  toda la especializada mundial. Las televisiones celebraban el acontecimiento mostrándonos imágenes de los cachorros, era enternecedor ver como sus cuidadores les daban el biberón, eran tan fotogénicos con esas preciosas rayas negras que los adornaban, como si un pincel imaginario las hubiera dibujado…

En el mismo instante en que nacieron ellos, muy lejos de allí a miles de kilómetros, tenía lugar otro parto también de una especie en peligro de extinción

Esa mañana Ndaja se levantó en su choza, apenas había pegado ojo. Estaba ya  tan abultada que casi ni podía moverse y la reseca tierra que le servía de lecho, cada vez se le antojaba más dura.

Pesada y cansada se incorporó para iniciar su dura jornada. Ese día, como todos, tenía que ir a por agua, por el camino buscaría alguna raíz que le sirviera de alimento, llevaban tanto tiempo con la sequía, que encontrar alguna que sirviera era una difícil tarea. Tendría que conformarse de nuevo con las hormigas, casi plato único en los últimos tiempos.

Ese día se le antojó infinita la distancia hasta la charca, cada paso era un esfuerzo añadido al anterior. Según la gran madre, esa luna nacería su hijo y la gran madre nunca se equivocaba en sus predicciones, en cualquier momento se presentaría su criatura.

Le preocupaba el poder alimentarlo después, estaba en los huesos y se preguntaba como de un esqueleto, que era en lo que prácticamente se había convertido, podía haber prendido la vida y crecer dentro de ella, o más bien a expensas de ella. Tenía catorce años y era su primer hijo, pedía al cielo que fuese varón y que de sus pechos convertidos apenas en un pellejo, manase la suficiente leche para poder verlo crecer.

En la tribu cada día veía a las madres enterrar a sus hijos, decía el jefe que de seguir así su raza se extinguiría. Ese diario desfile de jóvenes madres con sus pequeños ya muertos en brazos, pequeños que apenas eran un amasijo de huesos, se estaba convirtiendo en un macabro ritual. Los llantos maternos eran un agudo quejido, que se escapaba de lo más profundo de sus almas y desgraciadamente se había convertido en el sonido de sus vidas.

Parecía como si ni la tierra quisiera recogerlos, cada día era más dura y más seca.

Todos estos pensamientos la envolvían mientras caminaba hacia la charca, cuando notó que un líquido viscoso se escurría entre sus piernas. Enseguida empezó a sentir los primeros dolores. Se dirigió hacia un matorral y tras él se agachó a esperar.

Mientras su frágil cuerpo era sacudido por las contracciones cada vez más virulentas, fue agrupando bajo su cuerpo las escasas hojas que había a su alrededor, por si se le escurría su pequeño, que su primer lecho no fuese la reseca tierra.

Dicen que cuando una mariposa mueve sus alas en Japón la vibración de su aleteo se deja sentir en el otro lado del mundo y así ocurrió esta vez, cuando los pequeños pulmones de Enu se abrieron a la vida, lo hicieron también los de los cachorros de lince, claro que ni a él ni a su madre los atendió nadie, tampoco había un biberón esperándolo y por supuesto al día siguiente los periódicos no dijeron nada de esto.

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