…y José Espinosa comenzó ayer a «gastar» sus 104 años

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JOSÉ ESPINOSA SE DISPONE A APAGAR LA VELAS ANTE LA ATENTA MIRADA DE SU BIZNIETOS HA CIA LA TARTA

Eran las once de la noche del día 27 de este octubre cuando José Espinosa apagó de un soplido las velas que conmemoraban sus 103 años de vida.

No crean que lo hizo en su casa, hasta la motrileña plaza de El Tranvía se desplazó para sentarse y cenar, como Dios manda, en el restaurante que regenta su nieto Juan Rubiño. Durante más de tres horas departió con sus hijos, nietos y biznietos y comió el menú que el restaurante El Tranvía había preparado para la ocasión.

Casi al filo de la media noche, Pepe, como es llamado en su entorno familiar, fue besando, uno a uno, y se despidió con un «hasta mañana». Por nuestra parte nos despedimos de él con un «hasta el año que viene». Y es que ya son cinco años los que llevamos asistiendo a la celebración de su cumpleaños, desde que EL FARO ya avisó que teníamos un vecino casi centenario en Motril y le dedicó unas páginas en nuestra publicación, donde nos contaba sus experiencias y vivencias:
Su vejez, después de mucha vida vivida, la está pasando en la calle Guayana donde compró su última casa que, hace algunos años, fue remodelada y hasta la fecha.
José enviudó el pasado 2002 y, cuando se le habla de la muerte, asegura que «tarde o temprano tiene que venir así que mejor que lo haga del tirón y no enfermar y pasarlo mal». La vitalidad que trasmite a sus casi cien años es realmente increíble. «Hemos quedado para hacer recados», dice entre risas y mirando a su hija quien apunta que «hace todo lo que le pidas; lo mismo va a comprar el pan que a la tintorería o al médico».
A pesar de haber dedicado su vida al trabajo, Pepe tiene muchas cosas que contar.
JOSÉ ESPINOSA CON SUS HIJOS Y BIZNIETOS

«Uno de mis hermanos murió en Austria, en un campo de concentración de la época Nazi aunque años después nos llegó una carta anunciando una muerte natural. Otro de ellos murió en mis brazos; era mellizo y rara era la vez que los dos niños salían para adelante». Nacido en la motrileña plaza Mozú, cuando ya era adolescente la familia se mudó a la calle Santiago. «Mis padres compraron una casa por mil pesetas y cinco duros. Tenía cuatro habitaciones además de pajar y las estancias para guardar a los animales, como se hacía antes en las casas», apunta Pepe quien recuerda con añoranza cómo antes las puertas de los hogares estaban siempre abiertas y «sin que te pasara nada». «Las puertas de las casas estaban partidas en dos y la parte superior siempre estaba abierta; si te querías echar a dormir en el rellano de tu casa no te pasaba nada, no como ahora que no te puedes fiar ni echando la llave».

