SILVER

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CONCHA CASAS

Hace unos años perdió su rumbo. En la vida a veces un levante inesperado puede hacer zozobrar el buque más regio. Naufragó tierra adentro, pero el oleaje lo trajo a esta orilla.

Estaba roto, por dentro y por fuera. La crisis se había cebado en él, no solo en su vertiente económica, que también, sino en todos los campos posibles: familiar, afectivo, social… Llegó solo y hundido. Se bajó en esta parada como podía haberlo hecho en cualquier otra. Todo le daba igual.
Vio un pequeño hostal y en él se registró. Buscó la biblioteca y entre sus libros encontró el primer acomodo, que no sería el único.
Su talante dispuesto y bondadoso enseguida comenzó a abrirle alguna que otra puerta, pocas al principio. Nadie le conocía y esa tristeza que lo rodeaba como un halo, no era la mejor tarjeta de presentación.
Buscó trabajo sin éxito, a pesar de sus múltiples habilidades que si no para eso, sí le sirvieron para que los pocos que lo iban conociendo fuesen confiando más en él. En el hostal llegó a hacerse imprescindible y los lazos que estableció con los dueños se fueron afianzando día a día.
Pasaron dos años en los que fue tirando con alguna que otra chapuza y los escasos cuatrocientos euros que aún le correspondían de prestación. El trabajo seguía sin aparecer y el miedo se aferró a sus espaldas hasta tal extremo, que cuando agotó sus últimos euros, sin mediar palabra se fue a la calle.
Decidió que en ese descenso hacia el infierno no podía caer mas bajo y antes de seguir ese periplo lento y doloroso, se tiró al vacío de golpe.
Esa tarde lo vi y lejos de sentir angustia, me dijo que por primera vez en muchos años se sentía tranquilo, ya no tenía nada que perder. Parecía increíble, pero podría decirse que era feliz.
Con la calma que da el haberse liberado de los problemas, la vida comenzó a fluir a su alrededor. Los que le conocían desde su llegada acudieron en su ayuda sin pensárselo dos veces. De pronto volvió a dormir bajo techo y a comer caliente. El da lo que sabe hacer y sus caseros ponen lo demás.
No tiene un euro en el bolsillo, pero no le hace falta. Tiene todo lo que necesita. Ahora que estoy en la indigencia no me falta de nada, me dijo ayer sonriendo.
Y pensé que debía contar su historia, porque él es el ejemplo claro y concreto de que sin dinero se puede vivir. ¿Hay mayor revolución que esa?

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