Con cuatro años comenzó a ayudar a sus padres en las tareas del campo. Esta familia de agricultores contaba con tierras propias, «unos treinta y tres marjalillos». «Comencé trabajando como corralero en la monda y ganaba siete perras gordas al día».
Su temprana responsabilidad como trabajador, aunque en aquellos años era algo común, la compaginó con su aprendizaje de la lectura, la escritura y las cuatro reglas.
«En Motril sólo había una escuela, así que por las tardes venía a la casa un maestro que mi padre le puso a mi hermano mayor y yo me sentaba con ellos porque me daba curio sidad. Un día el maestro le dijo a mi padre que mi hermano no avanzaba pero a mí se me daba bastante bien».
Además de estas primeras enseñanzas, «siempre me ha gustado leer la que era conocida como La Enciclopedia, la prensa y muchas cosas más». EL FARO puede estar orgulloso de ser una de las revistas de cabecera de este motrileño: «Me lo leo de cabo a rabo», y sin gafas.
En todos sus años tan sólo ha pasado tres fuera de Motril, los de la Guerra Civil, a la vuelta de la cual recibió tierras del reparto de sus padres y así ha estado trabajando hasta pasados los 80 años. «Con 92 años lo llevábamos aún a regar, pero ya nos asustaba que anduviera por el campo», asegura su yerno quien alaba el buen carácter de este hombre a pesar de su edad: «En todos los años que lo conozco no ha cruzado una mala palabra con él, al revés».
Cierto es, para quienes aún pecamos de juventud, que José da envidia sana, tantos años vividos, tanto pasado y tantas ganas de vivir. Y así pasa una vida trabajando, «con templanza en los ideales pero sin gustarme los ‘rajaos’», y yendo al cine todos los días. «Tronara o hiciera bueno, cuando llegaba del campo se iba al cine; miraba las carteleras del Teatro Calderón, el Motril Cinema o el Coliseo Viñas e iba a ver la película que más le gustara», cuenta su hija. «Ahora voy al Hogar del Pensionista, juego al rentoy, me doy mi paseo; a la una doy de mano y vuelvo al cuartel. Por las tardes veo un rato la televisión», cuenta Pepe.
Puede contar batallitas
Primo de Rivera, Alfonso XIII, Franco y de ahí a la actual Democracia. José Espinosa es un libro de historia de España en persona. Así en la Guerra Civil estuvo en el sector centro, en Guadalajara. Al terminarse esta confrontación se lo llevaron a Teruel como prisionero y «a los 17 días me echaron para la casa».
Pepe luchó como carabinero, un antiguo cuerpo creado en la República y comparable con el actual Ejército Profesional. «Tardaron años en reconocerle la paga a los que lucharon como carabineros», apunta su yerno. «El día 10 de febrero de 1937 entraron los Nacionales en Motril y, entonces nos fuimos para Almería». Formó parte, de este modo, de la caravana de personas que huyeron desde Málaga. Al volver a Motril «me presenté en el cuartel de la Guardia Civil y sólo me preguntaron por qué me había ido», recuerda Pepe lamentando no recordar el nombre del efectivo que lo intervino, hace más de 70 años.
Luchó, igualmente, en el Levantamiento de Sanjurjo, un general que se rebeló en Sevilla en tiempos de la República: «El día 10 de agosto se rebeló en contra de la República el General Sanjurjo. Yo estaba sirviendo en Alcoy, provincia de Alicante, y llevaron al regimiento donde yo estaba a aplastar el movimiento. Estuve 18 días en Sevilla. El General cogió el camino y se fue en un avión dejando a las fuerzas del levantamiento al descubierto. Poco a poco se fueron entregando hasta que todo se apaciguo y, mientras todo esto, nosotros estábamos allí sirviendo.
En 1945 contrajo matrimonio con su esposa, ya fallecida, con la que ha cumplido las bodas de oro. Tuvo once hijos de los que sólo sobrevivió una: «Nacían a los seis meses más o menos y antes no había incubadoras ni tantos médicos».
…y sigue funcionando
Con dos bisnietos, «hemos quedado para recadero» pero mantiene la misma vitalidad que un treintañero. Acariciando a Rufo, el perro de la familia, asegura que «en mi casa siempre ha habido perro». «Hasta hace poco teníamos una perra bóxer y él era quien la paseaba», añade Antonio, su yerno.
Sin pasar hambre en la posguerra, puesto que tenía tierras propias, recuerda que una vecina que marchó hasta Madrid «me dejó la cartilla con la que todos los días podíamos comprar el pan». «Pero sí recuerdo las cartillas de racionamiento, se pasó mal durante muchos años».
En los años 40 decidió dejar de fumar y de tomar alcohol y hasta el día «que con una Fanta o agua pasó hasta las fiestas».
A sus cerca de cien años tan sólo ha pasado por una operación y una hernia en el año 1984. En su vejez, sigue siendo totalmente autónomo, lo hace sólo por sí solo: «Menos lavar la ropa y aviar de comer hago lo que sea».
«¿Cómo se llega a su edad, José?»- «pues no muriéndose», contesta entre risas. «Pero es que está usted muy bien»- «Tengo algunos achaques pero es verdad que los hay peores, incluso jóvenes también». Con un centenar de años a las espaldas, José Espinosa es ejemplo a seguir por los que aún recordamos muy cercana nuestra veintena. «A ver si llegamos todos a su edad» –»Vas a llegar y me vas a superar», me contesta Pepe de pié frente a la escalera de su casa». «Que lleguemos pero como lo ha hecho usted».

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